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Cinco reverberaciones de la pandemia

"Todo esto apunta a resultados en los que irán de la mano la inestabilidad interna, junto con débiles posibilidades de acción concertada entre países de una región fragmentada".

Cerca de 600 mil personas fallecidas y más 3 millones contagiadas son los efectos más brutales y dolorosos en el mundo de esta pandemia que aún tiene para rato. Junto a la fatal certidumbre de los miles de muertos y la incertidumbre por venir, la pandemia ya va arrastrando cinco tremendas repercusiones en el panorama económico y social. Estas van a traer tremenda “cola” en el tejido institucional y político de América Latina y buena parte del mundo.

Primero, una caída brutal de la economía en una dimensión comparable, al parecer, con la Gran Depresión de los 30 del siglo pasado. América Latina caerá 9,9%, de acuerdo al FMI, en EE.UU. ya más de 100,000 pequeños y medianos negocios cerraron definitivamente. La recesión está siendo prácticamente global.

Segundo, aumento de la pobreza y la desigualdad, “desandando” en nuestra región los avances logrados en los últimos años en los que la pobreza disminuyó en 30% desde el 2002 y la clase media creció en 30%. Ahora estamos en reversa acelerada y regresando a como estábamos a principios del siglo.

Tercero, crecimiento brutal del desempleo y subempleo, terreno fértil para la polarización e inestabilidad social y política. CEPAL y OIT estiman que la pandemia dejará 11,5 millones de nuevos desempleados en la región.

Cuarto, inseguridad e incertidumbre crecientes en nuestras jaqueadas sociedades. Terreno este usualmente fértil para que germinen propuestas populistas/caudillistas y autoritarias como ocurrió en la década de la Gran Depresión.

Quinto, la fragmentación y el debilitamiento de nuestra capacidad regional de concertar estrategias comunes. Ello frente a un contexto global con el multilateralismo agujereado y una perspectiva con algunas semejanzas a lo que fue la Guerra Fría.

Todo esto apunta a resultados en los que muy posiblemente irán de la mano la inestabilidad interna, junto con débiles posibilidades de acción concertada entre países de una región fragmentada. Condiciones objetivas, pues, para procesos disruptivos dentro de un contexto global en el que asoma una segunda Guerra Fría.

No hay respuestas mágicas ni fáciles, pero tres asuntos deben merecer atención prioritaria por nuestros gobiernos y sociedades.

Primero, políticas públicas eficaces para la ejecución eficiente del gasto público y la reactivación del sector privado. Asunto complejo con cajas fiscales golpeadas, pero en contextos apremiantes en los que es indispensable una ejecución pronta y, por cierto, también transparente. Eso requiere simplificar radicalmente procesos de licitación, ejecución del gasto y demás, junto con las previsiones necesarias frente a los riesgos de corrupción. La vigilancia ciudadana puede ser crucial aquí.

Segundo, esfuerzos internos de concertación política y social frente a la dinámica aluvional en curso hacia la polarización. Afirmando valores como la concertación y la tolerancia en un difícil contexto erizado por la confrontación y las tentaciones populistas y autoritarias.

Tercero, renovar las interacciones entre los países de la región con una estrategia, primero, de lazos renovados de integración –que hoy languidecen– y, segundo, no alineamiento activo frente a las tensiones entre los gigantes del mundo, con apertura pragmática a las diferentes fuentes financieras y de inversión.

La República

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