Autopsia con Tiktok de una censura

Como aún es una incógnita el motivo que llevó al congreso de la república a negarle la confianza al gabinete Cateriano, esta modesta columna siempre al servicio de sus lectores plantea una interpretación en formato corto, buscando inspirar creatividad y brindar alegría, es decir, en modo TikTok, de esa noche loca en el hemiciclo.

Para empezar, sería errado buscar un solo motivo para la decisión de esa mezcla de sucursal de la Cachina con anexo del manicomio llamado hoy congreso, en el que confluyen muchos intereses que pueden coincidir en la acción, como la de tumbarse, por primera vez en la historia, a un gabinete que pedía el voto de confianza inicial.

Asimismo, hay quienes se han dedicado desde el martes por la mañana a culpar al propio Pedro Cateriano de su tempranamente interrumpido premierato, señalando una variedad de sugerencias, como que su discurso fue muy largo, que no habló lo suficiente de la pandemia, que dijo que “el Perú es un país minero” –¿alguien puede dudar de que lo sea?–, que se tomó una fotografía con Luis Bedoya Reyes, o que –Martha Chávez dixit– fue a Uruguay a impedir el asilo de Alan García.

Todas ideas con escaso fundamento, pero que coinciden en algo cierto: que las cartas ya estaban marcadas antes de que Cateriano expusiera. A continuación, algunas hipótesis de esto:

a) Negocios desde universitarios hasta el transporte de carga, entre otros, que reclaman prebendas.

b) Ideología antiinversión privada y modelo económico, como el Frente Amplio. A Marco Arana le pidieron cómo parar la pandemia y dijo cambiar el modelo primario exportador. ¡Plop!

c) Preocupación por la desesperación real de la gente por la pandemia y la creencia de que se requiere un enfoque distinto con otro gabinete.

d) Posición antisistema antitodo, como la de UPP hoy de Antauro.

e) Debilitar a Martín Vizcarra por creer que un presidente popular puede apoyar con éxito en el 2021 a un candidato presidencial que sea rival.

f) La mediocridad de la mayoría de congresistas y la necesidad personal de sentirse importantes derribando a un gabinete, sin medir –por su mediocridad– que eso los dañaría al quedar como una manga de irresponsables.

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