CrónicaJosé Napoleón Tarrillo, un ex cazador convertido en activista ecológico, fue asesinado por defender la reserva de Chaparrí en Lambayeque, un bosque que es hogar del oso de anteojos y de muchas otras especies de animales y plantas. Invasores que están convirtiendo la reserva en una zona agrícola, estarían detrás de su muerte.,Chaparrí, muerte de un defensor del bosque,Chaparrí, muerte de un defensor del bosque,Como la gran mayoría de habitantes de Chaparrí, José Napoleón Tarrillo Astonitas (50) se instaló en esta reserva ecológica cautivado por su gran variedad de flora y fauna silvestre, pero no con la intención de protegerla. Al menos no en el principio. En los primeros años de la década pasada, ‘Napo’, como lo conocían sus familiares y amigos, era un diestro cazador de venados y pavas aliblancas, especies que entonces abundaban en este paraje ubicado en los límites de Lambayeque y Cajamarca. Nadie en ese tiempo podía haber imaginado que ese hombre corpulento, de rasgos duros y puntería precisa, terminaría convertido en un férreo defensor del bosque y los animales que antes mataba por deporte, menos que su transformación en ecologista le costaría la vida. Flor Vallejos Rodas, su viuda, todavía no lo cree. La noche del pasado 30 de diciembre, cuando ella y ‘Napo’ se alistaban para dormir, varios sujetos irrumpieron en su casa del sector El Mirador, caserío del distrito de Chongoyape, que da la bienvenida a esta área de conservación privada, la primera y más importante del país. —Nosotros tenemos una bodega y los hombres llegaron con la excusa de comprar cerveza— recuerda Flor. Ni bien abrió la puerta para aclararles que ya no había atención, ‘Napo’ fue atacado por los desconocidos. Debieron ser más de tres hombres, sospecha Flor, pues su fornido esposo sabía defenderse muy bien. Quizá eso explica la violencia con que fue asesinado: lo atacaron a palos y lo estrangularon con un alambre. —A mí me amarraron a una silla y con lisuras me ordenaron que no grite, que no pida auxilio. El tipo que me atacó era un moreno alto, no era de esta zona. Desde su habitación, Flor oyó los últimos gritos de ‘Napo’ y las voces desafiantes de los asesinos. Extrañamente, alguien en una casa cercana puso música a todo volumen, como para que nadie en este apacible lugar se enterara de la barbarie que venía ocurriendo. Flor, entonces, comprendió que no se trataba de un asalto a su negocio. Venganza de invasores La noche que lo asesinaron, José Napoleón Tarrillo ocupaba el cargo de teniente gobernador en El Mirador y era uno de los activistas más influyentes de Chaparrí. Acababa de proponer la creación de rondas comunales para frenar a los invasores y traficantes de tierras que desde hace un tiempo amenazan la reserva. Como un tipo frontal, que no tenía miedo a nadie, así recuerdan a ‘Napo’ sus allegados. Pero esa temeridad habría sido el detonante de su muerte. Para su viuda y demás miembros de la comunidad, la autoría del crimen recaería en una familia, los Cruzado Carranza, acusada de deforestar gran parte del bosque seco de esta área ecológica y de haber hecho lo mismo en otras provincias del norte. ¿Usted conocía a José Tarrillo? No. Pero era su vecino. Además, lo acusan a usted y su familia de haber ordenado su muerte. Desconozco totalmente ese tema. ¿A qué se dedica? A la siembra de cultivos. ¿Es dueño de este terreno? No, solo lo trabajo con unos amigos. Tajante. De pocas palabras. Jorge Cruzado Carranza, miembro del clan de presuntos invasores de Chaparrí, se muestra incómodo con nuestras preguntas, pero al mismo tiempo parece no temerle a nada. Sus vecinos aseguran que es un tipo peligroso, que en alguno de los tantos episodios violentos de su vida perdió la mano izquierda. Pero este detalle, antes que mostrarlo vulnerable, solo acentúa su mentada ferocidad. Por un momento, mientras descansa en una mototaxi frente a su vivienda, a escasos metros de donde asesinaron a ‘Napo’ Tarrillo, Cruzado es la antípoda del