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Los que fracasan al triunfar

“Dicho lo cual, me temo que muchas de sus actitudes contradictorias y erráticas arrojan una nueva pregunta: ¿y si Castillo prefiere que lo vaquen? Hay que recordarle su compromiso [...] por muy asustado que esté”.

A pesar de que ha pasado poco tiempo desde el inicio de este gobierno, ya estamos muy lejos de la duda acuciante sobre el presidente Castillo: ¿es astucia o incapacidad lo que explica sus silencios u omisiones? Él mismo se ha encargado con sus declaraciones y nombramientos inoportunos, por decir lo menos, de despejar la incógnita. Para entenderlo hagámonos la siguiente pregunta: ¿alguna vez han ocupado un cargo para el que no se sentían aptos? ¿Recuerdan la angustia que produce el desafío que parece –o es– desmedido?

En 1916 Freud publicó en la revista Imago un artículo: Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo analítico. El capítulo II se refiere a los que fracasan al triunfar. Son esas personas que cuando por fin logran su anhelado objetivo, de inmediato se embarcan en la tarea de sabotearlo. Tras esta demolición de lo deseado se encuentran diversos afectos. El sentimiento inconsciente de culpa es uno de los que más erosionan la posibilidad de sentirse digno de ocupar ese lugar tan esperado. Pero hay otros, por supuesto. En líneas generales, un superyó severo o sádico suele presidir –si me permiten la analogía– este empeño por empañar el éxito alcanzado.

Esto podría explicar por qué Pedro Castillo se siente cómodo en mítines alejados de Lima. Sin embargo, es en esos escenarios donde proclama, cual Alan García I en el balcón de palacio, eufóricos anuncios de estatización del gas (AGP “bajaba” el precio del pollo). O bien acude adonde el padre Evo Morales a pedirle su bendición, en vez de asistir a la cumbre del COP26, acerca del cambio climático, en donde el Perú es uno de los países más afectados del mundo.

Es evidente que no es solo de un problema de carácter. Gobernar un país tan complejo, desigual y fragmentado como el nuestro, es un reto titánico. Requiere rodearse de personas que suplan sus obvias carencias de liderazgo y conocimientos, y dejarlos trabajar. El comportamiento de las demás fuerzas políticas, incluidos sus supuestos aliados, es a menudo caótico y destructivo. No quisiera estar bajo su sombrero. Pero él aceptó la responsabilidad y juró asumirla hasta el final.

Dicho lo cual, me temo que muchas de sus actitudes contradictorias y erráticas arrojan una nueva pregunta: ¿y si Castillo prefiere que lo vaquen? Hay que recordarle su compromiso y la obligación de asumirlo a cabalidad, por muy asustado que esté.

La República

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