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Ahora es con cajón

“Eso que llamamos ‘la calle’ es un actor decisivo cuando no se cuenta con el apoyo de un partido político fuerte. Hay un diálogo entre este actor y el Gobierno que se da por canales insospechados”.

El flamante presidente Sagasti (disclaimer: lo considero un amigo) ha tenido que guardar su guitarra en la funda y sentarse a tocar el cajón. Entre los innumerables dilemas que enfrenta desde ya su breve y accidental periodo, uno de los más candentes el de las responsabilidades de la policía y el Gobierno en la violenta represión de las marchas, durante la fatídica semana de Merino y Flores-Aráoz. El debate que inflama las redes es el de si se trata de una cuestión estructural (como piensa la mayoría de los que marcharon) o solo de malos elementos, como aseguran quienes, por diversas razones, se rehúsan a pensar que la institución está corrompida desde la raíz.

Lo cual no impide, claro está, que existan policías correctos y profesionales. Pero la experiencia que tenemos la mayoría de peruanos no es esa. De hecho, es muy común el sentimiento de miedo ante los integrantes de la PNP (pregúntenle sobre todo a las mujeres). La actuación de los agentes, uniformados o no, durante las marchas ha sido deplorable y sistémica. Es evidente que recibieron la orden de sofocar la revuelta a como de lugar. Algo así como lo que ordenó Alan García en El Frontón.

El peruano no es un caso aislado, como es obvio. La barbarie de los pacos (la policía chilena) ha dado la vuelta al mundo. Hay razones para suponer que los carabineros reciben una formación más sólida que sus colegas peruanos, cuyas escuelas de suboficiales son centros de maltrato y humillación. Sin embargo, cuando reciben la orden de reprimir con armas ilegales, obedecen.

Tal como sucedió aquí.

La encrucijada del Gobierno actual, de cuyas buenas intenciones no tengo la menor duda, es que si actúan de manera expeditiva, su estabilidad peligra con un Congreso al que el TC ha dado carta blanca de vacancia. Pero si no lo hacen, la calle les reclamará respetar el juramento que hicieron hace unos días. Eso que llamamos “la calle” es un actor decisivo cuando no se cuenta con el apoyo de un partido político fuerte. Hay un diálogo entre este actor y el Gobierno que se da por canales insospechados: gestos políticos más allá de los discursos, compromiso con la justicia y la no impunidad. Si esto queda claro, la calle los apoyará. Sabemos que el Congreso se ha replegado para reorganizarse y contraatacar. Hay que vigilarlos y hacerles saber que sus tretas, como la astracanada de Merino, no pasarán.

La República

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