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¡Bang! ¡Bang! Morricone

Morricone: “La música me salvó del hambre y la guerra. Pero el arte es puro talento, el sufrimiento no tiene nada que ver”.

Cuando los de mi generación escuchamos a Ennio Morricone, nos trasladamos de inmediato a ese mundo oscuro, húmedo y cómplice de los cines de barrio. Íbamos seducidos tanto o más por el largometraje como por la música del italiano. Morricone compuso, entre historias de vaqueros, dramas de pasiones imposibles y amores desaforados, la banda sonora de nuestras vidas.

Morricone era dueño de la extraordinaria habilidad de capturar en notas musicales el furioso y polvoriento viento del Viejo Oeste, la agitada respiración del cazador de fugitivos y el desatado latido del corazón de un amor perdido. Para conseguir la atmósfera que le exigía la trama de una película, recurría a múltiples recursos, no solo a la inmensa variedad que ofrecen los instrumentos musicales, sino también a objetos, efectos sonoros e incluso silbidos. Hasta sus 91 años, era como un niño que buscaba arrancarle alguna nota a cualquier cosa que caía en sus manos.

Había quienes decían que desarrolló esa sensibilidad en los años en que acompañó a su padre a tocar la trompeta en los bares para buscar algo de comer. Pero él lo desmintió en una entrevista con el diario la Repubblica: “La música me salvó del hambre y la guerra. Pero el arte es puro talento, el sufrimiento no tiene nada que ver”. Mientras que al periódico Corriere della Sera confió su fórmula secreta para componer incansablemente: “Soy un tipo duro, en primer lugar, conmigo mismo y, en consecuencia, con los que me rodean. Mi regla es dar todo lo mejor de mí, incluso si no siempre se logra el éxito”. Dicen que Hollywood tardó en reconocerlo con el Óscar por su militancia comunista. Pero es más seguro que a Morricone le daba más satisfacción que los muchachos y muchachas se enamorasen con sus melodías en los cines de barrio, oscuros, húmedos y cómplices.

La República

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