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Cultural

Carlos Reyes Ramírez: “La época del caucho es una herida que no sana”

El poeta amazónico, Premio Copé 1986, acaba de publicar Ukamara. Ojo de serpiente, un poemario que recorre la historia real y mítica de nuestra Amazonía.

Carlos Reyes Ramírez escribe la novela "Ukamara. Ojo de serpiente", un poemario que retrata escenas del bosque amenazado: nuestra amazonía. Foto: Rodolfo Cruz / La República
Carlos Reyes Ramírez escribe la novela "Ukamara. Ojo de serpiente", un poemario que retrata escenas del bosque amenazado: nuestra amazonía. Foto: Rodolfo Cruz / La República

El libro se titula Ukamara. Ojo de serpiente (Pakarina Ediciones). Y es como un río, navegable. Es como un bosque, enmarañado de historias. A través de sus poemas, remontamos la realidad amazónica, los hechos históricos, pero también la memoria mítica, subjetiva. Y todo desde la conciencia, acaso herida, de los tiempos presentes. Carlos Reyes Ramírez, Premio Copé 1986 y fundador del grupo poético amazónico Urcututu, escribe desde el bosque amenazado: nuestra amazonía.

¿Un libro de tema histórico y subjetivo al mismo tiempo?

—Creo que es un libro que trata de abarcar varios aspectos de la realidad amazónica. Digamos, de la naturaleza, lo objetivo; pero también recorre territorios de la subjetividad. Sobre todo de la subjetividad del hombre amazónico que soy, que he vivido en este lugar. Yo soy un hombre amazónico completo. Siempre estoy ligado a esta tierra a pesar de haber viajado mucho y lejos, fuera del país, pero para mí la Amazonía es fundamental. Es la visión del hombre amazónico, con todos sus problemas, sus tristezas y alegrías.

En la primera sección, “De buhoneros y pájaros”, hay un poema que no tiene título, en que dos pájaros conversan. Para mí es la sustancia verbal del poemario. Grafica lo mítico y lo real.

—Es que eso es tan común en la vida del hombre rural amazónico. Creo que la ruralidad, aunque haya rasgos de ciudad, está presente de una manera imponente en el libro. Este poema en que los pájaros hablan, y que parece ser un haiku, eso es la realidad. El hombre amazónico concibe algunos elementos de la naturaleza dándole una voz. Es el caso, por ejemplo, del pájaro “victordíaz”, cuyo silbido parece que dijera “Víctor Díaz”. Es onomatopéyico.

Ukamara es el ojo de serpiente. Se entiende como un mito, pero también como si fuera un lugar.

—Ukamara, en realidad, es un espacio geográfico que esta entre el río Ucayali y río Marañón. Yo hago un juego de lenguaje, que asimile el sincretismo cultural del hombre amazónico, porque trato de que ese Ukamara no solo sea un lugar en la geografía, sino también que sea todo. Sea amor, odio, territorio, tristeza, alegría, esperanza, aire, agua. Sea una deidad que integra todo y que está en todas partes.

¿Un aleph amazónico?

—Algo así, como un aleph amazónico. Ukamara, además de dios, son los niños caminando por los carrizales, platanales, por todos los lugares. Eso pretende este libro, las subjetividades, pero también la realidad persistente.

El poema que precede todo el libro, ‘La raíz’, plantea el tema del origen. ¿Buscas explicarlo?

—Sí, pero explicarlo desde varios puntos de vista, porque en la selva todo aquello que termina da lugar también al origen. El agua que brota en el manantial, la germinación de la semilla, el huevo que eclosiona, todo eso es la búsqueda de los orígenes en el libro.

En ‘Buhoneros y barajas’ se dice: “Se escuchan sonidos de árboles crepitando, se derraman improperios y odios soterrados y todo perece y todo renace”.

—Así es. Ese dualismo que existe entre la vida y la muerte. Yo he viajado bastante por los ríos y en esos viajes he visto a gente jugando cartas, verdaderos tahúres. Ese juego de pasatiempo para ellos es una guerra. Esa es la anécdota, pero nos permite decir otras cosas también, como, por ejemplo, los grandes problemas que ha tenido la Amazonía, como la época del caucho, que es una herida abierta, que está allí, recordándonos una época nefasta, y que no hay que olvidar para que no se repita.

En ‘Tiempos de plaga’ se lee: “Mi madre cosía los pantalones caqui de los mandones del pueblo”. Ellos se apoderaron del bosque…

—Eso tiene una explicación. En la Amazonía los patrones eran muy comunes. Y los patrones que refiere el poema representaban exactamente a esos grupos de poder que quedaron desde siempre allí. Estuvieron siempre allí, desde la época del caucho y causaron tropelías. Esos mandones son rezagos de esas épocas.

