María Fernanda AmpueroMaría Fernanda Ampuero. Escritora y periodista ecuatoriana.,Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018) es un tratado extremo, salvaje, sobre una violencia igualmente salvaje, intra y extramuros, latinoamericana, universal, patriarcal. En los cuentos de María Fernanda Ampuero nadie se salva, pero la brutalidad golpea especialmente a las mujeres y a las niñas. Una violencia que va desde la que ejerce un taxista que secuestra a sus clientes, hasta las nada sutiles formas de abuso en las familias. Ampuero nació en Guayaquil, y ha sido durante años la voz ecuatoriana más visible de la crónica latinoamericana, pero también es una brillante y visceral cuentista: dos de los relatos de este libro ganaron los premios Los hijos de Mary Shelley y el Cosecha de la Revista Ñ; y hoy es la coordinadora de The Short Story Project en español, un proyecto digital para la difusión del relato corto. Uno de sus grandes temas es la monstruosidad o lo abyecto. A veces el monstruo ataca a sus personajes, otras veces se descubre que los monstruos son ellos, y en algunos casos nos queda la certeza de que hay que convertirse en un monstruo para sobrevivir. Ampuero es, además, activista feminista contra la gordofobia y los estigmas de la no maternidad. Como escritora, ¿cómo fue la experiencia de buscar un lenguaje que pudiera nombrar esa sordidez, ese miedo? Intento nombrar las cosas como son. Trabajo como periodista. Si entibiamos el lenguaje para que no sea brutal, cuando contamos algo brutal, estamos también entibiando la brutalidad. ¿Cuál es tu idea de la monstruosidad? Hay una cosa monstruosa en el cuerpo y son sus incontables vulnerabilidades. La piel humana es más delgada que la de montones de mamíferos. Lo fácil que se nos puede y nos podemos hacer daño. ¿Cuál es su relación con el cuerpo, sobre todo con el cuerpo femenino? El cuerpo femenino se ha visto durante casi toda la historia de la humanidad como propiedad de un hombre, de una religión, de un propósito “mayor” que es la maternidad. Eso ya es monstruoso: tu cuerpo no te pertenece. Además, tú misma te lo crees. Es la perfección del horror. ¿De qué maneras habla un cuerpo? ¿Cómo le contestamos? El cuerpo es lo único que hay entre el mundo y nosotros. ¿Cómo vas a escapar a eso si tus ojos, tu pelo o tu tendencia a la obesidad ya se decidió? El cuerpo de mi madre no solo me alimentó sino que determinó mi discurso sobre el cuerpo femenino. Su mirada sobre su propio cuerpo (que habrá heredado de su madre y su madre de su madre y para atrás) es mi mirada sobre el mío. Decirle a mi cabeza que mire de forma diferente –amorosa, respetuosa– a mi cuerpo es lo más difícil que tengo que hacer todos los días de mi vida, evitar pensar que si tuviera otro cuerpo sería más feliz, más querida. Nuestro cuerpo, decías, “determina brutalmente nuestro lugar en la sociedad”. ¿En qué lugar dirías que te ha colocado tu cuerpo? Soy una mujer –una mujer– con sobrepeso en una sociedad cuya gran fe es la delgada belleza femenina. Justo estoy leyendo el libro Hambre de Roxane Gay y lloro con las burlas y los “comentarios bienintencionados” que una mujer obesa tiene que soportar cada día. La maquinita del autodesprecio se instala muy pronto en nuestras cabezas. Ni un instante van a permitir que lo olvides. El simple hecho de salir a la calle es estar expuesta a ser maltratada. ¿Te lo piensas dos veces, no? Te encierras. Te blindas. Engordas más. Qué eficiente, por Dios, qué bien lo han hecho. Alguien que se maltrata a sí misma es infinitamente más consumista, más manipulable, más maltratable. Empuñas tú misma el látigo que te flagela. Militas en el feminismo, y en algunas de sus luchas, por ejemplo contra la gordofobia. Yo fui una niña con sobrepeso, una adolescente con sobrepeso y soy una mujer con sobrepeso, ¿que cómo te marca eso? Pues de maneras muy trágicas. Hasta hace unos años no podía pronunciar la palabra flaca o la palabra gorda. Tus malditos kilos extra, como si el mundo fuera una aerolínea de mierda, tienes que pagarlos muy caro: nunca jamás te vas a sentir a gusto contigo misma, ¿qué significa eso? Que no te quieres, ¿cómo te va a querer nadie? Es imposible establecer relaciones sanas en ese contexto: una parte de mí siempre ha pensado que le pasa algo raro a la persona a la que yo le resulto atractiva, que tengo que agradecerles y no molestarlos porque ya hacen el enorme sacrificio de querer a una gorda. También haces activismo contra los estigmas de la no maternidad. Yo no tuve hijos. Los deseé, pero no pudo ser. El activismo de las no madres me llegó por la constatación de que encima de que tengo que cargar con el hueco de mis brazos vacíos de hijo, con mi duelo de mi bebito que no fue ni concebido pero sí muy amado, tengo que soportar que la sociedad me diga que por no tener hijos mi vida está incompleta, que “no conoceré el verdadero amor”. No. No lo voy a permitir. Ya he aguantado que me digan que las mujeres no debemos opinar o que las gordas somos asquerosas (lo decía mi abuela), pero que me digan que por no haber tenido hijos he fracasado, no, de verdad no. No tengo hijos y soy una mujer completísima, la más completa que vas a conocer, maldito idiota. ¿Es que encima tengo que explicarte mi situación vital, mis dolorosas decisiones? Ya basta, ¿no? ¿Qué será lo próximo? Lo vieja y arrugada que estoy, claro. ¿Que por qué somos feministas? Por esto, porque estamos hasta el coño de que hagamos lo que hagamos nunca es suficiente. Contaste que uno de tus cuentos surgió de una puerta cerrada. ¿Cuántas puertas cerradas has tenido que tumbar, sobre todo siendo de Guayaquil, una ciudad muy conservadora? Uf. En Guayaquil todo lo importante pasa detrás de una puerta y delante de ella todos sonríen con una sonrisa que da miedo. Una ciudad tropical, made in Miami, donde aún se mantienen las habitaciones de la vergüenza. La Sodoma y Gomorra clandestina de las ciudades donde la religión y el poder supervisan lo que es apropiado. Todo Guayaquil es una puerta cerrada.