Pedro Aquino, el falso suplente

MundialistaNo apareció en el álbum Panini y apenas alternó en las Eliminatorias, pero hoy es un indiscutido. Pedro Aquino y una virtud escasa: se lanza de cara pero sabe darla al pie. Y no se nubla ante el arco. Oro en el barro.,Pedro Aquino, el falso suplente,Pedro Aquino, el falso suplente,Pedro Aquino, el falso suplente,La corrección política dice que en un equipo de fútbol no existen titulares ni suplentes; la frase trillada, que nadie tiene el puesto comprado. La honestidad es impopular. Como impopular es cultivar la virtud de la paciencia. Antes de que Pedro Aquino se convirtiera en el primer peruano en anotarle a Holanda, y en el responsable, con un remate mordido y un latigazo, de doblegar a Chile por primera vez en cinco años, era un suplente fijo y prescindible. No pisó el campo ante Colombia cuando nos metimos al repechaje, taquicárdicos y con las palmas juntas. Y ante Nueva Zelanda, la última prueba para exorcizarnos, hizo cuanto pudo en los cuatro minutos designados por Gareca: un par de piques y un zurdazo desviado. Por eso, en marzo de este año, cuando en plena gira en los Estados Unidos -previa a los amistosos ante Croacia e Islandia- repartieron los álbumes de Panini, esos cuadernillos de papel plastificado que nos atan a la infancia, y no se encontró, Aquino le preguntó al comando técnico si aquello significaba que no sería considerado entre los 23 convocados para Rusia 2018. Consulta inocente y vehemente de lógica elemental: la editorial italiana diseñó el álbum para 18 figuritas individuales. Un semestre después, su peruanísimo rostro, de ascendencia trujillana y huaylina, por sus abuelos, acaparó las portadas de la prensa deportiva nacional. Algunas ingeniosas ("Por aquí... no pasó Chile") y otras más bien vomitivas ("Les sacamos la mierda"). Su estampa destacaba en cada esquina del país. Un lujo inalcanzable, incluso, para las figuritas doradas. Reparación justa y cándida. Gestos de gratitud Aprendiendo a despojarse del casi, el peruano aloja en su memoria un consuelo ante Francia, la flamante campeona del mundo: una Telstar impactando el palo de Lloris tras un singular efecto de afuera hacia adentro, tan solo visto en la explosiva zurda de Roberto Carlos. El chimpún derecho que provocó esa escena de eterna recordación está frente a mí, en las manos de Jenny Aquino, la hermana mayor de Pedro, quien ha preferido no lavar el trofeo de guerra que pronto será exhibido en un cuadro. Decorará el espacio donde nos encontramos: la sala donde el cuarto de cinco hermanos, y único hombre, creció pateando balones y carritos, en la calle Los Incas, al pie de los cerros, en la urbanización Valdivieso, en San Martín de Porres. La casa de un albañil (Juan) y una ama de casa (Susana), quienes con empuje proveyeron de todo lo necesario al jugador más promisorio de la selección peruana. A falta de rehidratantes embotellados, brebajes de quinua y kiwicha. No hubo para zapatillas de marca, pero sí destreza para remendar. El origen humilde de Pedro Aquino es la incubadora natural de los que se ganan la vida pateando balones. Una historia asombrosamente repetida que está dejando de serlo gracias a las castrantes academias de grass sintético. Pedro Aquino se forjó en el barro. No por nada, uno de sus primeros equipos fue bautizado como Los Cirujanos, una predicción de su juego: aplomo para operar a cualquier contrincante, pero sin maldad. Aunque a veces se excede, Aquino es agresivo pero no sucio. Se lanza en carretilla con determinación, pero suele quitar los toperoles en el último instante. Un detalle que lo diferencia de los matones que abundan en su posición de volante central. Uno de ellos, Jayo Legario, quien aconsejó a Aquino, a pesar de su amnesia: "Que deje de ir tanto al piso". Es una mañana calurosa y tranquila. Salvo por un afilador de cuchillos, el barrio está silencioso. El que menos se está buscando la vida desde temprano. Como Julinho Ramírez, el mejor amigo de Pedro, un recio defensa que estudió Administración de Empresas después que no lo aceptaran en el Sporting Cristal. "Uno quedó y el otro no. Pero cuando Pedro viene lo va a ver. Son uña y carne", cuenta Arnaldo Bernal, un antiguo vecino. Decíamos que Aquino es el típico futbolista, moldeado por las carencias, y por ello hambriento en cada pelota que disputa. Sin embargo, engreído al haberse criado entre mujeres por el trabajo de su padre. "Pedro solo se ha dedicado al fútbol. Y nosotras lo hemos atendido para que solo se concentrara en sus partidos. Magaly le planchaba la ropa, yo le lavaba las zapatillas; mi mamá, la ropa. Y María, mi otra hermana, lo ayudaba con sus tareas", explica Jenny. La gratitud de Pedrito está tatuada en su brazo derecho donde luce las iniciales de sus padres y sus hermanas. En su antebrazo izquierdo lleva el de la menor, Maritza. Y en su pierna derecha está el nombre de su hija Micaela, la niña por la que jugaba con la camiseta número 18, por el día de su cumpleaños. La mitad de la familia se encuentra en Guanajato. Partió en la madrugada del jueves para acompañarlo en el lanzamiento de su barbería. Aquino -dicen sus hermanas- lo da todo por su familia, un lugar común que se cumple pocas veces. Levantó, con la ayuda de su padre, dos pisos más y construyó una casa en el mismo espacio -con otro acceso- para una de sus tías. Hace poco tuvo un insólito gesto de nobleza: le dedicó sus goles a su suegro, fallecido repentinamente a inicios de año. Es más, inscribió sus iniciales en sus chimpunes. Categoría 95 En las últimas semanas, una polémica amagó con desestabilizar la unidad de la selección peruana: Aquino o Tapia, Tapia o Aquino. Lo que en otras épocas habría sido una hoguera, fueron inofensivas chispitas en las redes sociales y las columnas de chismes. Básicamente por una imagen y una foto: Renato Tapia corriendo a abrazar a Pedro en uno de sus festejos; y una postal muy tierna de los dos, en una fila de niños de la categoría 95 del Sporting Cristal, en el 2006. "Cuando Pedro juega, Renato aplaude. Y cuando le toca a mi hijo es igual. Son amigos. Lo demás son tonterías. Aquí no hay envidias", dice Luis Tapia, padre de Renato. Y cómo no, si compartió muchas mañanas al lado de Susana, la madre de Pedro, cuando ambos entrenaban en La Florida. Al punto que Luis asistió a la primera comunión de Pedrito. Para él, como hombre de fútbol, es sencillo: se les debería probar juntos. A diferencia de Renato que se marchó al Esther Grande de Bentín y luego emigró a Holanda, Pedro subió peldaño a peldaño en tienda celeste hasta enfundarse la blanquirroja. Cumplió el manual del buen suplente: esperó pacientemente su momento. Y ya no lo es más. Es oro en el barro. Cuando Pedro juega, Renato aplaude. Y cuando le toca a mi hijo es igual. Son amigos. Lo demás son tonterías”. L. Tapia.