Jaime Cillóniz tuvo sus quince minutos de fama al estilo Andy Warhol en el acoso lamentable a la actriz Danna Ben Haim, pero más allá de su evidente trastorno, queda la sensación de que la sociedad peruana tiene un problema de salud mental, tanto de sus ciudadanos como en sí misma.
Cillóniz y sus trastornos seguirán siendo un problema distrital que demande la intervención del serenazgo de Miraflores, mientras el país sigue a la búsqueda de su nuevo desequilibrado para saciar sus propias alucinaciones.
Cada quien llevó agua para su molino con Cillóniz, empezando por programas de televisión que encontraron en sus alocadas reacciones la oportunidad de pasar y repasar sin fin a un aspirante a Jack Nicholson en el resplandor de un ascensor, en busca del rating perdido, y buscando jalarle la lengua a alguien que no está en sus cabales.
Ese imán de locos que son las redes sociales golpearon con su entusiasmo tradicional a la piñata de turno. A propósito del caso, la columnista de La República Maite Vizcarra señaló que “en Twitter es posible viralizar con mucha eficiencia mensajes que pueden menoscabar a otros o, peor aún, agredirlos hasta poner en riesgo su bienestar”.
Las chicas de la matraca, como las feministas radicales con curul, usaron el caso para reclamar “nuevas masculinidades”. Y hasta columnistas políticos encontraron la ocasión para increpar al Club Nacional de querer retomar las riendas del país con su orate de turno.
El sistema judicial no desaprovechó la ocasión, y abrió expediente a Cillóniz, cuando lo que parece requerirse es entender que la insania mental o la adicción son, antes que delito, un problema que en el Perú es puesto de lado.
El ‘caso Cillóniz’ fue una oportunidad perdida más para lo que señaló la médica psiquiatra Yael Valdés Querol en El Comercio: “Seremos un Perú más grande cuando los medios hagan prevención y psicoeducación en vez de exposición (…) y cuando aprendamos a ver en la prensa más información y menos noticias amarillas”.
Somos una sociedad que no atiende la salud mental de sus ciudadanos, pero, peor aún, que tiene en su conjunto graves problemas mentales que se buscan ocultar, cada quien desde su púlpito, linchando al loco de turno.
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