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Heridas narcisísticas contemporáneas

“Acude a mi mente que la pandemia de COVID-19 reúne algo de todas estas afrentas: cosmológica, biológica y psicológica. Confinados, asustados, indefensos, estamos más cerca de la fragilidad de nuestra condición”.

En 1917, Freud escribió el artículo “Una dificultad del psicoanálisis”. Procurando explicar las resistencias al psicoanálisis, enumera tres grandes heridas narcisísticas infligidas por grandes pensadores a la humanidad: Copérnico, Darwin y el propio Freud. El astrónomo del siglo XVI demostró que el centro del universo no era la Tierra sino el Sol. Algo que, por lo demás, sabían muy bien imperios como el egipcio y el Inca, pero no los europeos.

La afrenta cosmológica fue seguida por la biológica, cuyo responsable fue Charles Darwin. Es interesante anotar que este último era un ansioso crónico, quien padeció toda su vida ataques psicosomáticos invalidantes. Pese a lo cual fue capaz de escribir en el siglo XIX El origen de las especies, y demostrar que el hombre no era más que un eslabón en la cadena evolutiva. La cual estaba lejos de haber culminado, por lo demás.

Nos quedaba el consuelo de ser la especie más avanzada, dueños de nuestro mundo interno, amos del universo. Pero hete aquí que a finales del XIX, inicios del XX, un judío radicado en Viena –también proclive a malestares neuróticos– hizo trizas esa orgullosa premisa. Como en el cuento de Cortázar –”Casa tomada”–, lejos de ser los dueños de nuestra caparazón de caracol (metáfora a la que recurre Leonardo Padura en su última novela, Como polvo en el viento), somos ocupantes precarios. Quien nos gobierna fue denominado por Freud como lo Inconsciente.

Acude a mi mente que la pandemia de COVID-19 reúne algo de todas estas afrentas: cosmológica, biológica y psicológica. Confinados, asustados, indefensos, estamos más cerca de la fragilidad de nuestra condición. Sin necesidad de habernos contagiado, estamos enfermos de susto y negación. Y como Proust sabía: “Los enfermos están más cerca de su alma.” A esto se añade la precariedad del Estado peruano, incapaz de atender las necesidades elementales de la mayoría de peruanos en condiciones “normales”.

Como siempre sucede, esta peste afecta con saña a quienes viven en situaciones de carencia económica, social o psíquica. O bien porque son discriminados por su etnia, identidad de género o cualquier otra variante en la que somos especialistas a la hora de encontrar chivos expiatorios. Escucho cantos religiosos a lo lejos y me pregunto si no tendrán razón en aferrarse a esa esperanza.

La República

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