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Si Keiko volviera a perder

Sería el fin de un ciclo político de tres décadas en el Perú.

Si Keiko Fujimori perdiera la presidencia, que es hoy lo más probable, aunque en elecciones peruanas nada está dicho hasta la votación, se estaría cerrando un ciclo de la política peruana.

El fujimorismo dominó la política de las últimas tres décadas, aunque solo fuera gobierno en la primera (1990-2000), siempre con posición decisiva.

Tras su colapso, al inicio de este siglo, tuvo un lustro de reconstrucción, y en la segunda administración del Apra (2006-2011) ya tenía el peso para conformar una alianza parlamentaria con ese partido –pacto implícito que duró hasta hace poco– que le permitió a Alan García gobernar con tranquilidad.

El peso parlamentario del fujimorismo creció en el gobierno de Ollanta Humala, y se volvió aplastante en los de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, pero el uso prepotente de ese enorme poder y el afán de demolición institucional explicarían que Keiko Fujimori pierda en 2021 su tercera segunda vuelta consecutiva. Tres veces seguidas ahí es una presencia reiterada que evidencia la gravitación del fujimorismo, pero que ahora podría perder.

Los estropicios que generó le significan ahora una mochila muy pesada, por lo que está pidiendo perdón a damnificados de su agresividad insensata, como a Fernando Zavala y Jaime Saavedra, aunque el #MeToo de este acoso político es bastante más amplio.

Si Keiko Fujimori perdiese su tercera candidatura presidencial, es probable que no siga en política, luego de ser derrotada en segundas vueltas ante malos candidatos, especialmente este año ante un ultraizquierdista precario, absolutamente confundido, y sin planes ni equipo, como Pedro Castillo.

Quizá tampoco le queden ganas de seguir, en medio de juicios sin el escudo del poder, y el reconocimiento de que, siendo alto el antifujimorismo, el antikeikismo lo supera en más de dos veces. “Sabía que el antifujimorismo era bien jodido, pero no tanto”, me comentó hace poco un amigo apesadumbrado por lo que siente que ya es inexorable.

Ello implicaría la desaparición del fujimorismo, con sus miembros en modo desbande en busca de otros nidos, pues se trata de una agrupación familiar –la peor forma de organizar un partido–, en lo que sería, realmente, el final de un ciclo de la política peruana.

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