Cargando...
Domingo

Carmen McEvoy: “El heroísmo en el Perú es producto del abandono del Estado”

La destacada historiadora afirma que las identidades regionales se fortalecen con el estudio de la participación de las ciudades costeñas y serranas en el proceso emancipador.

larepublica.pe
Carmen McEvoy, historiadora. Foto: Jhonel Rodríguez

En abril de este año, Carmen McEvoy presentó su último libro: La República Agrietada, una mezcla de reflexión y bitácora personal de lo que ha sido el impacto de la peste en nuestro país y el mundo. Esa publicación es el punto de partida para este diálogo, en el que tratamos de entender qué peruanos fueron inspiración para otros en nuestras horas más difíciles, por qué arrastramos taras que nos han acompañado los últimos 200 años y lo que esperamos del Bicentenario.

¿Salir hoy a buscar héroes en las ciudades del Perú sería un ejercicio de ingenuidad o un acto de fe?

Pienso que buscar héroes en estos tiempos de prueba y de dolor es, por sobre todo, un acto de reconocimiento a la enorme resiliencia peruana. Ese espíritu de lucha, que raya en lo titánico, y que siempre aparece en momentos de adversidad.

¿Y quien salga a buscar héroes en las calles del Perú tendría éxito? ¿Quiénes son los héroes de estos tiempos?

Por supuesto que tendría éxito. No hay más que ver el inmenso sacrificio de médicos, enfermeras, maestros y de los miles de empleados públicos que en silencio van llevando adelante la nave de un Estado maltrecho. Existe un heroísmo anónimo que se expresa a todo nivel. Pienso, por ejemplo, en las madres de familia que, en medio de la carencia más absoluta, alimentan a los suyos y ajenos en los comedores populares, apostando por la vida y la esperanza en términos de colectivo. Alguna vez señalé, en uno de mis artículos, que el heroísmo es producto del abandono del Estado, como ocurrió con Miguel Grau, a quien se le negaron los recursos que pedía para imprimir velocidad y eficiencia al mítico Huáscar. Su trágico fin y el de sus subordinados es por todos conocido pero lo que no se conoce, en detalle, es el nombre y apellido de los responsables de su muerte temprana. Espero que cuando llegue el momento de la reconstrucción nacional, el Estado peruano haga su trabajo y no deje en el abandono a los millones de peruanos que claman por una vida mucho más digna que la paupérrima y desventurada que, por décadas, sufren estoica y heroicamente.

Destacamos mucho al esfuerzo colectivo en el país, pero me quedé pensando en algo que escribió en el prólogo de su último libro, La República Agrietada. Usted dice allí que en el Perú los grandes problemas como el virus terminan siendo derrotados por la inercia o porque, como dice la canción de Héctor Lavoe, “todo tiene su final”. ¿Por qué?

Uno de los grandes problemas del Perú, aparte de la exclusión, el racismo y el clasismo que nos devoran, es la ineficiencia del Estado y sus representantes, más preocupados en el lucro personal o en correr a vacunarse primero, como fue el vergonzoso caso de Martín Vizcarra. Porque, si bien es cierto que el legado de la administración Sagasti será, indudablemente, la organización de un sistema de vacunación eficiente e incluso haber dejado vacunas hasta el 2022, no se debe olvidar que el Perú estuvo entre los peores países en enfrentar la pandemia. Y esta no es la primera vez que ello ocurre, no hay más que leer el libro de Marcel Velásquez (Hijos de la peste) para comprobar la incapacidad del Estado peruano a lo largo de su historia. Sea por ineficacia, parálisis o simple desidia, una sucesión de administraciones -pienso por ejemplo en la de José Balta durante la peste de fiebre amarilla de 1868- condenaron a los peruanos a la muerte. Entonces, es ahí donde está la inercia a la que me refiero, cumple con la tarea que no llevan a cabo los representantes de la nación, desde los alcaldes hasta el presidente de la república. Ciertamente, la solidaridad y el civismo siempre aparecen en un escenario trágico como lo es usualmente el Perú de las crisis en cadena. Frente a la ineptitud del baltismo, la Sociedad de Beneficiencia Pública de Lima, presidida por Manuel Pardo, enfrentó valientemente la peste con un grupo de socios y vecinos, mostrando que cuando el Estado evade su responsabilidad siempre aparece un conglomerado diverso que en el caso de la peste decimonónica organizó lazaretos -a las afueras de Lima- evitando de esa manera un contagio masivo y una mayor mortalidad.