requisitoriado por homicidio que hasta mediados del 2017 figuraba en el programa de recompensas del Ministerio del Interior. El tipo escurridizo, por quien se ofrecía un pago de 20 mil soles, desaparece cuando departe con su hermano, sus hijos y sobrinos. Pero igual es temido por la población. Impunidad y amenazas Hasta antes del asesinato de Tarrillo, muchos en Chaparrí creían infundado el temor hacia los hermanos Cruzado, a pesar de que ya había antecedentes de agresión y amenazas. Hoy, sienten que cualquiera que se enfrente a esta familia corre el riesgo de morir. El temor creció tras la captura de Jorge Cruzado el pasado mes de julio, cuando se descubrió que era investigado por la muerte de tres comuneros en la localidad de Salas, Lambayeque. Pero todo empeoró cuando fue liberado, solo unos meses después. Uno de los que más teme represalias de esta familia es Américo Laboriano Ramos, presidente del caserío El Mirador y amigo cercano del fallecido ‘Napo’ Tarrillo. “A diferencia de ‘Napo’, el señor Américo sí denunció las amenazas. Mi esposo creía que nunca le harían nada y terminó muerto. Se confió demasiado”, lamenta Flor Vallejos. Las garantías de Laboriano señalan como presunto agresor a Hipólito Cruzado, hermano de Jorge. Según el subprefecto de Chongoyape, Wilson Bautista, toda la familia Cruzado tiene denuncias por agresión y amenazas, algunos incluso por otros delitos como robo agravado y homicidio. “Cuando arrestaron a Jorge Cruzado, recién nos enteramos que había participado con sus hermanos en otras invasiones y que estaba implicado en la muerte de tres personas en Salas. No entendemos cómo salió libre después”, señala Bautista. Como subprefecto, Bautista no ha estado libre de las agresiones. A inicios de diciembre, cuando se reunía con el fallecido José Tarrillo, fue insultado y amenazado por Jorge Cruzado, quien le exigió mantenerse al margen de lo que ocurre en Chaparrí. “Este es un tema de interés nacional, en el que tendría que tomar acciones el Congreso de La República. En efecto, yo fui amenazado por esta gente, pero el tema va más allá de eso. Acá se está atentando contra una reserva natural, que genera ingresos para la región a través del turismo”, explica Bautista. Y es que la muerte de Tarrillo Astonitas es sólo la punta del iceberg, la fatal consecuencia de un problema mucho mayor, que lleva varios años sin poder resolverse. Ambición que destruye Para entender lo que hay detrás del clima de violencia que amenaza a Chaparrí, primero hay que conocer un poco de su historia. Todo comenzó en el 2001, cuando la reserva fue declarada como Área de Conservación Privada (ACP), así pasó de campo para la cacería a paraíso ecológico. “Gracias a la gestión del fotógrafo Heinz Plenge y nuestro grupo de activistas, se hizo entender a la comunidad que era mejor promover el turismo ecológico antes que la caza indiscriminada de animales”, señala el ecologista Javier Ruíz. Una de las personas que se dejó convencer por los ecologistas fue justamente José Tarrillo. Gracias a Plenge, al trabajo de la comunidad y al apoyo extranjero, el bosque seco más diverso del Perú comenzó a repoblarse de venados, osos de anteojos y las casi extintas pavas aliblancas, además de otras especies de mamíferos, reptiles, anfibios y aves. Así, cientos de turistas de todo el mundo comenzaron a llegar a Chaparrí en busca del edén prometido, en el que se podía alimentar a los osos, a las pájaros carpinteros, divisar pumas, ranas, tigrillos, etc. En conclusión, observar desde un lugar privilegiado el hermoso espectáculo de la naturaleza. Pero esa etapa de prosperidad no duraría mucho tiempo. “Desde el año 2012, nuevos nombres se empezaron a sumar a la comunidad de Chaparrí, sin ser precisamente fundadores de la ACP y sin figurar en los registros públicos. Hubo mucha infiltración”, explica Javier Ruíz. Para Ruíz, la razón de esta infiltración fueron los nuevos intereses que empezaron a girar en torno a la reserva. El más