La mujer que retó al mundo

“Todos esos encuentros fueron una lección de cariño, de profesionalismo y de amor al Perú. Alicia se había enfrentado a la sociedad de la derecha bruta y achorada del Perú y les ganó”.

Alicia Maguiña era una mujer única. De genio, de talento, de ternura. En un reportaje para la televisión grabamos tres días. En su casa de San Isidro, en el Teatro Municipal y en los estudios de Ponce. Ella había editado un hermoso disco acompañada de Óscar Avilés y el cajón de “Canano” Barrenechea. Nada más. Un trío perfecto.

Alicia sabía. No por algo se había casado con Carlos Hayre, otro maestro de la guitarra. Por periodista y por amante de la música criolla tuve la suerte de verla con frecuencia. Todos esos encuentros fueron una lección de cariño, de profesionalismo y de amor al Perú. Alicia se había enfrentado a la sociedad de la derecha bruta y achorada del Perú y les ganó.

A sus canciones intensas le agregó su matrimonio con un negro (yo no digo afroperuano, eso me enseñó Victoria Santa Cruz) y aquello no le perdonaron. Se fajó contra las cucufatas y señoronas porque cantaba huaynos y se vestía de polleras, adoraba a las mujeres que trabajaron en su hogar y militó en el gremialismo de los artistas.

Con su tema “La apañadora”, en homenaje a las campesinas del algodón iqueño donde creció, ya se estaba enfrentando al sistema opresor y cuando en 1963 compuso el tema “Indio”, uno de los más importantes de su carrera, le declaró la guerra al populismo imperante y propició una vena literaria que no existía desde Pinglo.

Y era una dama sencilla y muy sensible que eliminó las barreras sociales con su arte. Junto con Chabuca Granda encontró la otra dimensión a los aires criollos en ese tiempo utilizaba la replana como forma de atracción popular. Ella, al contrario, contribuyó en una poética casi inédita en los valses que impuso con su sello de cantautora.

Y es memorable también su canción a Arguedas, “Wiñaytam Kausanki, José María” y esta sentencia suya: “Yo fui a La Molina cuando lo velaron y era impresionante. Todos los estudiantes estaban en los campos con fogatas velando al maestro. Y una señora abrazaba el ataúd y le hablaba en quechua y lloraba. Vestida con ropa tradicional. Arguedas es fundamental”.

Una vez, en su departamento de la Av. Arenales nos tomamos unos piscos. Y Hayre tenía un singular sentido del humor que era festejado por una Alicia enamorada hasta no más de su esposo. Los tres, chismosos, no paramos de rajar de medio mundo toda una tarde que jamás dejaré de recordar. Ahí les dejo su legado de mujer excepcional y un libro “Mi vida entre cantos”, que no podemos dejar de leer.

La República

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