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Afrontar el desastre

"McEvoy nos conduce por las grietas de nuestra República y de aquellas en las que nos inspiramos, como la democracia de los EEUU. Para ilustrarnos recurre a la técnica japonesa del kintsukuroi, que repara los objetos rotos con oro y plata".

El título de esta nota, que usted tiene la amabilidad de leer un año antes del bicentenario de nuestra independencia, es el de un e-book recientemente publicado por Penguin Random House. Reúne ensayos de Ricardo Cuenca, Alicia del Águila, Carmen McEvoy y su servidor. Cada cual analiza los impactos del COVID-19 en nuestra vida cotidiana.

Cuenca se centra en lo que él llama la desobediencia de los peruanos ante las medidas de confinamiento, procurando entender las razones de este comportamiento. No es propiamente una desobediencia civil, a lo Thoreau, tal como lo señaló, el día de la presentación virtual, Alberto Vergara, quien tuvo la gentileza de oficiar de comentarista y moderador del diálogo. Es una desobediencia “a la peruana”, explicó el investigador del IEP: “La idea de imaginarnos como una nueva nación en el Bicentenario se ha adelantado”.

Del Águila ausculta las diferencias de género y su evolución durante el avance indetenible de la pandemia. Lo que en un inicio se dio como un desbalance netamente en perjuicio de los hombres, con el tiempo se fue emparejando. Detrás de ese proceso hay una serie de motivos que ella explica con elocuentes gráficos de su autoría. De este modo nos propone un modelo de cuidados y protección social, “con una mirada de políticas públicas más amplia”.

McEvoy nos conduce por las grietas de nuestra República y de aquellas en las que nos inspiramos, como la democracia de los EEUU. Para ilustrarnos recurre a la técnica japonesa del kintsukuroi, que repara los objetos rotos con oro y plata. En vez de disimular las fisuras, se las resalta y embellece. Para los psicoanalistas, la reparación es un concepto esencial. El daño, nos enseña la historiadora, es considerable pero no irreversible.

El suscrito se inscribe en la perplejidad de lo irrepresentable y la omnipresencia de los miedos, en el aire y en los repliegues de nuestra intimidad. Nada de lo dicho, sin embargo, nos exime de la obligación de luchar para preservar nuestra capacidad de pensar. El miedo continúa pero muchos lo están escindiendo, por las razones más diversas, como diverso e injusto es nuestro contrato social. La palabra “desastre” viene de los astros: nacidos bajo una mala estrella. Pero Shakespeare lo entendió mejor: “No culpes a los astros, mi querido Brutus”. La responsabilidad es nuestra, aquí y ahora.

La República

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