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El cuidado, la luz de lo oscuro

“Y seguimos atónitas cuando se descubre el entierro de una mujer cazadora y nos parece normal no más que las mujeres hayan domesticado...”.

El cuidar ha sido una tarea sin la que la historia no sería. Nuestros frágiles y siempre inseguros logos culturales no habrían sido sin presencias atentas, aunque desapercibidas. Y seguimos atónitas cuando se descubre el entierro de una mujer cazadora y nos parece normal no más que las mujeres hayan domesticado durante una labor incansable y de siglos una enorme variedad de papas que han aliviado el hambre del planeta.

Cuando criaba me preguntaba por cuánta historia habría discurrido diluyéndose, sin ser registrada, en las horas y años que las cuidadoras experimentamos observando y protegiendo a criaturas mientras crecen y se humanizan; algunas, con razón, se han hartado. Me convencía así de que esa aparente insignificancia la había compartido con media humanidad, y pensaba en la ausencia de su registro, en sus tinieblas. En contraste con su universalidad, su narrativa era ínfima.

Y es que el cuidado, que por supuesto trasciende la crianza, al ser adscrito desde el poder a un cuerpo y a su naturaleza, además de abrumador, repetitivo e interminable, es contingente. Se asoció en nuestra historia con lo inferior, con el trabajo manual, con la casa, con la servidumbre femenina indígena y con las mujeres africanas esclavizadas. Encubierto, en el sentido de no reconocido, en los rincones oscuros, en las antípodas de la escritura y de la escuela. No es casual que cuando las mujeres aprendimos a leer y escribimos,¡ se redujera la maternidad indiscriminada y se postergara el matrimonio. Esto fue más acentuado en países con bibliotecas públicas.

Por estas razones, es un desafío impostergable instalar en lo público la discusión sobre el cuidado. Y a esto contribuye lo que hicieron Angélica Motta que coordina la Maestría de Género de San Marcos y Mar Daza de Ecorazonar cuando nos invitaron a Melania Canales y Ketty Marcelo de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas y a Carolina Ortiz también profesora de San Marcos. Nos sorprendimos al ver todo lo que ocurría al poner la práctica y la idea del cuidado en el centro de nuestras reflexiones, y las implicancias políticas y analíticas de aquello. Fue como jalar una hebra que traía una pieza oscurecida que nos orientaba. Era un hilo con muchas ramificaciones, texturas y colores, como un quipu.

El cuidado, porque se dijo que estaba en ciertas naturalezas y por eso, y por eventualmente parir, se asumió, negligentemente, que no era cosa pública. Ese es el “gobierno de los padres”. Sin duda hay tramos recorridos que lo cuestionan: investigaciones sobre el trabajo doméstico no remunerado y las conquistas recientes para regular el empleo de las trabajadoras del hogar.

Llevar el cuidado a la discusión pública pasa también por una autodefinición desde nosotras mismas; que revisa los cuerpos –esos biológicos, inmutables y ahistóricos- a la luz de una conjunción de derechos y deseos.

La República

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