¿Votaremos por un candidato populista en las próximas elecciones? Cuando se habla de populismo, se alude con mayor frecuencia al comportamiento de algunos activistas o agrupaciones políticas. Pero el populismo está presente tanto en estas como en la ciudadanía. ¿Cuánto influirá en las elecciones? ¿Es lo único que debe preocuparnos?
Especialmente, en artículos periodísticos, al populismo se le describe como el manejo irresponsable y/o clientelar de las finanzas públicas por parte de los políticos. Este puede ser una característica del populismo, pero no siempre es así. Hay amplia literatura que muestra que la laxitud fiscal y el populismo no siempre van de la mano. Hay partidos y gobiernos populistas donde el control fiscal es parte de su accionar y centran su discurso antagónico y maniqueo en otros temas. La irresponsabilidad fiscal, en nuestro caso al menos, es parte de una cultura política ‘wayki’, de hermanitos, que penetra todas las instituciones. Lo que vemos desde hace varios años en el país es el accionar, cada vez más frecuente, de personas que entran a la política porque es parte de una estrategia delincuencial. Para muchos de estos “emprendedores”, acceder a un partido solo es parte de un plan de enriquecimiento económico donde el poder político es un instrumento más. No responde a ideologías populistas, de izquierda, centro o derecha. Se invierte dinero para luego recuperarlo e incrementar el patrimonio vía sueldos de quienes contratan, lobbies y un largo etc. Los partidos no hacen mayor filtro, más bien reciben los aportes para la campaña y ahora ya tienen una ley que los exime de toda responsabilidad de aceptar delincuentes. Más que populismo, parece cinismo. La opinión del pueblo poco les importa.
El populismo se entiende, tanto desde la oferta como desde la demanda política, como una lógica antagónica y maniquea donde lo que se favorece es la idea de una democracia iliberal. Como lo que prima es la desconfianza en los grupos de poder existentes, se privilegia una cultura plebiscitaria en la que se busca que líder y pueblo se comuniquen directamente, prescindiendo de otras instituciones o reduciéndolas al mínimo. Se suele mencionar que el populismo puede ser una amenaza a la democracia liberal, pero también que es una puesta en evidencia de los problemas que esta afronta para cumplir con sus promesas. El discurso populista propone que el gran problema es que hay grupos de poder que solo piensan en su propio interés al tomar decisiones y marginan a un pueblo que se representa de manera pura e idealizada. Qué se entiende por grupos de poder y qué cosa por pueblo puede cambiar en el tiempo o por su asociación con otros sistemas de creencias. Desde esta mirada, la democracia se entiende de muy particulares maneras. Cuando Fujimori dio el golpe de Estado en el 92, Calandria encontró, en una encuesta realizada en esos días, que para la gente la democracia seguía porque había presidente, con eso suficiente (Macassi, 1994).
Más allá de lo que pase con los partidos, ¿la población en el país es populista? ¿Influirá esto en su voto? Un estudio de Ipsos del 2021 (Sentimiento de sistema roto en 2021. Populismo, antielitismo y nativismo) señala que Chile, Hungría, Colombia, Perú y Rusia, en ese orden, son los países donde el populismo está más extendido. Sin embargo, no todos los populismos son iguales. Se suele hablar de populismos de izquierda y derecha, pero un reciente estudio realizado en Colombia, Perú y Chile (Chaparro et al., 2024) permite observar que en Perú lo que prima en la ciudadanía, al menos la urbana, es un populismo autoritario y conservador en el que la ideología política no es un diferencial.
Estudios realizados en elecciones anteriores muestran que las actitudes populistas pueden ser más influyentes en el voto emitido en las ciudades del interior que se perciben históricamente desatendidas, donde el sentimiento antielitista tiene un componente anticentralista y de identidad étnica. Los partidos, el Congreso y el Ejecutivo hacen todos los esfuerzos necesarios para alimentar el componente antielitista del populismo. Lo que no se activa, al menos a nivel nacional, es la percepción de un pueblo capaz de acceder al poder porque esa noción de colectivo está muy fragmentada y porque no hay oferta política nacional que la canalice.
Hasta ahora, la posibilidad de que eso ocurra serán las elecciones, cuando esto suceda. ¿Pero con tanta fragmentación en la oferta y demanda política es posible que aparezca una candidatura populista avasalladora? Puede ser, pero los estudios sobre el voto muestran que no todas las personas pasan por el mismo proceso de toma de decisiones. Para comenzar, el sentimiento antipolítico puede derivar en desafección, en un fuerte cinismo y/o en ausentismo electoral. El ausentismo electoral ha ido en aumento en los últimos años y la desafección se expresa en el bajo interés por los acontecimientos políticos. Por otro lado, un sector de la población puede ser relativamente cómplice de un político que “roba (robó), pero hace (hizo) obra”, porque la desconfianza mezclada con la percepción de falta de alternativas la puede llevar no solo al inmovilismo, sino a un cinismo pragmático donde lo que se privilegia es una ejecución que lo beneficie lo más directamente posible. Dando trabajo, poniendo orden o lo que la carencia alimente.
El cinismo político, no solo el populismo, puede tener un importante peso en las elecciones, tanto entre los que quieren ser elegidos como entre los que tienen que elegir. El populismo no debería ser la única preocupación para quienes buscan retomar el camino de la democracia.
Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.