Una noche con los damnificados del huaico

CARAPONGO. Los pobladores de esta zona viven de milagro, pero siguen alertas a las crecidas del río Rímac, a los torrentes del Huaycoloro y a los huaicos que descienden de las quebradas cuando pasan las lluvias.,Una noche con los damnificados del huaico,Una noche con los damnificados del huaico,Una noche con los damnificados del huaico,Una noche con los damnificados del huaico,Una noche con los damnificados del huaico,Una noche con los damnificados del huaico,Si vienes a Carapongo y quieres pasar la noche con los damnificados, te recomiendo traer botas y zapatillas. Las botas son imprescindibles para soportar las aguas heladas del río que discurre por sus calles. Y cuando ya estás instalado, lo mejor es volver a ponerte las zapatillas para calentar los pies. PUEDES VER: Evangelina Chamorro: huaico la arrastró más de 3km inconsciente Prepárate para caminar porque hay muchas zonas donde ni las camionetas todoterreno pueden transitar. Aquí aprenderás que a las 12 de la noche es la hora en la que tienes que estar más alerta. Los vecinos aseguran que a partir de esa hora han ocurrido los peores huaicos. El río huele a barro y el sonido de las enormes piedras que chocan entre sí cuando son arrastradas por la correntera es una alarma que no puedes pasar por alto. Aquí no. Eso lo saben muy bien las personas que lo han perdido todo. Ellos, mis anfitriones, son amables hasta en lo peor de su tragedia. Me recomiendan no caminar por el filo del huaico en medio de la oscuridad. "Te puede vencer el vértigo", me dicen. "El suelo no es seguro", me advierten. Está demás decirte que debes traer alimentos y agua. Debes compartir estos lujos con los damnificados. Y sigue la recomendación de aquellos que visten un chaleco que brilla en la oscuridad. Ellos saben en qué momento se vendrá un nuevo huaico. Cuando se acaban las preguntas y respuestas, te resulta imposible dormir, no solo para ti, sino para el resto. Para los que lo han perdido todo. Los hermanos Gálvez –pese a que son más de las 12 de la noche– están despiertos velando el sueño de sus padres. Gerson, el menor, de 18 años, es algo arisco. Él no lamenta su propia suerte. Te dirá que pese a todo están sanos y se lamenta más por sus vecinos que perdieron sus animales. "Todo se ha caído. No hay casas. No hay nada. Ya no tenemos refrigeradora, televisor, herramientas. Nada", sostiene. Su hermana Johana, de 20 años, está agradecida por el apoyo que vienen recibiendo de la sociedad civil organizada, es decir, de sus propios vecinos, pero lamenta que ni el Estado, ni la municipalidad, se hayan acercado a comprobar su situación. "Todo el segundo piso está bien, aunque casi se inunda el primer piso", agrega con esperanza, mientras contempla lo que queda de su vivienda al otro lado de la orilla. Pese a sus necesidades, te darás cuenta cómo surge la solidaridad vecinal. Todos comparten y se ayudan entre ellos. No falta uno que prefiere dar una de sus escasas frutas a las familias que tienen niños durmiendo en la intemperie. Al acercarse la hora azul, cuando los primeros rayos de sol quiebran la niebla del amanecer, los más jóvenes y fuertes se levantan y cruzan el fango que ha dejado el huaico en búsqueda de agua. Cuando la tienen, incluso se te acercarán para ofrecerte una botella. Acéptala por educación y luego la debes compartir con los niños o con los ancianos desamparados También verás que algunos ayudan a sus animales para cruzar la correntada que dejó el huaico de turno, con el barro hasta las rodillas, visiblemente cansados. Pero no te acongojes, ellos no quieren eso. Recuerda que tú estás de paso y ellos se quedarán aquí, bajo estas "carpas" instaladas con los plásticos que se salvaron del huaico. Ellos no se moverán de su vivienda, o de lo que queda de su vivienda. Carapongo es una de las zonas más afectadas debido a los huaicos. Casi todo ha quedado destruido. El Huaycoloro y el río Rímac pasan cerca, pero los huaicos descienden desde las cumbres de las montañas cercanas donde se almacena el agua de lluvia. Y está lloviendo desde enero. Solo podrás comprobar la magnitud de la tragedia cuando estés aquí. CAMINO A LA TRAGEDIA Cuando llegué tuve que caminar entre el barro y en dirección contraria al cauce del huaico. Las botas no me ayudaron mucho porque el