Juan Carlos Lázaro. Poeta de la generación del 70, ha publicado Desolado el techo donde se posaba el gato, un libro en que pesan el autoexilio, la poesía y los rigores de la existencia.,Sumergido en la ciudad, en su silencio, el poeta Juan Carlos Lázaro generalmente habla poco. Escribe poco también, y es que ha tomado su oficio, el de escribir poemas, como un ejercicio de rigor que lo hace, dice, distinto y distante de los poetas de su generación, la del 70. Acaba de publicar Desolado el techo donde se posaba el gato (Lluvia Editores), un poemario en el que pesa la soledad, el autoexilio, la contemplación reflexiva de la vida. El título parece resumir su poética: “la desolación”. La desolación, según he observado en mis trabajos poéticos, es una constante de la forma cómo concibo la vida y pretendo reflejar en mi poesía. El titulo corresponde un poco a Ezra Pound, al canto 39. Me parece que es una excelente imagen que concentra lo que quise expresar esta vez. Pero pertenece a una generación de mucho trote, de mucho ruido. Exactamente. Yo pertenecía a una generación atrabiliaria, bastante beligerante, que tenía como lema la ruptura con las generaciones anteriores. Parricidas… Un sector de ellos, parricidas. Yo, de alguna manera, también agitaba esa bandera, pero con el tiempo me fui dando cuenta que la retórica de esa poética, que era el “coloquialismo popular”, tenía muchas limitaciones. ¿Limitaciones en qué? La limitación en su propio lenguaje. El lenguaje callejero, de la jerga, el lenguaje conversacional, es muy limitado si es que no es tamizado con un sentido crítico bastante afinado como el que hizo Eliot. Aquí no se hacían las cosas así, entonces yo retorné a la tradición poética, específicamente a la de los surrealistas de los años 30. Estás diciendo que les faltaba un trasfondo crítico, filosófico, si se quiere, humanista… Desde luego, lo has resumido muy bien. Eso es lo que yo notaba de los poetas coloquiales de mi época. ¿Buscó ser un insular? Efectivamente. El hecho que me sintiera distinto de los poetas de mi generación me fue apartando, no de la amistad, sino de la forma de decir y de entender las cosas. ¿No le tentó algún grupo? No pertenecí a ningún grupo. Yo siempre he estado en el aire. He sido un disidente tanto poética como políticamente. Siempre he estado en las minorías, al margen. Soy muy critico de mi entorno y eso crea una gran soledad. El hecho de ser un poeta de la desgracia, la derrota, la calamidad, no es nada atractivo. ¿Está negando lo que para muchos era un virtud, el lenguaje callejero? Eso fue todo un apogeo que luego demostró sus limitaciones. Los poetas que produjeron muchos libros con esa retórica, actualmente desandan el camino. Ya se han corregido, tratan de ser poetas con más rigor formal porque entienden realmente el fundamento y la adultez de la verdadera poesía. ¿Quiénes...? Los poetas de mi generación. Ellos no suelen recordar ni remitirse a los primeros poemas ni a sus primeros libros, prefieren quedarse con los últimos. En cambio yo no tengo que pasar ningún arrepentimiento. Haberme apegado al rigor formal, en cualquiera de sus formas y sus escalas, me ayudó a hacer una poesía de regular dimensión con la cual he tenido continuidad. Sigo en ello buscando madurar. En su libro hay una constante meditación. Lo que pasa es que concibo la poesía como lo hacían los antiguos griegos, antes de Sócrates y Platón. Cuando poesía y filosofía iban de la mano, eran un mismo quehacer. Sin embargo, Sócrates y Platón impusieron un racionalismo que divorció la poesía de la filosofía. Hicieron del filósofo el hombre teórico, racional, y al poeta lo descalificaron porque su terreno iba más por el lado de la imaginación, de la ficción. Pese a eso, los resultados fueron adversos para los propugnadores de la razón. Los monstruos de la razón están a la vista: las guerras mundiales, el fachismo, el estalinismo y todas esas lacras que han azotado y castigado a la humanidad. ¿La razón incita a imponer? Exactamente. Los políticamente correctos son hijos de la razón, los totalitarismos y las burocracias también lo son. Su libro decanta el exilio. Claro que sí, el poeta es un gran exiliado. Desde que Sócrates y Platón expulsaron al poeta de su república es un paria. Es como el profeta Jeremías, el más profundo de los profetas del Antiguo Testamento y el autor del más hermoso libro, Las lamentaciones. Aquel que solo proclamaba y advertía sobre las desgracias que se cernían en un pueblo que no creía en el amor y no le hicieron caso, ese pueblo terminó sometido a la esclavitud. El poeta es algo así actualmente, una voz que clama en el desierto. Es un parásito social, un payaso, un clown, el hombre sin oficio ni beneficio, el cual es despreciado y marginado totalmente por este sistema de la oferta y la demanda. La urbe es otro universo. Aquí, en Lima, hace pasear a Eliot, Pitágoras, Diógenes... Sí, porque yo soy un personaje netamente urbano. Me he criado y crecido en Lima. La urbe me resulta fascinante, para mí es la Babilonia moderna. Es la ciudad del pecado, de lo turbio, lo terrible que concentra la civilización moderna. La civilización es urbe. En ese sentido, me resulta fascinante y a la vez terriblemente provocadora para hacer poesía.