Crisis perpetua y múltiple, por Rosa María Palacios

“Muchos creemos que el mandatario podría salvar su presidencia si se rodeara mejor tanto en lo técnico como en lo político”.

Los gritos celebratorios del triunfo de la selección peruana de fútbol no pueden tapar por muchas horas el nuevo descalabro que enfrenta Pedro Castillo. Ya no se trata de una crisis sino de múltiples y catastróficas que ocurren en simultáneo: la persona y la institución presidencial demolidas por dos entrevistas que calatearon al mandatario; un desastre ambiental donde la empresa Repsol miente tanto como el propio presidente a una administración pública ambiental que no logra hacerse respetar mientras que la catástrofe se agudiza; un ministro del Interior que renuncia harto del ninguneo del presidente que respalda al rebelde comandante general de la Policía denunciado por policías por graves actos de corrupción; una primera ministra más que harta de estar pintada en la pared; un socio político como Vladimir Cerrón que se comporta como enemigo y jefe de una bancada opositora; una oposición tan mediocre como Castillo pero dispuesta a dañar y un centro político más tembleque que manguera de Repsol porque en cualquier momento se rompe.

El presidente se ha rodeado de personas de su nivel. Están, como él, aprendiendo. El problema es que no están aprendiendo a gobernar sino a robar. La investigación de IDL Reporteros que explica cómo se vendían los ascensos a generales a 25,000 dólares y los cambios de colocación de suboficiales a 5,000 soles dan cuenta del tarifario y del proceso. En cualquier circunstancia, la sola sospecha hubiera generado la revisión de los cambios y la investigación a los responsables. El viernes, lo único que sucedió fue que renunció Avelino Guillen, digamos que en legítima defensa. El problema no es la diferencia de estilos entre el ministro del Interior y el comandante general de la Policía. Guillén explica en detalle al presidente conductas tóxicas, dañinas para la institución y el presidente opta por su nuevo mejor amigo que puede garantizarle que la Policía no va a capturar a “sus” políticos corruptos, pero sí a los que él desee. ¿A cambio de qué? De institucionalizar todas las corruptelas descritas en la investigación. Mientras tanto, la solución a la delincuencia es el primer problema que la sociedad reclama y no es con declaratorias de emergencia simbólicas como se va a solucionar.

Al ministro del Ambiente le mienten todos los días. Ahora resulta que no fueron 6,000 barriles de petróleo derramados sino 12,000. Han pasado 15 días y lo que se pudo contener en 24 horas y limpiar en cinco días, es una mugre negra que emulsiona. Desde que no se obtuvo de inmediato un reporte de descarga (como lo ofreció a Repsol el capitán del barco) y un reporte de la recepción (que Repsol se negó a entregar) había sospecha. Una simple resta hubiera identificado el petróleo vertido al mar. A estas alturas, nada se le puede creer a Repsol y nada se le puede creer a una autoridad ambiental que no investiga lo mínimo y lo urgente, que no exige hacer cumplir la ley. Siempre, por horrible que fuera, se podía limpiar. Hoy el mar parece condenado por las negligencias y mentiras de la empresa y por la desidia de autoridades sin capacidad de gestión. Sin limpieza, no habrá remediación posible. Y, para ir mucho más lejos, ¿cuál es el plan del Estado, como política de largo plazo frente a una refinería que atiende el 45% del mercado de combustibles del país, frente al mar? No hay una idea, ni siquiera esbozada.

Muchos creemos que el mandatario podría salvar su presidencia si se rodeara mejor tanto en lo técnico como en lo político. Sin partido, sin cuadros, sin conocimientos básicos de gestión, se le han trepado al coche las rémoras y las pirañitas que ha recogido del compadrazgo y del paisanaje. Puede ser que, al principio, abusaron de su ineptitud para el cargo. Pero la salida de Guillén dice otra cosa: es una decisión presidencial optar por el que esté manchado y dejar ir al que está limpio. En esas condiciones, nadie honorable, ni técnico, ni político, se va a sumar porque nadie quiere terminar preso. De este barco, los limpios van a saltar rápido y el reclutamiento será, cada día sin cambio, de peor calidad. La crisis moral y de gestión pública, sin descanso, se proyecta por años en una lenta agonía.