Otro tema, de tiempos más recientes, es la contaminación: “Sobre la yerba ha caído el vómito negro de la mañana”. Derrames petroleros.

Puede ser los derrames petroleros, pero también puede ser todo aquello que nos contamina, que nos ha destruido la vida. La Amazonía es un ecosistema tan frágil y ha sido demasiado agredido. Los verdaderos dueños del bosque, los pueblos originarios, siempre lo han defendido porque saben cómo manejarlo sin destruirlo. El extractivismo a ultranza le ha hecho mucho daño.

Y la agresión política. Alan García dijo que los pobladores amazónicos no eran ciudadanos de primera clase. Un poema refiere al bombardeo de Requena, en 1964.

—Así es. El poema refiere la famosa expedición al Yaquerana, que surgió en Requena, montada por empresarios que trataban de buscar caminos para la extracción de la madera, aunque ellos decían que se trataba de hacer una carretera para el “desarrollo”. En esa búsqueda, se encontraron con los matsés, quienes, al ser invadidos, se defendieron. El Gobierno de Belaunde actuó de la peor manera, ordenó a las Fuerzas Armadas a bombardear esa zona. Se dice que se empleó napalm, esa bomba que quema los cuerpos y que se usó en la guerra de Vietnam. Y esta defensa que hago me corresponde. Yo nací en Requena, no puedo estar ajeno, más aún ahora que hay personajes oscuros que tratan de defender lo indefendible.

¿Aún hay mucho que decir de la época del caucho?

—Sí, es una herida que no sana, pero aquí hay que reconocer el trabajo de denuncia, primero de peruanos como del periodista Benjamín Saldaña Rocca, pero también el caso del irlandés Roger Casement, que Vargas Llosa trata en su novela El sueño del celta. Creo que el mérito de la novela de Vargas Llosa es haber puesto en vitrina El libro azul, el informe de Casement sobre los abusos del Putumayo.

¿La agresión continúa?

—No se ha detenido. Y más ahora que se escuchan voces de políticos, de comerciantes, pretenden “desarrollar” la Amazonía, pero acabando con los grupos originarios. Como es el caso de un grupo de políticos que han salido a cuestionar la Ley PIACI, que es una ley que defiende a los pueblos no contactados. Quieren desconocer esto porque eso dejaría libre sus intenciones de explotar la Amazonía sin orden ni armonía.

Ante esa visión de destrucción, ‘Preguntas para el nuevo siglo’ propone un rescate a través de preguntas. Una de ellas: “En qué momento los ríos se apartaron de nuestras manos para convertirse en llanto de la gente del agua”.

—Sí, tenemos que entender que sin naturaleza no podrá haber vida. Nos ha tocado vivir una de las plagas, la COVID-19. Hay teorías que afirman que el virus bien podría haber saltado de los animales, que cada vez están más cerca al hombre porque, sencillamente, hemos destruido su hábitat. Esta peste del covid no será la última mientras nuestra carrera extractivista no respete la naturaleza. El hombre es el destructor de su entorno y de su propia vida.

La deuda amazónica

El artista Rember Yahuarcani sostiene que, por ejemplo, muchos antropólogos, más que ayuda, han ido a saquear, culturalmente, a los pueblos amazónicos.

—Dependerá mucho de qué tipo de antropólogos hablamos. En términos generales, es cierto. Dependerá mucho del carácter moral y ético del antropólogo.

¿Hay una deuda que devolver, como dice Yahuarcani?

—Es cierto, hay todavía una deuda. Los antropólogos deberían brindarnos todo aquello que se han llevado. Eso me parece importante, aunque es una posición muy polémica, por decir lo menos. Pero tiene mucho de verdad. Entiendo que hay antropólogos que hicieron de las suyas, pero no hay que ponerlos a todos en un mismo saco. Debemos rescatar, por ejemplo, a Eduardo Viveiro de Castro, que en su libro La mirada del jaguar plantea una teoría muy importante: el perspectivismo amerindio.

¿La poesía amazónica está bien valorada? ¿Urcututu salió para decir aquí estamos, esta es nuestra poesía?

Creo que hay un gran esfuerzo, no solo de Urcututu, sino también de otros grupos y poetas por mostrar que aquí hay una literatura y tiene calidad. En ese sentido, estamos tratando de hacer cosas importante desde este lugar. Esperamos esa valoración también desde los centros culturales, por supuesto también de Lima. No se debe olvidar que desde la provincia se han hecho cosas maravillosas. Vallejo, Oquendo de Amat, el grupo Orkopata eran de provincias.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.