agua ingresa y te congela los pies. Para avanzar me alumbro con una linterna, pero debo arrastrar los pies para no caer en un hueco o tropezar con alguna piedra. En el camino me cruzo con personas que lo han perdido todo. Sí, todo. Sus miradas apuntan a mis botellas de agua pero son incapaces de pedirlas. Por eso se las doy y las reciben con gratitud. No hace falta que me expliquen qué les pasó. No hace falta eso. Lo que falta es agua. Más adelante me encuentro con Marcelo Leyva. Desde hace cuatro días él viene durmiendo al frente de su propia casa. Irónico, ¿verdad? Tras el huaico, esta ha quedado totalmente inhabitable. TAMBIÉN PUEDES VER: Una madrugada de tristeza y desolación vivieron damnificados de Carapongo Él, junto a su esposa, Emma Sánchez, se han acomodado en una pequeña pendiente con lo poco que han podido rescatar. Dos colchones, una pequeña cocina industrial y un banquito que sirve de soporte para dos velas –casi derretidas– que los alumbran durante estas frías noches. Un techo improvisado de cartones y maderas es lo primero que ve Marcelo –desde hace cuatro días– al despertarse. Hay un pequeño riachuelo que crece por momentos y que separa su antigua vivienda de su nuevo "hogar". "El rato en que ocurrió el huaico no estuve. Salí de mi casa a las 3 o 4 de la mañana para trabajar y me avisaron como a las 5:30 a.m. que la casa ya estaba inundada", me cuenta Marcelo y también se queja de que hasta el momento ninguna autoridad ha venido a apoyarlos. "Tenemos un poco de agua gracias al apoyo de los hermanos". Se refiere al Movimiento Misionero Mundial (MMM). Ellos vienen donando víveres, frazadas, carpas, agua y frutas hasta donde se puede. La mala suerte de Marcelo y su esposa Emma es similar a la de otras familias. Faltan las carpas y muchos se las ingenian con plásticos y palos para pasar la noche. CUANDO EL RÍO SUENA... He caminado casi una hora, que es la distancia que hay entre las familias con carpas y las que aún no han sido reubicadas. Estos últimos me transmiten sus quejas porque la ayuda aún no llega y tienen que caminar por las aguas del río, con el temor de que ocurra otro huaico, para encontrar, al menos, una botella de agua. La ausencia de este servicio básico ha provocado que varios niños se enfermen. Así que cuando estés acá, prepara tu corazón. Una de ellas es la pequeña Ivanna, de solo doce meses. Su madre, Kiara Nunta, me explica que el doctor le ha diagnosticado una infección estomacal debido a que el huaico no solo ha destruido todo a su paso, sino que también trajo desperdicios y enfermedades. "Por el huaico se ha enfermado mi bebé. Ahorita está con tos y fiebre. Su pecho está roncando por el frío. Yo vengo de Huachipa y lo he perdido todo. Somos varias familias que aún no tenemos carpa", dice Kiara. Otro de los niños enfermos es Paolo, de apenas dos años. Su padre, Liber Cumapa, me narra que tiene tos desde hace cinco días, pero por suerte está siendo tratada con unos jarabes que le han donado. "Lo único que hemos podido recuperar es la ropa. Le pido a las autoridades que nos apoyen rápido", agregó Liber. Al lugar han llegado médicos del Hospital de Ate Vitarte. El doctor Álex Rosas hace un paréntesis a sus labores y explica que hasta el momento se han atendido unos veinte casos de cierta gravedad. La mayoría de ellos, niños y ancianos. "Las patologías más frecuentes han sido problemas de diarreas, pacientes deshidratados y suturaciones. Debido a que hemos tenido estos problemas en el hospital, nuestro director ha creído conveniente venir hasta aquí para dar apoyo", detalló. El panorama no es tan alentador. Los representantes de este hospital apenas tienen tres días en el lugar y la población viene exigiendo más ayuda de parte del Estado. Modesto Limaymanta –de 88 años– perdió su casa, sus cuyes, gallinas, patos y chanchos, que eran el único sustento que tenía para vivir. "También he perdido mis dos gatos, ya deben haberse muerto", dice. "Nosotros vivíamos de nuestros animales. El agua se los ha llevado", cuenta. Él tampoco tiene una carpa. Apenas tiene un colchón húmedo donde dormir, pero toda la noche permaneció sentado en una silla blanca. A sus 88 años, prefiere esperar alerta porque ya están apareciendo "los amigos de lo ajeno" y que andan merodenado... pero don Modesto no sabe qué más le podrán robar.❧