En la última campaña electoral se vieron expresiones clasistas contra los votantes de un candidato porque vivían muy lejos de los centros urbanos, o porque no hablaban bien el español, o porque habían tenido menos acceso a la educación, ¿que ese tipo de cosas se visibilicen tiene algo de positivo?

El racismo se viene visibilizando desde hace muchisímo tiempo en el Perú, recuerde la desafortunada frase “el auquénido de Harvard”, que el padre de una candidata a la presidencia de la república pronunció, hace algunos años, para referirse al oponente provinciano. Con las redes sociales fuera de control, el racismo, el clasismo y la homofobia se han potencializado, un hecho que nos averguenza como país. Porque duele ver como peruanos se burlan de otros peruanos a los que consideran inferiores debido a su color de piel, preferencia sexual o modo de hablar. Lo que muestra que distamos de ser una sociedad democrática y nos queda por delante una inmensa batalla por la igualdad que debe darse en la escuela pero también con políticas públicas que promocionen el respeto entre peruanos.

¿Diría que el Perú es un país marcado por privilegios y traiciones? ¿Por qué?

Durante la primera década de la república se consolidó la cultura de la guerra y, en consecuencia, se impuso la traición al camarada de armas como estrategia de movilidad social y posicionamiento en el nuevo orden republicano. Si uno le sigue la trayectoria a personajes de la talla de Agustín Gamarra, Andrés de Santa Cruz o Antonio Gutiérrez de la Fuente -el triunvirato que deportó al mariscal La Mar basándose en acusaciones falsas- descubriremos que la traición es la “divisa” de la república que los militares secuestraron por medio siglo. Todos los que acceden al poder, en su mayoría militares provincianos, no desmantelan el sistema de privilegios del orden virreinal, sino más bien se sirven de él para lucrar del Estado, el cual se convierte en botín de la facción de turno. Los ideales republicanos, de transformar un mundo de vasallos en una república de ciudadanos, se ven arrollados por el poder de los señores de la guerra, que si bien territorializan y en cierta manera van nacionalizando a la joven república, pasan una factura altísima en términos de corrupción y destrucción de las instituciones. No hay más que ver la cantidad de constituciones que se promulgan en esos años formativos, donde lo que predomina es el cinismo y la ley del más fuerte.

Hay una fecha central para la conmemoración del Bicentenario, el 28 de julio, pero en las diferentes regiones también destacan sus respectivas juras de la independencia, ¿eso fortalece las identidades regionales?

Por supuesto que sí, la jura de la independencia de Lima es un recodo en el camino de un largo proceso que muchos historiadores rastrean incluso hasta la revolución del Cusco de 1814, donde Mariano Melgar le canta a la patria y muere incluso por ella, luego de su derrota en Umachiri. La independencia de Tarma, que precede en un año a la de Lima, es un claro ejemplo -como es el caso de la independencia trujillana, la del Norte Chico o la huamanguina, entre otras- de que la periferia virreinal no solo apuesta por la libertad, sino que se siente autonóma ante el derrumbe del estado central. Tuve la oportunidad de participar en las celebraciones de muchas independencias regionales y fui testigo de identidades regionales fortalecidas a través de una memoria de lucha, incluso revolucionaria, como es el caso de la sierra central.

¿Por qué dice que hay un florecimiento de las historias regionales?

