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Inquietudes electorales y motivaciones, por Hernán Chaparro

"Cuando se discute en familia, entre amigos o en redes sociales, sobre diversos temas de coyuntura o la pertinencia de tal o cual característica de candidato para futuras elecciones, probablemente estamos hablando, también, de nosotros mismos".

(*) Psicólogo social. Facultad de Comunicación, Universidad de Lima.

Si bien todo indica que hay un largo y agotador camino por recorrer hasta llegar a celebrar las elecciones generales del 2026, hay quienes han recordado que la convocatoria a este proceso se hace el próximo año. Ya falta poco, dicen algunos. Puede ser motivo para evaluar alternativas, dirán otros. ¿Cuáles pueden ser las motivaciones detrás de este interés?

Pueda que la memoria sobre estos temas, a pesar de la lejanía en el calendario, esté vinculada a la falta de legitimidad de la presidenta y el Congreso. Como es evidente, y se ha analizado reiteradas veces, esta situación no ha llevado a un adelanto electoral. Para algunos porque el reemplazo podría ser peor que la oferta actual. Para otros porque consideran que más allá de la falta de apoyo ciudadano, lo más sano, institucionalmente hablando, es esperar que el período que señala la Constitución se cumpla. En todos estos casos, pensar en la cercanía de las elecciones podría ser una suerte de premio consuelo. Un tenue bálsamo para la desagradable disonancia cotidiana que se promueve desde la plaza Bolívar y la plaza de Armas. Algo así como compensar el frustrado, o rechazado, adelanto de elecciones con la idea de que la fecha tardará en llegar, pero ya se atisba el inicio de la despedida. Saber eso sería suficiente por ahora.

Otra razón, vinculada a la anterior, es que poner en nuestra agenda mental la proximidad electoral se convierte en una oportunidad, una vez más, para imaginar quién (Presidencia) o quienes (Congreso) podrían ser los reemplazantes. Es cierto que uno de los motivos por los que el adelanto de elecciones no cobró fuerza suficiente fue porque amplios sectores consideran que los posibles reemplazos serían iguales o peores. Para estas personas, adelantar elecciones sería apurar una pesadilla anunciada. Pero más allá de considerar esa posibilidad, la esperanza y la necesidad de encontrar alternativas están ahí. Son creencias y sentimientos que hoy no se expresan con fuerza, o se quedan latentes porque no se percibe a nadie capaz de canalizarlos, pero ahí se mantienen, aguardando mejores tiempos y alternativas. Persuadidos de no hacerse por ahora ilusiones, considerarían que vale la pena especular sobre quién podría ser un buen candidato o cuáles serían sus características. Un ejercicio de adelanto menos peligroso.

Otro motivo para traer a la mente este proceso es que este año casi la mitad del orbe asistirá a un local de votación por una convocatoria a elecciones generales (Estados Unidos, México y Uruguay, entre otros), solo presidenciales (Rusia y Venezuela, por ejemplo), solo parlamentarias o regionales en otros países. Según el diario El País, un escenario inusual desde que se instauró, hace poco más de 200 años, el sufragio universal.  Más allá de que varios de estos eventos tendrán consecuencias importantes en la dinámica global y regional, las elecciones en algunos países terminan siendo un espejo en el que nos miramos.

Una dinámica donde nos identificamos, positiva o negativamente, con una u otra posición o candidato.  Un lugar fuera del país que lleva a discutir y reflexionar sobre lo que pasa y podría pasar en el nuestro. Algo de esto ha ocurrido con las elecciones en Guatemala, Argentina y recientemente en El Salvador. Lo mismo ocurrió con las elecciones anteriores en EEUU.  Ahora, que en la práctica las PASO se han eliminado, seguir de cerca estos procesos electorales, sobre todo para los interesados en algún nivel por la política o los asuntos públicos, sería una suerte de primarias simbólicas y emocionales donde se discutirá de candidatos, pero en el fondo se pondrá sobre la mesa convicciones más profundas sobre la política y la convivencia, sobre diversas creencias y actitudes que nos son relevantes. 

En algún momento se votará. Las variables que influyen en la decisión del voto, especialmente en la primera vuelta electoral, son diversas. Algunas dependen del entorno y de la oferta política e institucional, por ejemplo, lo que ocurra con el sistema electoral.  Otras se vinculan con aspectos psicosociales de los votantes. Muchas de ellas interactúan entre sí y tienen distinto peso en la decisión final. Siempre se señala que como en nuestro país no hay identidades positivas partidarias, la coyuntura y los antis tienen un peso considerable en lo que toca a la decisión personal. En una ciudadanía donde priman la desafección política y/o los sentimientos antiestablishment, junto con una alicaída oferta electoral, la volatilidad del voto, especialmente en primera vuelta, es muy grande. Cada vez más, el porcentaje de personas que una semana antes de ir a las urnas no sabe qué marcar en la cédula, aumenta. Pero la decisión se toma, ¿desde dónde?

Hay una serie de estudios que se han realizado desde la psicología política, que plantean que nuestros sistemas de creencias políticas tienen un rol en esta toma de decisiones. La teoría clásica sobre los sistemas de creencias políticas, al comienzo, ponía mucho énfasis en la fuerza de la vinculación existente, la coherencia, entre las diferentes creencias y actitudes que la componen, así como en la importancia del análisis de costo beneficio en este proceso. Se asumía que, si una persona era conservadora o liberal, de izquierda o derecha, el conjunto de sus actitudes y comportamientos, incluido el voto, se movería en ese sentido.

Pronto se vio que esto solo se daba entre las personas más implicadas con la política o los asuntos públicos y que se puede ser, por ejemplo, liberal en lo político pero conservador en lo social.  El libro de Alfredo Torres, Elecciones y decepciones, muestra interesantes datos para el Perú en esta línea. Los sistemas de creencias políticas son más bien multidimensionales y albergan mayor complejidad. Además, las decisiones que tomamos están afectadas por una serie de sesgos donde las emociones y necesidades internas juegan un rol importante. El psicólogo social John T. Jost ha liderado una serie de estudios donde muestra que hay una relación entre nuestros sistemas de creencias políticas (en nuestro caso, percibirse de izquierda, centro o derecha) y nuestros rasgos de personalidad.

Sostiene que las personas nos sentimos atraídas por sistemas de creencias políticas que satisfacen nuestras propias necesidades e intereses psicológicos. Por ejemplo, que una fuerte necesidad de gestionar la incertidumbre y las amenazas se encuentra vinculada a valores políticos conservadores, como son el respeto por la tradición y la aceptación de la desigualdad.  Esto muestra que cuando se discute en familia, entre amigos o en redes sociales, sobre diversos temas de coyuntura o la pertinencia de tal o cual característica de candidato para futuras elecciones, probablemente no solo estamos intercambiando ideas sobre política, sino que estamos hablando, también, de nosotros mismos.

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Hernán Chaparro

La otra orilla

Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.