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Los ejércitos de Donald Trump

Una de las peores herencias que deja Donald Trump es haber fortalecido a la derecha radical norteamericana, con sus milicias nacionalistas y sus teóricos de la conspiración. ¿Podrá superar este desafío la nación más poderosa del mundo?

La noche del 29 de setiembre, en el primer debate presidencial, a Donald Trump se le preguntó si condenaría a los supremacistas blancos y en particular al grupo de los Proud Boys (“Chicos orgullosos”), que en las semanas previas habían estado cometiendo violentos ataques contra los manifestantes de Black Lives Matter. Trump contestó así: “Proud Boys… den un paso atrás y esperen”.

Apenas escuchó estas palabras, Enrique Tarrillo, el líder de los Proud Boys, llamó al negocio de camisetas que tiene en Miami y ordenó imprimir un nuevo lote con el mensaje “Chicos orgullosos esperando”. Gavin MacInnes, el fundador del grupo, lo consideró un llamado a la acción. Andrew Anglin, creador de una web neonazi, dijo que al escuchar a Trump sintió escalofríos: “Le está diciendo a la gente que espere, como ‘prepárate para la guerra’”.

Las cuidadosas y ambiguas palabras del presidente de los Estados Unidos, que podían interpretarse como llamados de acción o simplemente respaldos velados a los supremacistas blancos, no eran casualidad.

Desde que entró a la política, en 2015, Trump buscó apoyarse en todos los espectros de la derecha norteamericana, dentro y fuera del Partido Republicano, incluida la derecha radical, con una retórica antiinmigración, reivindicatoria de las necesidades de los blancos norteamericanos no hispanos, que calzaba con las ideas xenofóbicas, racistas y fascistas de estas organizaciones.

Cuando llegó al poder, nombró como estratega jefe de la Casa Blanca a Steve Bannon, cuyo sitio web, Breitbart, había sido una plataforma clave para posicionar mediáticamente al supremacismo blanco, bajo un nombre menos tenebroso: “derecha alternativa” o “alt right”.

Fue un momento de júbilo para los grupos de poder blanco. David Duke, uno de los líderes del Ku Klux Klan, dijo que “el hecho de que Donald Trump lo esté haciendo tan bien demuestra que estoy ganando”. Y Andrew Anglin reveló que todos los nazis de extrema derecha que conocía se habían ofrecido como voluntarios para la campaña de Trump.

En el centro del partido

Es verdad que los grupos de derecha radical existen en los EE.UU. desde hace mucho. Pero con Trump en la Casa Blanca, ganaron un protagonismo que nunca antes habían tenido.

–Eran una fuerza que tenía alguna presencia entre los republicanos sureños, particularmente, pero estaban al margen del establishment político– explica el internacionalista Farid Kahhat, autor del libro El eterno retorno, sobre la derecha radical en el mundo–. Es Trump quien los pone en el centro del Partido Republicano, o al menos como una opción mayoritaria dentro del partido.

Es con Trump en el poder que los supremacistas blancos se atreven a realizar la manifestación Unit the Right, en Charlottesville, en agosto de 2017. Una convención de supremacistas blancos, neonazis, neoconfederados, miembros del Klan y otros, cuyo objetivo fue unificar al nacionalismo blanco. Marchas nocturnas con antorchas, enfrentamientos con residentes que buscaban expulsarlos y, al final, el ataque de un supremacista que arrolló con su auto a una multitud de contramanifestantes y dejó a una persona muerta y a otras 19 heridas.

Ni ante esta evidente muestra del peligroso fanatismo de los radicales de derecha Trump se atrevió a criticarlos. Lo que hizo fue condenar la violencia en general y dijo que “había gente buena en ambos lados”.

Solo ante las matanzas de Dayton y El Paso, cometidas sucesivamente en agosto de 2019, donde sendos lobos solitarios asesinaron, en conjunto, a 31 personas, el mandatario condenó el racismo y el supremacismo blanco ante los medios.

Licencia para matar

Pero las evasivas y el silencio volvieron cuando, en medio de las protestas antirracistas por los asesinatos de George Floyd y de Jacob Blake, milicias de extrema derecha salieron a patrullar las calles de varias ciudades con armas de guerra con el fin de “defender la propiedad”, atacando, ante la menor provocación, a los activistas por los derechos de los afroamericanos.

En agosto, uno de estos milicianos, Kyle Rittenhouse, un menor de 17 años, asesinó a tiros a dos activistas en la ciudad de Kenosha, Wisconsin. Trump lo defendió públicamente y dijo que los manifestantes lo hubieran matado si el joven no se hubiera defendido. Los Proud Boys sacaron una camiseta que decía “Rittenhouse no hizo nada incorrecto”.

–El mensaje que Trump le ha dado a estas personas es que tienen licencia para matar –dice Farid Kahhat–. Él entiende perfectamente que son parte de su base política y usa un lenguaje cifrado, indirecto, para no reivindicarlos de manera explícita, pero, al mismo tiempo, no alienarlos tampoco.

Kahhat dice que, en estos cuatro años de gobierno, el saliente presidente ha legitimado el discurso de estos sectores y, con ello, les ha dado un protagonismo sin precedentes.

–Los sociólogos lo llaman licencia social. Hay cosas que siempre se han considerado inaceptables en el discurso sobre raza o inmigración, pero Trump es un líder que ha roto con esos tabúes. Eso ha hecho que muchos sientan que, si el propio presidente lo dice, es que son cosas admisibles para ellos.

Al hablar de “hordas invasoras” latinas, Trump ha legitimado, indirectamente, una teoría de conspiración según la cual las elites liberales están tratando de convertir a los EE.UU. en una nación multicultural en la que los blancos serán una minoría.

También ha dado alas a otras teorías conspirativas populares en la extrema derecha. Como la de QAnon, que lo retrataba a él como un paladín que enfrenta secretamente a las elites liberales –desde los Clinton hasta George Soros–, y que es una trama derivada de la teoría del Pizzagate: estas elites son un grupo de pedófilos que se reúnen a cometer sus crímenes en el sótano de una pizzería de Washington y a los que Trump siempre ha estado a punto de exponer públicamente.

Sobre el papel, con la derrota del magnate y su inminente salida de la Casa Blanca, se prevé que los grupos de derecha radical perderán fuerza. Sin embargo, Farid Kahhat recuerda que ellas existían antes de Trump y que lo más probable es que continúen sus actividades cuando él se vaya.

En noviembre pasado, el FBI reveló que los crímenes de odio en los EE.UU. habían llegado a su punto más alto en una década. En 2019 se denunciaron 7,314 delitos de odio y se cometieron 51 asesinatos por ese motivo. Por esta razón, la agencia considera hoy al extremismo de derecha como la mayor amenaza terrorista para ese país.

–El genio ya escapó de la botella –dice Kahhat–. Estos grupos no van a desaparecer sin importar cuál sea la suerte de Trump. Son un grupo étnico que está encogiéndose cada vez más y su estrategia va a perder a mediano y largo plazo. Pero todavía pueden causar problemas durante algunos años.

Reportero. Comunicador social por la UNMSM. Especializado en conservación, cambio climático y desarrollo sostenible. Antes en IDL Reporteros y Perú.21. Premio Periodismo Sustentable 2016. Premio Especial Cáritas del Perú. Finalista del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2011.