No hay más que ver la producción de libros y artículos sobre la participación de las regiones en el proceso de la independencia y la cantidad de coloquios sobre un tema que, ante la cercanía del Bicentenario de la Batalla de Ayacucho, debe convertirse en el centro del análisis historiográfico. Es así que Lima deberá pasar a un segundo plano, cediendo el protagonismo a las provincias de la costa, sierra y selva en el largo camino a la libertad que se sella en los andes. En el último Congreso Nacional Bicentenario, que fue multitudinario, destacaron las mesas de historia regional y lo mismo ocurre en el libro La Expedición Libertadora: Entre el Oceáno Pacífico y los Andes(Instituto de Estudios Peruanos, 2021), donde un grupo de historiadores peruanos y extranjeros han realizado un extraordinario análisis del vínculo entre lo continental, regional y local que se da durante el largo proceso emancipatorio peruano.

Me pareció interesante que comente que en Tarma hubo la intención de marchar a liberar Lima en 1820. Estos hechos poco conocidos pueden ser integradores en un momento en que parece que hay un divorcio entre la capital y las regiones, ¿qué piensa usted?

La declaración de la independencia de Tarma es un documento que debería enseñarse en todos los colegios del Perú, al igual que otras proclamas emancipatorias. Ya que muestran el accionar colectivo de actores regionales que, como en el caso de los tarmeños, intentaban quebrar el centro del poder colonial, que residía en la costa, viajando a él para liberarlo. Se puede argumentar, incluso, que si bien la columna de Huaura, dirigida por San Martín, es de la cual se desprende el contingente que finalmente libera a la capital virreinal, existe un movimiento envolvente, eminentemente serrano, que colabora decisivamente en la caída del virreinato más poderoso de las Américas.

Poco antes de la proclamación de la independencia, el ejército libertador y el propio San Martín superaron una epidemia de disentería que los afectó durante buena parte de su recorrido. Eso contrasta mucho con las postales festivas que tenemos del 28 de julio de 1821. ¿Diría que somos conscientes realmente del sacrificio que significó la gesta del ejército libertador?

Nos hemos quedado con el San Martín del cuadro de Lepiani y hemos olvidado la gesta de quien cruzó los Andes, en medio de la nieve, para liberar a Chile en las batallas decisivas que antecedieron a la independencia del Perú. Tampoco se conocen en detalle todas las dificultades que tuvo el militar nacido en Misiones para organizar la expedición libertadora, tanto por la reticencia del directorio porteño, como por su posterior caída, lo que lo obligó a buscar apoyo en Chile. En ese sentido, el extraordinario libro de Beatriz Bragoni brinda un análisis mucho más completo que aquel, bastante simplista, del cuadro en technicolor por todos conocido. Para mí, lo más notable de San Martín y su comando es su plan de penetrar la sierra mediante la columna de Álvarez de Arenales. Un acto valiente que asocia a los expedicionarios con la guerrilla indígena, que, al hacer suyo el ideal “patriano”, engarza lo local, con lo continental, complejizando, de esa manera, una gesta libertaria peruana sobre la cual hay todavía muchísimo por investigar.

Como hoy, en ese momento fue decisiva la intervención de médicos como el afroperuano José Valdés, quien atendió al ejército libertador. La historia es generosa con los soldados, ¿lo es también con los héroes civiles?

La participación de Valdés en la gesta libertaria, curando a los enfermos en Huaura, es notable y es por ello que no sorprende que más adelante el discípulo de Hipólito Unanue, quien escribe un tratado sobre el cáncer, fuera nombrado Médico del Estado, una posición que por detentarla un mulato es única en las Américas.

¿La historia es justa con las mujeres? Ha sido documentado que cumplieron labores de espionaje y propaganda durante la gesta libertadora.

La inteligencia femenina puesta al servicio de la independencia es un tema del que queda mucho por averiguar. Las tramas de espionaje en Lima, de la que forma parte Brigída Silva de Ochoa, abren un escenario fascinante para entender el rol de las mujeres en el proceso de la independencia. No hay que olvidar que en la sierra, María Parado de Bellido es, asimismo, parte de una red donde el traslado de información será crucial para el avance patriota y es por ello que fue fusilada al negarse a dar el nombre de sus contactos, lo que también ocurre con el pescador chorrillano José Olaya.

Este es un momento en el que se expanden rumores, medias verdades y mentiras como si fueran ciertas, es lo que los periodistas llamamos fake news, ¿hubo algo de esto durante la campaña por la independencia?

