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Sociedad

Las ruedas de la violencia

“Quien mejore este tráfico endemoniado, le hará un servicio invalorable a la comunidad. Alcalde Muñoz: te estamos observando”.

Jorge Bruce
Jorge Bruce

En una entrevista realizada por Renzo Gómez Vega a Martín Caparrós y publicada en Domingo de La República, el escritor argentino responde: “Aquí el tráfico se ha convertido en una especie de psicosis omnipresente”. La frase es irónica, se entiende. Pero no del todo falsa. Todos somos testigos y víctimas, en mayor o peor medida, del infierno vehicular limeño. No es solo que nuestra congestión sea una de las peores del mundo (la tercera, según una reciente medición de World Economic Forum). Es que esto viene aunado con un comportamiento de feroz desvinculación con la suerte del otro.

Para muestra un botón: transitaba en mi bicicleta por la intersección de las avenidas Ricardo Palma y República de Panamá, cuando el semáforo “inteligente”, al que le faltaban como 30 segundos para pasar de verde a rojo, lo hizo de golpe. Resultado: un auto embistió la rueda trasera de un motociclista, el cual felizmente logró mantener el equilibrio y no caer a la pista. Observé la escena y sucedió lo que temía, pues ya he visto muchas situaciones similares en nuestra capital. El auto que golpeó a la moto siguió de largo, como si nada hubiera ocurrido. Las demás personas hicieron exactamente lo mismo. Nadie paró, nadie miró. Negaron que ese accidente podría haber sido fatal. Lo escindieron. Lo convirtieron en una alucinación negativa. En masa.

De pronto la metáfora irónica de Caparrós comienza a parecerse a un diagnóstico. Todos esos mecanismos citados en el párrafo anterior corresponden a la parte psicótica de la personalidad. Y son operaciones defensivas, adaptativas. Es decir que están ahí para protegernos de un mal mayor. Este sería la depresión catastrófica de constatar que vivimos en una ciudad abandonada a su suerte. De ahí que la indolencia frente al sufrimiento o el riesgo ajeno sea cada vez más habitual entre nosotros. Por eso resulta tan reconfortante que la joven y flamante ministra de Economía, María Antonieta Alva, afirme en El Comercio: “El problema del Perú es que todavía la gente no vale lo mismo”. La esperanza que subyace a esa juventud y se expresa en ese optimista “todavía”, es un bálsamo en medio de este caos violento y desalmado. Pero no es suficiente. Quien mejore este tráfico endemoniado, le hará un servicio invalorable a la comunidad. Alcalde Muñoz: te estamos observando.

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