La Tierra ya no soporta más.
El nitrógeno se expande rápidamente, ahogando personas y organismos vegetales. Uno a uno, los distintos cultivos que sirven para alimentar a una creciente población mundial han sucumbido a una plaga, y el maíz es lo único que puede aún plantarse. Para enfrentar la situación, la población mundial ha reorganizado su estructura social, privilegiando a los granjeros y las ciencias agrícolas por encima de otros trabajos. Se espera que esto permita evitar lo que se sabe es inevitable: el colapso planetario.
De manera paralela, lo que queda de la NASA ha estado trabajando en un plan para salvar a la especie humana y colonizar algún planeta que tenga características similares a la Tierra. Se han enviado expediciones tripuladas en una misión casi suicida para explorar posibles planetas, gracias a información enviada misteriosamente a Joseph Cooper, un ex-astronauta convertido en granjero que terminará llevando la nave Endurance a través de lo más profundo del universo y de agujeros negros como Gargantua; y a su hija Murphy, quien diseñará las primeras colonias de humanos en el espacio.
Este es el trasfondo de Interestelar, la película dirigida por Christopher Nolan y lanzada en 2014, y que ahora se encuentra en cines. Antes que el tema especial, la película retoma uno de los tópicos favoritos de Nolan: el tiempo. Ya había experimentado y roto la dimensión lineal del tiempo en Memento, Inception y Tenet, haciendo de esta técnica un sello distintivo que le abría nuevas posibilidades narrativas. El reestreno de Interestelar una década después tiene como propósito traerla de vuelta a las salas de cine para una nueva generación que ha crecido viendo películas en sus pantallas de teléfono y ordenadores, pero sin experimentar el ritual colectivo de verla en una pantalla gigante y un sistema de audio y visual que jamás podrá reproducir un teléfono o una tablet.
La película se ha convertido en un referente de la ciencia ficción, no tanto por los escenarios futuristas inalcanzables que suelen caracterizar a este género, sino por insertar coyunturas históricas con posibilidades plausibles. Así, el agotamiento del planeta y la imposibilidad de alimentar a la población se inspiran directamente en un fenómeno conocido como la “gran polvareda” de los años 1930 y que desoló los campos de Estados Unidos. Al igual que en la “gran hambruna” de 1830, que motivó la diáspora irlandesa, la salida entonces y en el futuro será migrar a nuevos lugares donde reinventarse. Antes fue a las Américas, en el futuro será el espacio exterior.
Interestelar contó con una sólida asesoría científica, encabezada por el físico teórico Kip Thorne, quien poco después ganó el Premio Nobel por su trabajo en torno a las olas gravitacionales. Su participación permitió recrear por vez primera un agujero negro, cinco años antes de la primera imagen “oficial” del mismo. Guiado por Thorne, el equipo se adhirió a reglas estrictas sobre que ninguna escena iría en contra de las leyes de la física y que cualquier especulación estaría basada en la ciencia y no en la imaginación de alguno de los guionistas. Con ello, se buscó darle un realismo particular, aún tratándose de una película de ciencia ficción.
La película anticipó el renovado interés por los viajes espaciales y las posibilidades de explorar nuevos universos, algo que había ido decayendo en las últimas décadas a medida que se perdía el ímpetu original heredado de la Guerra Fría y la competencia entre Estados Unidos y la difunta Unión Soviética. En esta última década, las exploraciones espaciales han ocupado las noticias, aunque de manera distinta a cómo la película las imaginó: ya no es Estados Unidos el líder de estas, sino China. Además, la NASA ocupa un rol secundario, desplazado por los proyectos de los billonarios de Silicon Valley, hoy más cercanos a la Casa Blanca.
Quizás la diferencia más perturbadora entre la realidad y la película es que, mientras Interestelar apelaba a una cierta epopeya de sacrificio y salvación colectiva (ya sea como sociedad o como especie), los proyectos espaciales impulsados por Silicon Valley están hechos para salvar a una élite de billonarios, que anticipan el colapso del planeta y que no tienen intención alguna en salvarlo. De ahí la nueva competencia entre proyectos como SpaceX (Elon Musk), Blue Origin (Jeff Bezos) y, anteriormente, Virgin Group (Richard Branson).
No debería sorprender que el próximo proyecto de Nolan sea otro tipo de viaje, ya no espacial, pero no por ello menos peligroso ni menos fascinante. Nolan ha decidido volver a los primeros relatos conocidos del mundo occidental y una travesía que ha marcado a nuestras sociedades: La Odisea, de Homero. Se trata de un proyecto que nos devuelve a la oscuridad de nuestros tiempos y que donde el relato épico se combina con el drama y la mitología. Es definitivamente un reto a la altura de Nolan, quien ya se encuentra trabajando en la selección del reparto.
Mientras esperamos su versión del clásico homérico, Interestelar sigue dando mucho de qué hablar, en un mundo donde la sobrepoblación parece comenzar un camino opuesto, el planeta ha entrado en una etapa irreversible de cambio climático, con incendios, sequías, olas de calor y de frío poco comunes. ¿Habrá llegado el momento de abandonar la Tierra como sugiere la película? Quizás no. Hay mucho que se puede hacer—y que depende de nosotros—para evitar una catástrofe como la que describe la película.
Una primera e importante medida es no elegir mandatarios negacionistas del cambio climático, como ha ocurrido en Estados Unidos y Argentina, o que no están preparados para enfrentar un desafío así, como ahora en Perú, y como puede ocurrir en las próximas elecciones presidenciales en Chile.
Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.