Por supuesto que sí, Lima hervía de “fake news” antes de la llegada de San Martín y fue esta guerra comunicacional (por las mentes y los corazones) la que determinó la partida del virrey La Serna a la Sierra. En una carta de Bernardo 0′Higgins a San Martín, el primero le dice que la guerra en el Perú debía ser de opinión más que militar. Tal vez por la desigualdad entre los ejércitos patriotas y realistas, y lo importante que era minar la moral de los segundos mediante noticias falsas. Ese modelo dejará una impronta en la “política virtual” del siglo XIX que sigue vigente en la actualidad.

Hay un epígrafe del poeta Rainer María Rilke en su libro. Dice: “La verdadera patria del hombre es la infancia”. ¿Cuál es la patria de los niños que permanecen aislados en sus casas asistiendo a clases a distancia?

La patria ahora es tu pequeño círculo familiar, una situación muy difícil para los padres que deben salir a trabajar para ganar el sustento diario.

¿Y qué es la patria para usted? ¿Es un concepto asociado a sus recuerdos de La Punta, al recuerdo de su madre, de sus libros?

Exactamente. Yo nací en Bellavista, pero me llevaron a los pocos días a La Punta y crecí frente al mar, que es mi referente permanente, al igual que mi madre chalaca pero vecina de La Punta desde que se casó. Llevó la imagen de la bellísima Isla San Lorenzo y el olor del mar conmigo y espero volver muy pronto a reencontrarme con mis raíces que son marineras.

“Debemos aprender a vivir con la incertidumbre” dice en su libro. ¿Somos capaces de vivir así los peruanos?

Desde hace más de dos décadas, los peruanos vivimos en permanente incertidumbre debido a la precariedad de nuestro sistema político y a la fragilidad de nuestras instituciones.

¿Es usted capaz de vivir así?

Creo que a raíz del COVID-19 he aprendido, como millones, a vivir en la incertidumbre y en esos momentos tus recuerdos, tu vida interior y tus seres queridos son fundamentales para remontar las pruebas que nos confrontan con nuestra pequeñez.

De su último libro me ha llamado la atención la cantidad de citas a autores, pero también la presencia de la música, ¿qué representa para usted la música? ¿La ayuda en estos tiempos?

La música ha sido mi compañera a lo largo de toda mi vida, así como los libros, especialmente los de historia. Durante el confinamiento he vuelto a muchos libros que leí de joven y que encontré subrayados y con anotaciones que ahora me sorprenden. Es interesante volver a esas primeras lecturas y a la manera como te impactaron en diferentes momentos de tu vida, como es el caso de la poesía de José Emilio Pacheco, uno de mis autores favoritos de ahora y siempre por su sabia simplicidad.

Como en Anthem, la canción de Leonard Cohen, ¿el Perú debe entender que tiene grietas que todos debemos resanar?

Así es, Anthem es una joya para estos tiempos de peste y de una reconstrucción estructural que pasa por el reconocimiento de las heridas que luego de doscientos años nos siguen doliendo en el alma.

Preside el Consejo Consultivo del Proyecto Bicentenario, si no tuviéramos esta emergencia sanitaria, ¿cómo hubiera querido recibir los 200 años de nuestra independencia?

Tal vez este ejercicio de reflexión, sumamente dolorosa, es lo mejor que nos pudo pasar para enmendar el rumbo y caminar hacia un futuro donde el bienestar y la felicidad sean bienes compartidos por todos los peruanos. Porque no es posible hablar de libertad, en abstracto, si estamos atrapados en medio de tanto dolor. Somos un país extraordinario y no nos merecemos la miseria física y moral que nos envuelve y que es consecuencia de nuestros propios errores, que debemos reconocer antes de empezar la travesía al tricentenario.

Periodista formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es editor y reportero del suplemento Domingo de La República. También ha publicado en el diario El Tiempo de Colombia y La Tercera de Chile. Fue reportero de la sección política de este diario. Tiene un blog sobre fantasía (cuervosobrepalas.wordpress.com) y otro en el que comenta su trabajo periodístico (cambiodetitulares.wordpress.com)