La actuación de Edgar Alarcón en la Contraloría.,Un país como el Perú, con una antigua tradición de gobernantes con mucho entusiasmo por robarle al Estado, y débiles mecanismos de vigilancia, necesita un contralor fuerte que luche contra la corrupción, pero tener en ese puesto a un figuretti con poca independencia puede ser igualmente peligroso. Esa es, lamentablemente, la sensación que dejan las primeras semanas de Edgar Alarcón al frente de la contraloría general de la república. Su ratificación en el Congreso con los votos oficialistas del presidente Ollanta Humala generó cuestionamientos razonables que fueron, sin embargo, compensados por su antigua trayectoria en la Contraloría. Pero una vez en el puesto, empezó a lanzar denuncias que, en vez de entusiasmo, generaron suspicacia. Desde una supuesta compra irregular de patrulleros que el contralor denunció a través de la televisión sin que se hubiera notificado antes al Ministerio del Interior; hasta las irregularidades que, supuestamente, evidenciarían corrupción de 23 funcionarios en el proceso de adjudicación de la Línea 2 del Metro de Lima, las cuales, de acuerdo con la explicación planteada por Proinversión, parecen muy débiles e infundadas. Un contralor que lucha a fondo contra la corrupción es fundamental para el país, pero un contralor que dispara por disparar, con mala puntería por la irregularidad, puede ser un peligro enorme pues un accionar así de imprudente puede paralizar la inversión pública en el país, por el riesgo de acabar injustamente comprometido en procesos penales. Por ello, ha hecho bien el presidente Pedro Pablo Kuczynski en criticar al contralor Alarcón por su “falta de claridad sobre cuáles son sus funciones”. El Apra y el fujimorismo, en cambio, han saltado a defenderlo. Parecería, en este contexto, que, por el origen de su nombramiento, el nuevo contralor está buscando ganar legitimidad mediante la denuncia fácil y el figuretismo exagerado. Y, también, asegurar el respaldo político de la fuerza mayoritaria en el Congreso, el fujimorismo, lo cual se evidencia con el nombramiento del ex congresista Juan Díaz Dios como coordinador de la contraloría con el Poder Legislativo, y no porque le falte capacidad –al contrario, su actuación en el anterior parlamento lo proyectó como alguien bastante capaz– sino por su estrecha vinculación con una agrupación política que es protagonista en el contexto actual. La contraloría debiera proyectar una imagen de neutralidad política, pero a Edgar Alarcón ya se le ve un fustán naranja bastante sospechoso.