importante de ellos, la construcción de la presa embalse La Montería (parte del proyecto Olmos Tinajones) dentro del área protegida. “Resumiendo, existe una intención de reducir la reserva de 34 mil hectáreas a sólo 4 mil, para poder seguir con el proyecto que, de momento, se encuentra estancado. La llegada de invasores parece ser una estrategia para convertir la reserva en zona agrícola y así tener el camino libre”, alerta Ruíz. Mientras nos explica esta situación, el experto nos conduce hasta los terrenos ocupados por la familia Cruzado Carranza, una importante porción del bosque, ahora cercada con alambre de púas y totalmente devastada. Donde antes había un denso bosque en el que crecía el paloverde, el algarrobo y el zapote (principal alimento del oso de anteojos), además de una gran variedad de cactus y arbustos, hoy solo se observa una pampa de plantas quemadas y terreno aplanado con maquinaria pesada. Soberana indiferencia Lo peor de toda esta situación, no es que lleguen invasores a Chaparrí en busca de tierras, o que empresas privadas, como la brasileña Queiroz Galvao (implicada en el caso Lavajato), promuevan la construcción del reservorio La Montería. Lo más triste es que las autoridades competentes no hagan nada al respecto. “En el 2011 Chaparrí fue declarada una ACP a perpetuidad, eso quiere decir que nadie puede venir a apropiarse de las tierras y convertirlas en zona de cultivo. Esta es una reserva ecológica”, apunta el joven activista Marcos Diaz, uno de los muchos universitarios lambayecanos que participan como voluntarios para proteger esta zona. Según Díaz, desde que inició el conflicto con los invasores, hace poco más de un lustro, ningún representante del Servicio Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), del Ministerio del Ambiente (Minam), ha llegado por Chaparrí para ofrecer una solución. Tampoco lo han hecho el Congreso, el Ministerio del Interior ni otros organismos del gobierno central. Bosque encantado Mientras camina por uno de los senderos de la reserva ecológica, cerca del refugio de osos de anteojos salvados del cautiverio, Flor Vallejos confiesa que es la primera vez que visita esta zona. Pese a vivir varios años en El Mirador, nunca se había tomado esos cuarenta minutos que separan al caserío de este paraíso natural. —Esto es lo que defendía ‘Napo— le comenta uno de los guías— Ahora sabes por qué quería tanto esto. —Ya me doy cuenta— responde la viuda sin poder contener las lágrimas. Cómo no conmoverse, si a sólo unos metros de Flor un visitante da de comer con su mano a ‘Cholita’, una osa de anteojos rescatada de un circo. Si durante el camino, en menos de una hora, nos hemos cruzado con dos venados, una lechuza, una ardilla, un sajino y la famosa chilala, esa ave anaranjada que construye nidos de barro y que inspiró a los prolíficos artesanos moche. Hasta antes de que los lugareños dejarán la cacería como actividad principal en la reserva, el bosque de Chaparrí tenía la mala fama de estar encantado. Muchas personas que se atrevían a explorarlo nunca más eran vistas. Por eso el temor y el distanciamiento de algunos, como Flor. Hoy, una teoría respecto a ese mito sostiene que el bosque se vengaba de los cazadores desapareciéndolos, o convirtiéndolos en alguna de sus aves, plantas o mamíferos. Era el precio a pagar por el daño causado. Terminada esa etapa de depredación y barbarie, Chaparrí dejó de ser visto como un lugar peligroso y empezó a recibir a todo el que se comprometiera con su conservación. Es como si la naturaleza se hubiera reconciliado con los hombres. Flor Vallejos busca consuelo en eso. Fascinada con la belleza de este lugar mágico, ya no encantado ni maldito, como antes pensaba, prefiere creer que le debe mucho a estos árboles, a estos osos y aves, que tal vez sin saberlo hicieron de su difunto esposo un hombre mejor. Donde antes había un denso bosque, hoy solo se observa una pampa de plantas quemadas y terreno aplanado con maquinaria pesada”.