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Golpismo y topologías de la corrupción

“Quien tuvo la oportunidad de representar la urgencia por un país más justo, solo fue un actor sin guion y sin talento que por querer salvarse terminó traicionando a la democracia que juró defender”.

Pedro Castillo, el golpista, cayó como alguien que estudió dedicadamente cómo desperdiciar su máximo logro, la presidencia, cual si fuese una bagatela irrelevante. La opereta bufa de su gobierno culminó con un sainete que provocó hilaridad cuando intentaba demostrar poder.

Será difícil encontrar algo que salvar, más allá de lo simbólico que fue escoger al primer peruano de origen campesino como presidente; al mismo tiempo fue otro más de los muchos improvisados audaces que sin medir las consecuencias aceptaron su suerte sin sincerar su incapacidad.

Si Fujimori optó por vender su alma a un diablo, Castillo pareció vivir en una tómbola de sátiros, cada día uno nuevo ofreciendo complicar más las cosas a cambio de una endeble intención de proteger al centro de la trama.

Porque Pedro Castillo, en el mejor de los casos, facilitó una red de corrupción que parecería un sistema telefónico antiguo: todos los intentos terminaban llegando a su despacho. La legión de absurdos ha ido difuminándose: aquel que guardaba dinero en el inodoro de su baño se mezcla con el que vendía agua como remedio, como con el pariente de las donaciones rusas.

¿Cuándo fue él y cuándo fue gente que encontró en Castillo el lienzo perfecto, vacío y listo para ser aprovechado, y lo usó para sus fechorías? Quizá los detalles nunca queden claros.

Pero sus antagonistas pertinaces, los congresistas de distintos colores y gustos, existen en su propia topología corrupta.

No es solo dinero: algunos quieren mantener las prácticas de facilitación del amiguismo, del “hermanito” que por esas cosas de la vida siempre gana licitaciones; otros quieren impedir que les impidan sus negocios, que sus garages sigan siendo universidades o que sus carcochas destartaladas sigan siendo servicio público; otros prefieren proteger su impunidad, moral o política.

Es como la Internet, un tejido distribuido, donde los nodos solo se contactan cuando lo necesitan pero si no, siguen adelante, sin estorbar al del costado.

Eso es parte del drama de Castillo: en tiempos de corrupción de extremo a extremo, donde todos pueden intentar ganarse alguito, él trajo un modelo arcaico: fue un teléfono de disco en tiempos de la Internet de las cosas. Puesto en evidencia más rápido, la jauría mediática no perdió tiempo en hacer evidente lo que pasaba.

Ahora, las múltiples redes de corrupción, aliadas en sacarse de encima al accidente electoral, tienen todo para fortalecerse en el poder. Aquel que debió convocar al pueblo para cambiar al país, quien tuvo la oportunidad de representar la urgencia por un país más justo, solo fue un actor sin guion y sin talento que por querer salvarse, terminó traicionando a la democracia que juró defender.

Eduardo Villanueva Mansilla

Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.