HallazgosSiendo una veinteañera viajó a España y conquistó el ambiente intelectual de la década del treinta. Publicó cuatro novelas en tan solo seis años. Fue allegada a Vallejo, aviadora, periodista y viajera. Mosko-Strom, su tercera novela, ha sido reeditada y ya está entre nosotros. ¿Por qué no conocíamos a Rosa Arciniega?,El misterio de Rosa Arciniega,El misterio de Rosa Arciniega,El misterio de Rosa Arciniega,El piloto se quedó sorprendido. La alumna Rosa Arciniega sabía manipular los controles de la avioneta. "No es la primera vez que me subo a una", contó con autosuficiencia, vistiendo con elegancia su uniforme de aviadora. En el Perú ya había sobrevolado Lima un par de veces. Incluso había tenido un accidente cuando su nave cayó al río Rímac, contratiempo que había superado de lejos. Así se lo explicó a un periodista que cubría ese acto en Valencia. Estaba entusiasmada por reanudar sus actividades "aviatorias". "A mí no me asustan estas cosas", enfatizó Rosa, y a continuación emprendió el vuelo. Tras hacer varias acrobacias en el cielo, descendió y fue recibida por los aplausos de las otras alumnas. Estamos en la España de 1932. La afamada periodista y escritora peruana, Rosa Arciniega, radicada en Madrid, se había matriculado en la Escuela de Aviación Civil dispuesta a mostrar su pericia para volar. Volvía a ser noticia y su foto aparecería una vez más en alguna primera plana. Arciniega, siendo tan solo una veinteañera, era una personalidad en España. En tan solo un año había publicado dos novelas: Engranajes y Jaque Mate (1931), que fueron muy bien recibidas por la crítica. En poco tiempo se había hecho de contactos y colaboraba como periodista en varios periódicos. Frecuentaba, además, los círculos intelectuales más respetados, como el del filósofo José Ortega y Gasset, de quien era discípula. Estaba afiliada al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Casi ningún tema de la vida social le era ajeno. Era un prototipo de "mujer nueva", con profesión y estilo de vida fuera de lo convencional. Volvamos a la pista de aterrizaje. Un periodista bromea con Rosa y le dice: "Estamos entonces ante una literata de altos vuelos". A lo que ella responde con cierto sarcasmo: "La verdad es que tengo el propósito de abandonar la literatura para consagrarme a la aviación, porque en ella podría alcanzar más elevadas posiciones que en las letras. Y quizás con menos riesgos y mayor tranquilidad". Anarquista mística Hasta hace unas semanas, Rosa Arciniega era un personaje desconocido en el Perú. Salvo en algunos círculos académicos, su nombre no encontraba eco en el santuario de los grandes escritores nacionales, poblado, sobre todo, por hombres: Vallejo, Valdelomar, Martín Adán… ¿Arciniega? ¿Quién? Pues esta omisión ha quedado saldada al ser relanzada en Lima, 86 años después, Mosko-Strom. El torbellino de las grandes metrópolis, su tercera novela de ciencia ficción, publicada por primera vez en 1933, que –a decir de los estudiosos de la obra de Arciniega como el PhD. Patrick Duffey, del Austin College de Texas, Estados Unidos– está al nivel de novelas futuristas clásicas como Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. Haciendo un trabajo de arqueología literaria, la editorial española Renacimiento la ha rescatado y nos ha devuelto a una escritora, o como dijo la poeta Victoria Guerrero en la presentación del libro: "Nos ha entregado a una heroína... esas que buscamos en la adolescencia para adorarlas, para coleccionar sus escritos, sus imágenes". Y vaya qué imagen tenía Rosa. Ella quería provocar. Tenía una apariencia andrógina, vestía de sastre y corbata como un muchacho, pero no dejaba de lucir las cejas finísimas y el rouge en los labios como las mujeres de su época. Llamaba la atención de los españoles lo exótico de su