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Estigma COVID-19

“Ese temor, esa vergüenza social impuesta en gran medida por la prensa y el Estado, con su enfoque punitivo, nos está matando, más que nunca”.

En la reconocida película Parásitos se recurre a una treta para deshacerse de una empleada del hogar que resulta molesta para los intereses de los nuevos y pícaros empleados. Se le “culpa” de ser tuberculosa, sin serlo. La escena en donde el chofer extrae de la basura un pañuelo con sangre advierte el impacto que esta noticia tiene en la madre de la casa. El despido es inmediato.

Combatir el arraigado estigma de una enfermedad es preocupación constante de las agencias internacionales que velan por la salud. No solo la OMS, también UNICEF tiene en su página web guías para comunicadores en donde se advierte que la empatía con las personas es clave para cortar la transmisión de contagios.

La humanidad tiene una larga historia de estigmas contra enfermedades desde los leprosos bíblicos hasta nuestros días con el VIH y la tuberculosis. El Covid-19, pese a todos los esfuerzos, lamentablemente no ha sido la excepción.

Trump la llamaba la “peste china”, culpando abiertamente al Estado chino y a sus habitantes de la enfermedad. La discriminación contra asiáticos solo es el paso siguiente. Es cierto que es natural que las personas tengamos miedo de lo que no conocemos, pero simplificar las causas y achacarlas a otros seres humanos tan vulnerables como nosotros, no solo es inhumano, es suicida.

El Perú no ha sido la excepción en la estigmatización social de la enfermedad. Los medios de comunicación han jugado un penoso papel juzgando y condenando. He visto a reporteros, como si fueran policías, exigir explicaciones a personas que enmudecen y acusarlas de supuestos o reales incumplimientos como si esta fuera, a su penoso criterio, su labor “educativa”. Lo único que logran es imponer el terror del micrófono y la cámara que usa la casuística como prueba de una conducta que se quiere vender como general, cuando no lo es. La potencia de la imagen crea esa ficción sin que nos demos cuenta.

Esto no pasaría de lo anecdótico si no hiciera un terrible daño. La ausencia de empatía periodística tiene consecuencias. Si la población es bombardeada con mensajes culpabilizadores; si es tratada como “sucia”, “indisciplinada”, “ignorante” o “codiciosa”; si se le dice que está enferma porque es incompetente para cuidarse; lo que sigue es lo único que cabe esperar: el ocultamiento de la enfermedad. ¿De qué se tiene miedo? De las consecuencias, que pueden ser la pérdida del trabajo, el aislamiento social y hasta el desprecio del Estado. La escena de Parásitos resume bien lo que viven en silencio millones de peruanos.

¿Qué pasa cuando se ocultan los síntomas de Covid-19? En una enfermedad sumamente contagiosa, que puede ser mortal en un caso y asintomática en otro, es jugar a la ruleta rusa. Para los que pueden morir, callar es llegar a un hospital al borde de la muerte y, probablemente, no sobrevivir por no haber recibido oxígeno a tiempo. Para los asintomáticos, es esparcir la enfermedad por donde van.

Por eso, discriminar al enfermo termina siendo suicida para toda la sociedad. Solo sabiendo, desde el primer instante, si tuve o no tuve contacto con una persona contagiada, puedo hacer las pruebas de descarte, aislarme y cortar el contagio. Si no lo sé, ¿cómo lo hago?

Conozco casos, en todos los estratos sociales, de gente contagiada que no se lo dijo a nadie por pura vergüenza y que, aún después de pasado el peligro, lo siguen negando. Algunos se aislaron, otros no.

Hay los que llegaron a contarlo a la familia cercana con la expresa instrucción de que no salga de ahí. Soy de la generación en que se decía “cáncer” en voz baja porque, según me dijo alguien en mi infancia, era ofensivo mencionar la enfermedad.

También fui educada en la creencia de que hablar de enfermedades era de pésima educación, más si eran las propias. Pero ya no estamos en el siglo XX. Hoy sabemos que no se vence a lo desconocido si solo se le teme en silencio.

Ese temor, esa vergüenza social impuesta en gran medida por la prensa y el Estado, con su enfoque punitivo, nos está matando, más que nunca.

Columna RMP

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