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La nueva tristeza

“Pero en una emergencia nacional se requiere la valentía de cambiar esa dinámica letal. Unas pocas medidas bastarían para vacunarnos contra esa depresión Covid que nos está abatiendo”.

Levantarnos de esta tragedia va a ser un desafío sin precedentes. En toda la vida de este columnista no he asistido a algo similar. En el terremoto de 1970 estuve en Huaraz, junto a otras brigadas de estudiantes universitarios de la PUCP y vi la devastación. No obstante, esto me parece peor porque diera la sensación de no tener fin. Las casas destruidas se podían reconstruir. Las vidas perdidas no, pero después de esos minutos nefastos, la gente se puso a trabajar en el proceso de rehacer sus casas, ciudades y existencias.

Lo atroz de esta pandemia es que clausura la percepción del futuro. El psicoanalista Juan David Nasio, argentino radicado en Francia, la denomina la depresión Covid. Y explica en una entrevista en el diario El Clarín: “La tristeza en la depresión Covid 19 es una tristeza con angustia, es una tristeza ansiosa, es una tristeza atormentada y además es una tristeza irritable, (el paciente) está enojado.”

Su enojo proviene de la frustración de sentirse privado, restringido por las medidas tomadas para intentar parar la pandemia. Aunque Nasio trabaja en París, es evidente que el fenómeno que describe es mundial. El virus no solo produce la enfermedad que tememos: también nos está enfermando de depresión y tristeza. No son lo mismo, sin embargo el virus está haciendo que se amalgamen.

La depresión “normal” suele abolir la percepción del futuro. Se vive un presente interminable, imbuido de desesperanza. En eso se parece a lo que describe Nasio. La diferencia radica en que esta vez nos afecta, en mayor o menor medida, a todos. El miedo a enfermarnos o contagiar a nuestros seres cercanos es corrosivo. Nos invaden fantasmas letales y solitarios.

Una de las peores características del Covid es que si te mata, mueres solo. El reto de adaptarnos, algo que los humanos sabemos hacer, según aseguran Darwin y Nasio, se presenta cuesta arriba esta vez. Más aún cuando la terrible burocracia del Estado peruano nos desmoraliza con advertencias como “el proceso de autorizar las vacunas de China tomará entre 20 y 30 días”. Cierto, los funcionarios temen –con razón– los juicios que les caerán si no cumplen los procedimientos engorrosos exigidos. Pero en una emergencia nacional se requiere la valentía de cambiar esa dinámica letal. Unas pocas medidas bastarían para vacunarnos contra esa depresión Covid que nos está abatiendo.

La República

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