origen. Era peruana, vivía rodeada de cosas extrañas como cráneos de indios, minerales, serpientes flotando en frascos de alcohol, pipas de Kif. Atraída como a un imán por Rosa, la sevillana Inmaculada Lergo, peruanista y editora de Mosko-Strom, ha seguido el rastro de su vida. A su paso por Lima, apunta algunos detalles sobre ella: Se conoce que nació en la capital en 1909 (fecha que aún está en entredicho); que se casó a los quince años con José Granda Pezet, descendiente de una familia adinerada; que probablemente tenía ya una hija cuando viajó a Europa por recomendaciones de su médico pues sufría de fiebre de Malta y necesitaba cambiar de aires. Pero además de mejorar su salud, lo que requería Rosa con urgencia era concretar su vocación como escritora, apunta Lergo. Se dice que dejó el Perú ya nutrida con ideas de izquierda, pues había formado parte del círculo ideológico de José Carlos Mariátegui, y parece que en Madrid se unió a la célula marxista-leninista que formó el poeta César Vallejo. Influencias ideológicas que se filtran en su obra. "Mis padres me contrariaron mucho en mi vocación. Yo soy una anarquista mística; mis libros tienen un fondo serio, filosófico… He luchado sola", declaró en una entrevista a los 25 años. Su estancia en España, que se prolongó de 1929 a 1936, fue como abrir la compuerta de un dique de productividad pues se volvió imparable. "Poseía un espíritu tan intrépido que no le daba miedo escribir sobre temas que tradicionalmente habían sido casi exclusivamente de hombres: novelas de protesta social, de la política europea, de ciencia ficción, del cine y de la historia de la conquista de América", señala el profesor Patrick Duffey. En Engranajes, su primera novela, se sumergió en la vida dura de los obreros explotados en las minas. Esta fue reconocida como "la novela del mes" por la crítica española, título que al mes siguiente fue concedido a La agonía del cristianismo, del universal Miguel de Unamuno. Si la obra de Arciniega estaba en ese nivel, ¿por qué no la conocimos sino hasta ahora? Rescatar a la heroína Cosmópolis es una ciudad gigante que lo devora todo, que palpita al ritmo de las máquinas y que está gobernada por la prisa, que ha terminado por esclavizar a sus habitantes. ¿Le suena conocido? ¿Acaso no vivimos ahora en las grandes ciudades que profetizaba Arciniega en Mosko-Strom? Es una distopía que imagina una sociedad futura viciada por la modernidad, "cada vez más deshumanizada, en la que uno es parte de un gran engranaje, de una gran máquina, en vez de ser parte de una comunidad", dice la joven escritora peruana Andrea Cabel, que descubrió a Rosa a raíz de esta novela. La vida de Rosa aún tiene cabos sueltos. En el archivo de colecciones especiales de la Biblioteca Central de la Pontificia Universidad Católica se preserva un file con todo tipo de documentos, entre ellos, cartas familiares. En una de ellas, le escribe su hija pequeña Poupeé, desde Lima, donde vivía con sus abuelos: "Espero que salga tu libro cuanto antes. Pues van a ser dos años. Y dos años es bastante para que no estés aquí". Aún no se sabe cómo hizo Rosa para compaginar su vida intelectual y familiar, o si la maternidad fue para ella un peso. Pero antes de seguir hurgando en su intimidad, hay que decir que, tras su éxito en España, tuvo que huir de ese país al estallar la Guerra Civil en 1936, hecho histórico que al parecer sepultó su obra y la borró de la historia. Luego, Rosa siguió rodando por otros países y produciendo artículos y cuentos para periódicos de New York, California, Bogotá, Guayaquil y Buenos Aires. En este último destino echó raíces su familia. Allá murió Rosa Arciniega en 1999. Sus nietos aún conservan documentos de la intensa vida de la abuela. Allá podremos encontrar más respuestas sobre nuestra heroína.