Venancio Shinki. Pintor, Usted, al revés de otros pintores, entró a la pintura después de la fotografía. Lo que pasa es que mi padre muere cuando yo tenía 9 años y, a los 13, más o menos, me deja mi mamá. Cuando quedé huérfano, hablo con el capo de la colonia japonesa de San Nicolás (Supe), el señor Isayama, y le digo: quiero seguir estudiando. Me dijo: pero para eso tienes que trabajar. No hay problema, yo trabajo en lo que sea para ganar algo y pagar mis estudios. Al día siguiente, él ya se había conectado con otro japonés, el señor Mesaki, que tenía una cadena de tiendas fotográficas acá en Lima. Me trajo y me entregó formalmente a él. ¿Y cómo empezó su contacto con la fotografía? Aprendiendo desde cero, haciendo la limpieza del taller. Y al ver que me iba superando rápido, me puso a retocar los negativos, para borrarles las arrugas de las viejas, las papadas de los viejos (risas). Y luego me convertí en un ducho en la luz sobre la gente. ¿Y cómo llega a la pintura? Bastantes años pasaron, como 15, hasta que me independizo del señor Mesaki y, en la avenida Manco Cápac, puse mi estudio fotográfico estupendo. Un día un amigo, un zambito, viene con una escultura para tomarle una foto. Yo admiraba la escultura. ¡Qué belleza, cómo podría hacer una cosa de esta naturaleza! Y cuando viene a recoger la escultura, le pregunto: ¿tú dónde has estudiado? En la Escuela de Bellas Artes, me dijo. ¿Cuándo descubre al artista que llevaba dentro? Eso fue excepcional. Llega a mis manos una revista y al pasar las hojas veo una cara de una mujer. Guau, decía, este sí que es un gran fotógrafo: esa luz que le pone, esa media tinta que le deja en la cara, el fondo que ha elegido. Es un trome. Y abajo veo y decía: óleo pintado por fulano de tal (risas). Entonces yo dije: ah, no, de todas maneras tengo que ir a Bellas Artes. O sea que al principio usted fue un pintor figurativo… Sí. Al principio. Después de nueve años de estudio en la escuela, termino como pintor abstracto. ¿Cómo rompió con lo figurativo y pasó a ese estilo onírico que lo caracteriza? De a pocos, yo fui sintiendo una cosa de la naturaleza que tanto me gusta hasta ahora. La otra cosa es la huella que deja la naturaleza. Hubo un hecho: un paseo en la playa con los amigos. Al fondo estaba el mar y era pura arena acá, y aquí estaba el paredón del cerro. Y de repente comienzo a ver las rajaduras, una huella grandiosa. Dije: ¿qué es esto? ¡Esto es bello! Ya todos se estaban bañando y yo como un loco seguía mirando (risas). Esa es una mirada completamente contemporánea. (Risas). Totalmente. Entonces me estaba alimentando de eso para mi nueva pintura. Y esa infancia dura, con su padre perseguido, con los japoneses maltratados, ¿se ha traducido en su pintura? No, solamente una vez, cuando habían pasado muchos años, un argentino me dijo una cosa muy fea, porque me vio japonés. Entonces hice una interpretación de esa escena. Eso fue años previos de la Segunda Guerra Mundial. Fue horrible. Horrible. Horrible. ¿Cómo veía de niño eso que le pasó a su padre (vivió huyendo y falleció a consecuencia de eso)? Yo era consciente, tanto que, cuando él hacía su siesta, me obligaba a meditar. Se echaba debajo de un huarangal y yo cerraba los ojos y él me decía: no eres tú, eres otra cosa, y piensa lo que se te viene a la cabeza. Y salían cosas extrañísimas. ¿Qué se siente ser uno de los grandes pintores vivos de este país? No me siento grande. De verdad. En ese aspecto soy muy humilde. Todos hablan de eso. La gran cantidad de poetas que había en Expreso (donde fue ilustrador) pasaban por mi taller, que quedaba a dos cuadras, y me alababan y todo. Y yo les decía: me están alabando, porque aquí yo les estoy dando cerveza (risas). ¿Sigue evolucionando su pintura? Quisiera evolucionar más. Lo que pasa es que ya estoy con las justas. Me han operado tres veces el corazón y tengo que ir con cierta regularidad a chequearme. Y en una de esas el doctor me dice: Venancio, tienes una edad como para ya dejar a un lado tu profesión. ¿Qué le dijo usted? Lo miré y le dije: Guillermo, eso nunca se lo digas a un artista, porque lo que hace lo lleva por el resto de su vida y yo voy a pintar hasta el último momento de mi vida. Siempre estoy pensando en pintura. Si no pinto, me siento triste.