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Bicentenario populista y conflictivo

“El Perú del bicentenario va a exigir mucha imaginación política y voluntad particular para mantener el cauce del modelo vigente”.

Los dos grandes traumas de los 80 –la hiperinflación y la violencia terrorista– acuñaron a sangre y fuego en la psique política de los peruanos los preceptos de que la heterodoxia macroeconómica y la violencia social debían ser evitadas a toda costa.

Cualquier atisbo de populismo económico era rechazado de inmediato, sin mayor dilación. Cualquier protesta social se demoraba meses en escalar hacia actos de fuerza. El pueblo estaba inmunizado contra ambas prácticas y su sola enunciación generaba desasosiego.

Hoy, más de dos décadas después de esa épica popular, los dos diques señalados han sido desbordados. Aun en medio de la pandemia, que bien pudo haber fungido de una suerte de muro de contención de ambas prácticas sociales y políticas, el populismo y la violencia se han incrementado.

En el Congreso post disolución, en apenas meses, se han presentado más de 400 proyectos de incumbencia económica, de naturaleza regulatoria. En el campo de la conflictividad social, en el sector minero y energético, entre marzo y junio de este año el aumento de conflictos respecto del mismo periodo del año pasado es del 25%.

De algún modo, las organizaciones sociales que promueven o lideran las protestas y los integrantes del nuevo Congreso son fiel reflejo de esa nueva situación psicosocial del país. Más allá de que se aplauda o se condene ambas prácticas corporativas, es menester discernir la lógica detrás de las mismas.

Antes de la pandemia el Perú ya había cambiado. La paz política y socioeconómica de la transición, que aseguraba la continuidad de las reformas de los 90, se agotó por culpa de los gobiernos de turno, que no supieron ponerse a la altura de las circunstancias históricas. Ni Toledo, ni Humala ni García lograron ubicarse en perspectiva dentro de la encrucijada en la que se hallaban.

Gobernaron indolentemente, con piloto económico automático, sin vocación de ahondar en las reformas que eran imperativas. Era menester profundizar y extender la economía de mercado, cuyos pininos se asentaron durante el fujimorato. A la vez, era prioritario construir una nueva institucionalidad política y judicial, que, con mayor sentido de urgencia, no podía seguir siendo la misma que la edificada en los 90.

Ni una ni otra cosa se hizo, y poco a poco, en un drenaje paulatino ocasionado por la inacción, se fueron vaciando las reservas políticas que la población atesoraba respecto de las bondades del orden macroeconómico y la paz social.

El Perú del bicentenario va a exigir mucha imaginación política y voluntad particular para mantener el cauce del modelo vigente. Ya no se da por asumido. Hay que convencer de sus bondades, remando inclusive contra la corriente. Bolsones crecientes de la población aplauden medidas populistas y propuestas radicales. Un sector importante de la ciudadanía está cansado e irritado y ha perdido la confianza en los actores políticos.

Ya no hay viento a favor. Quien quiera que proponga retomar las banderas que la mediocre transición prácticamente arrió, deberá hacerlo a sabiendas de que enfrentará dura oposición política y social.

-La del estribo: estupendo el documental Cuba Libre que se transmite en Netflix. En diez capítulos se cuenta la historia de la controversial isla caribeña, desde los tiempos coloniales hasta su momento actual. José Martí, Fidel Castro, la Independencia, la revolución castrista, la crisis de los misiles, entre otros personajes y hechos desfilan bajo una aguda mirada periodística.

La República

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