Domingo

Reporteras, la calle es su lugar

En tiempos en que San Google es el oráculo de los periodistas, estas reporteras siguen saliendo a la calle a buscar la información. Doris Aguirre, Melissa Merino y Elizabeth Prado siguen cultivando en La República el trajinado oficio de meter las narices donde no deben para hallar la verdad.

Es la una de tarde y los tacones de Doris Aguirre entran en escena en la redacción de la Unidad de Investigación de La República. Viene de la calle con unos documentos bajo el brazo y la expresión de sopor en el rostro. Esta mañana entrevistó a un fiscal del equipo especial Lava Jato que investiga el proceso de Keiko Fujimori. Tac, tac, tac. Aguirre camina rápido. Está al límite de la “hora de cierre”. Tiene pocas horas para escribir con claridad, concisión y verdad, lo que vio y escuchó en la cita de hoy para que usted puede leer la noticia mañana.

Desde hace 28 años, esa es la rutina de esta periodista que ha investigado y reportado todo tipo de hechos de interés público: desde crímenes de odio contra homosexuales hasta la mendicidad en los penales; desde el penoso final de los cadáveres no identificados de la morgue hasta los delitos que cometen los malos policías; desde accidentes aéreos hasta inmersiones en las montañas del VRAEM, en busca de los últimos brotes de Sendero Luminoso.

Aguirre pertenece a esa tribu de periodistas que desde que se fundó el periódico cumplen a cabalidad con el ritual de buscar información: caminar mucho, meterse a donde no deben, hacer preguntas impertinentes, volver a escribir a contrarreloj todo lo que vieron y oyeron.

No es la única. La República tiene reporteras de larga data. Elizabeth Prado, periodista de Política, especialista en conflictos sociales y comunidades indígenas, tiene 62 años y camina la calle desde hace dieciocho y no tiene pretensiones de cumplir un horario a tiempo completo encerrada en una oficina. La reportera gráfica, Melissa Merino, vive a la caza de imágenes noticiosas desde hace veinte años. Trepa muros, corre entre autos, se mete en la turba de una protesta o compite con sus colegas para tener el ‘mejor’ ángulo de un político corrupto enmarrocado.

Estas reporteras sudan la camiseta para que usted lector se sensibilice, se indigne o se sorprenda sobre lo que pasa allá afuera. Obtienen información de primera mano, en el lugar de los hechos, no a través de Google o de documentos oficiales. Su oficio es la vacuna contra el virus de los fakenews, las noticias falsas que circulan en las redes sociales.

Tomar vías alternativas

Doris Aguirre ingresó a las instalaciones de Jirón Camaná 320 a los 18 años, como practicante del diario El Popular. Aburrida de su nada ambiciosa labor, que consistía en voltear cables (despachos de agencias de noticias), pidió la cobertura de las noticias policiacas. Su día a día consistía en visitar la morgue de Lima para pedir detalles sobre la última víctima de asesinato.

En el ínterin fue testigo de un hecho que le heló la sangre: los cadáveres de los no identificados eran apilados en un camión y arrojados como carne sobrante a una fosa común que se abría a espaldas del cementerio Presbítero Maestro. Si una persona quería recuperar a su familiar, un perito de la morgue tenía que bucear entre los cuerpos, a veces sin éxito.

Este fue uno de los casos más memorables de sus inicios en la crónica roja. Tiempo después, con algunos años más de experiencia, Aguirre llegó a cultivar una importante lista de fuentes policiales en la Dirección de Investigación Criminal (Dirincri). Este logro favoreció su ingreso a la Unidad de Investigación especializada en casos policiales de La República, en 1993.

Ese año protagonizó otro gran descubrimiento. Una joven que había sido detenida injustamente en la carceleta de la Dirección Contra el Terrorismo (Dircote) denunció haber sido violada por un policía. Para descubrir al perpretador, Aguirre tomó un trabajo como mesera en el cafetín de la unidad policial. Durante 20 días sirvió cafés y preparó el menú de los agentes, quienes hablaban de lo sucedido con ‘pelos y señales’, sin saber que una periodista los escuchaba. Tras un largo reportaje de cuatro entregas, Aguirre desenmascaró al policía que ha bía cometido la violación.

“Jamás llegarás a la verdad por los medios oficiales, ni mandando oficios a la oficina de prensa de las instituciones. Para obtener información hay que tomar caminos alternativos y tocar muchas puertas. Y si te cierran una, otra se abrirá”, dice la periodista que hoy integra la Unidad de Investigación que lidera Ángel Páez. Su último gran caso fue el despate de un grupo de agentes de la PNP que cometían ejecuciones extrajudiciales de presuntos delincuentes. La noticia causó tal impacto que Aguirre recibió amenazas de muerte.

Cuando juega el azar

La serendipia es ese hallazgo afortunado que se produce de manera accidental, cuando se está buscando una cosa distinta. La periodista Elizabeth Prado sabe bien de qué se trata. Luego de una larga ausencia de las salas de redacción, a los 47 años retomó su carrera periodística e ingresó como practicante a la Unidad de Investigación de La República en 2002, bajo el monitoreo del reconocido periodista Edmundo Cruz.

Pasaron cuatro años para que realizara sus primeras comisiones de peso. Se le encomendó viajar a Huánuco, sola y sin fotógrafo, para seguir el rastro de una joven que posiblemente había tenido un hijo con Ollanta Humala (en ese entonces candidato a la Presidencia), cuando este estaba a cargo de la Base Militar Madre Mía, en plena guerra contra el terrorismo.

En el camino, Prado descubrió por azar otra historia. Una comerciante le contó que los subalternos de Humala habrían cometido abusos: robaron su bodega, encarcelaron injustamente a su esposo y le cortaron el cabello a ella por reclamar. El rompecabezas del caso Madre Mía empezaba a armarse y Prado fue una de las reporteras que lo cubrió en varias entregas.

Actualmente ya no trabaja en la Unidad de Investigación. En la sección política da cobertura a las demandas de las comunidades indígenas. “Para hacer buen periodismo hay que hablar con mucha gente, con la parte que acusa y la parte acusada. No cambiaría el trabajo de campo por nada, yo soy una obrera”, dice Prado, quien se considera de perfil bajo, no figura en las redes sociales. En realidad, no le interesan. El público sobre y para el que escribe no vive colgado del Twitter.

¿Y cuál es el rol del reportero gráfico, en tiempos en que cualquiera, con un Smartphone, puede tomar una foto y denunciar un hecho?, le pregunto a Melissa Merino, que, seducida por el periodismo, dejó su carrera como profesora de secundaria.

“El fotorreportero, al igual que el periodista, cuenta historias. Por más que alguien pueda tomar la foto con el celular, los fotógrafos contamos información gráfica, salimos a la calle, y registramos la realidad con una intención, con nuestro particular punto de vista”.

Las tres reporteras coinciden en que no cambiarían la calle por el cómodo asiento de la oficina. Aún hay periodistas que miran más allá del espejo del Facebook.