Día del Trabajo: mensajes y frases para dedicar hoy

Si me dejas, te quemo viva, por René Gastelumendi

"En el Perú, las cifras publicadas por el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, en los últimos 5 años, dan cuenta de que más de 674 mujeres han muerto asesinadas a manos de su pareja".

Hace poco menos de un año, cuando con mis compañeros Mary Calixtro y Julio Fernández empezamos a conducir ‘ATV noticias matinal’, un espeluznante caso de feminicidio irrumpió en nuestra adaptación mañanera. Una joven de solo 18 años, recién salida del colegio, había decidido terminar con su pareja, apenas un año mayor que ella. Ante el rechazo, el venezolano Sergio Tarache reaccionó rociándola con gasolina y prendiéndole fuego en la plaza Dos de Mayo. Después huyó caminando, como si nada hubiera pasado. Las cámaras de seguridad incluso lo registraron, minutos antes de cometer el crimen, comprando la gasolina que introdujo en una botella con aterradora tranquilidad. Los transeúntes que estaban por el lugar auxiliaron a la víctima y apagaron las llamas, pero Katherine ya tenía el 60% de su cuerpo quemado.

El 24 de marzo pasado, después de seis días en el hospital Loayza, Katherine Gómez falleció a causa de las graves quemaduras que sufrió. Los tres sabíamos, por experiencia, que no iba a ser el único feminicidio con esa ferocidad. Nos fue imposible no recordar el caso de Eyvi Ágreda, ocurrido en abril de 2018, en Lima. Esta joven cajamarquina de 22 años también fue rociada con combustible y luego quemada por su expareja Carlos Hualpa en el colectivo donde regresaba a su hogar después del trabajo. “Si no eres mía, no serás nadie”, dijo Hualpa ante los viajeros petrificados. En la desesperación, los pasajeros emplearon extintores para aplacar las llamas que la consumían mientras ella estaba parada en la pista con los brazos abiertos, aún llena de vida, como si las lesiones no la hubiesen dañado. La cámara de un celular lo captó todo. Fue terrible.

Ayer por la mañana, finalmente, Sergio Tarache, el asesino de Katherine, la otra joven, fue extraditado desde Colombia y esperemos que lo sentencien a cadena perpetua, como exige Cynthia, la valiente y consternada madre de la víctima, que, después de meses de ardua lucha legal, cayó al piso ante la conmoción que le produjo ver cara a cara a quien quemó a su hija. No obstante, mientras celebrábamos la extradición, la familia de otra mujer quemada publicitaba en nuestro noticiero una pollada para enfrentar los costos médicos que implican las graves quemaduras sufridas por Soledad Chávez Suarez, de 37 años, que fueron provocadas por su conviviente. Tras una discusión en el hogar, la roció con thinner incendiando luego el 90% de su cuerpo, y hasta hoy lucha por sobrevivir en el hospital Rebagliati.

Por otro lado, la justicia peruana no es ninguna garantía, el caso de Walter Ipanaque, sentenciado a 10 años de prisión en 2021 por intento de femicidio, es particularmente esclarecedor. Ipanaque buscó a su expareja el 1 de febrero de 2020 luego de que ella terminara la relación. La llamó 80 veces y, como ella no le contestaba, la buscó en el bar donde trabajaba. En el transcurso de su viaje le mandó mensajes avisándole que iba a su encuentro. Cuando llegó, la llevó a la cocina, le arrojó aceite en el cuerpo y buscó un fósforo. Fue condenado por intento de femicidio a 10 años de cárcel. En la sentencia de apelación, los magistrados consideraron que no tuvo la intención de matarla porque el aceite que le echó por sí solo no podía generarle la muerte. Para que ocurriera necesitaba fuego, de un fósforo u otro medio, dijeron, que no llevó ni tuvo a la mano. Por esta razón lo condenaron por “lesiones leves” y una sentencia de un año y cuatro meses de prisión.

En el Perú, las cifras publicadas por el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público, en los últimos 5 años, dan cuenta de que más de 674 mujeres han muerto asesinadas a manos de su pareja: por sus convivientes, 35,2%; exconvivientes, 15%; sus parejas, 11%; y por sus esposos, 7,6%. En el 1,5% de los casos, los feminicidas fueron sus propios padres. Asimismo, se indica que el feminicidio se produjo en el interior del hogar en el 30% de los casos; paradójicamente, en el lugar que debiera ser más seguro para las mujeres.

Debido a la contundencia de la estadística, los tres conductores de matinal asumimos que vendrían muchos feminicidios más que, con mucho dolor y sentido del deber, tendríamos que denunciar, analizar, vivir con ellos, así es la chamba. Casi cada mañana fuimos presentando casos de mujeres acuchilladas, cortadas, agarradas a martillazos, cuerpos mutilados abandonados en descampados, golpes, tacles, patadas, torturas, moretones provocados con los puños.

Algunas mujeres mueren al instante, otras luego de algunos días de agonía y otras sobreviven para contarlo, sabiendo que su agresor puede seguir libre, pues, según el Ministerio de la Mujer, apenas la tercera parte de los feminicidas sentenciados cumplen la condena en un penal. El macabro guion es el mismo: celos enfermizos, implacables, que no resisten racionalismos de ningún tipo. Los orígenes se conocen: padres maltratadores, tremendamente machistas, que ejercieron violencia contra ellos, sus madres y sus hermanas; esas son las fuentes, pero luego estos individuos crecen y tienen sus propias relaciones de pareja. Los monstruos que llevan dentro crecen también, porque los celos por cualquier motivo —por el ex, por amigos, por miradas a otros, por no querer retomar la relación— son un dolor insoportable que se retroalimenta. Un dolor que, en modo alguno, por más terrible que se sienta, justifica que la violencia y las ganas de matar se presenten como una cura a esa laceración demoniaca.

El feminicida es un hombre asesino, miserable, no hay discusión, mientras que el feminicidio, su crimen, es el punto culminante de una situación de violencia prolongada que pretende controlar a la mujer, sus conductas, sus actos, sus afectos y hasta sus pensamientos por el temor a perderla. En términos penales, el feminicidio es el delito más extremo de la discriminación y la violencia de género dirigida contra las mujeres solo por ser tales, aunque muchos lo nieguen. El problema se está haciendo aún más grande porque los feminicidios se están cometiendo con mayor perversidad, como es quemarlas vivas echándoles gasolina, aceite o thinner. Esta forma tan cruel de matar se viene extendiendo en los últimos años en nuestro país.

Durante el 2017 y el 2018, 17 mujeres fueron quemadas vivas en el Perú; se desconocen las cifras en los años posteriores, pero es evidente que se siguen perpetrando. ¿Por qué las queman estos miserables? La psiquiatra especialista en este tema Marta Rondón me da una respuesta: cuando el feminicida, luego de un proceso mental, por fin acepta en su fuero interno que no va a poder controlar ni poseer a su pareja, empieza a odiarla, a cosificarla, la deshumaniza, deja de percibirla como una igual a sí mismo. Entonces, surge la necesidad de destruirla, de desaparecerla, de que no queden huellas y, por supuesto, planifica su crimen. El hecho de quemar a la víctima implica, por lo menos, la destrucción de su rostro y, si logra quemarla con mayor eficacia, solo quedarán cenizas, quemar una mujer, por tanto, es la manera más total de aniquilarla.

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René Gastelumendi

Extremo centro

René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.