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República salsera

¿Ha destronado la salsa a la cumbia? Un estudio del IEP indica que el género caribeño es el más escuchado por los peruanos. El éxito salsero se viene cociendo a fuego lento hace varios años. La pandemia paralizó a la industria, que retoma de a pocos sus conciertos vía streaming.

Antes de la pandemia, los podíamos ver los domingos por la tarde haciendo cola en la entrada de Barranco Bar, impacientes por perderse en la multitud eufórica, expectantes por ver en escena a las Yahairas, las Danielas, los Josimares, locos por bailar al ritmo de los timbales y tomar cerveza como si no hubiera mañana. Mientras casi todo Lima se guardaba para iniciar una nueva semana, así terminaban los salseros la suya, esa tribu de seguidores de Héctor Lavoe que, por lo visto, no se extinguirá jamás. Más bien parece que ha crecido.

El Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicó esta semana una encuesta –realizada hace un año– que posicionó a la salsa como el género musical más escuchado por los peruanos. El 21% lo señaló como su favorito, un hallazgo que sorprendió porque, como menciona Laura Amaya, coordinadora del estudio, se sabía que la cumbia (que obtuvo el 18% de la preferencia) era el género rey para los peruanos. Antes del encierro, no había fiesta en la que no se la bailara. “En la inauguración de los Juegos Panamericanos, el estadio se vino abajo cuando la delegación peruana hizo su ingreso con Cariñito”, recuerda la psicóloga social en referencia al hit de Los hijos del sol.

El ritmo caribeño se impuso más en Lima con un interesante 31%, y si queremos establecer un perfil de sus oyentes acérrimos, estos serían jóvenes (18-39 años) de preferencia costeños y de clase media (NSE C). ¿Y qué dicen los salseros de los resultados? El periodista Martín Gómez, editor del informativo web Salserísimo Perú, toma la buena nueva con pinzas ya que la muestra del estudio se limitó solo a 1,254 peruanos. Sin embargo, reconoce que el país se ha convertido, al igual que Colombia, en uno de los bastiones de la salsa de Sudamérica y, por qué no, del mundo. “En ambos países se concentran los más grandes festivales y conciertos salseros. Muchos cantantes boricuas y neoyorquinos vienen aquí por- que saben que hay mercado”, dice el melómano que recuerda, además, que Cuba y Puerto Rico, otrora cunas soneras, son hoy territorios ocupados por el reguetón.

Es cierto que, tras la edad de oro que vivió la salsa en los ochentas –los salseros cincuen- tones nunca olvidarán la ex- periencia religiosa que fue ver a Héctor Lavoe en la Feria del Hogar de 1986–, el género fue opacado por la tecnocumbia en los noventas, y luego por la olea- da de nuevos grupos de cumbia que le pusieron el soundtrack al nuevo milenio.

No obstante, en los últimos años, la salsa resurgió con fuerza: las salsotecas se reactivaron, las carteleras de los conciertos se llenaron de nuevas voces y orquestas, surgieron estrellas femeninas que traspasaron fronteras como Daniela Darcourt. Se popularizó el feat, salseros de carreras en ascenso hacían dúos con pesos pesados como Tito Nieves o La India. Al país llegaron productores musicales de la talla del puertorriqueño Isidro Infante –ganador de varios premios Grammy–, que se convirtió en el director musical de Josimar y su Yambú, autores de La salsa perucha.

Hasta antes de la crisis sanitaria, se hablaba de una indus- tria de la salsa en crecimiento. En su mejor momento, la orquesta Zaperoko, autodenominada “la resistencia salsera del Callao”, llegó a trabajar sin parar los sietes días de la semana: “Te aseguro que, en ningún otro país, las orquestas de salsa tocaban todos los fines de semana como en el Perú. Los artistas internacionales querían venir aquí porque había trabajo”, dice el director de la orquesta, Jhonny Peña.

Gómez reconoce que la orquesta chalaca contribuyó a la renovada popularidad del género. “Aunque los salseros duros no estén de acuerdo, hay que reconocer que Zaperoko hizo un trabajo de ‘evangelización’ cuando empezaron a tocar gratis en la calle”, dice. Cuando habla de ‘salseros duros’ se refiere a los seguidores de los clásicos como la Fania All-Stars, Richie Rey y Bobby Cruz, Ray Barretto, entre otras grandes estrellas del pasado que alimentaron la fama de este fenómeno musical que surgió de los migrantes de New York y tiene al son como base rítmica.

Frescura para el son

Por fortuna, la salsa se ha reinventado y hoy hay para todos los gustos: la hay romántica, bailable, urbana, timbera. Atrás quedaron los tiempos en que las únicas referencias del género en el Perú eran Antonio Cartagena o Willy Rivera. Desde hace cinco años o más, una nueva camada de salseros busca hacerse un nombre.

Son Tentación, el primer grupo salsero integrado por mujeres, refrescó la escena e, incluso, se convirtió en el semillero de grandes figuras. De ahí han salido Daniela Darcourt, Yahaira Plasencia, Amy Gutiérrez y Kate Candela. Cuando comenzaron en 2002 nadie les daba crédito, las veían como una réplica improvisada de Las chicas del Can. “El público salsero era muy exigente. Se burlaban de nosotras porque pensaban que solo íbamos a mover el cuerpo”, dice Paula Arias, fundadora del grupo, que rememora cómo fue la primera vez que cantaron para un público masivo: “Nadie volteó a vernos cuando subimos al escenario. Nos ignoraron hasta que cantamos el primer tema, Amor de etiqueta, y comenza- ron los gritos”.

La cantante atribuye el éxito del género a la variedad de estilos: “Al peruano le gusta combinarlo todo, como en la gastronomía. La salsa perucha se sirve como el plato siete colores”, dice y pone de ejemplo a Josimar y su Yambú que versiona en salsa los éxitos cumbiamberos del Grupo Néctar y a Zaperoko que, si bien tiene como raíz la salsa dura, también “le pone a su música el swing sen- sual y la timba”.

La cuarentena supuso un parón de las actividades del grupo que tenía programada una gira internacional en Estados Unidos y Europa, además, preparaban su cuarto disco. “Trabajábamos de miércoles a domingo, vivíamos de nuestros ingresos semanales, muchas familias dependían del grupo”, comenta Arias.

La crisis, en realidad, ha golpeado a toda la industria musical. Este año, el festival Una noche de salsa, que iba por su edición 11 y que congregaba a más de 25 mil almas, no se pudo realizar. La ausencia del megaevento generó una pérdida en cadena en diferentes rubros: “La inversión era grande, se han quedado sin ingresos no solo los artistas, también las empresas de seguridad, las compañías de sonido, las agencias de viaje. Nos toca esperar con responsabilidad”, comenta el organizador y empresario Alejandro ‘Jano’ Mejía.

Algunos salseros escépticos no se creen los resultados del estudio del IEP. Dicen que su género difícilmente podría abarrotar locales cada fin de semana como hacía la cumbia con El Huaralino en Los Olivos. Sin embargo, Mejía retruca: “Ambos son géneros masivos, pero la cumbia no tiene la cantidad de locales que tiene la salsa”. En Lima había cerca de 25 locales que presentaban shows de salsa antes de la pandemia. Ahora están cerrados, pero, con seguridad, cuando llegue la vacuna, veremos a los fieles salseros haciendo cola, inmunizados y felices, esperando un lugar pa' guarachar.

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