Frío en el Hemiciclo

El discurso inaugural de Pedro Pablo Kuczynski se dio en el espacio de una confrontación asimétrica. Keiko Fujimori se presentó a los medios desde la red como si fuera la ganadora de una elección paralela, poniendo en marcha la propuesta de un gobierno también paralelo. Una aparición relámpago innecesariamente amenazante. Decimos confrontación asimétrica porque PPK no hizo sino extender la rama de olivo a lo largo de su discurso, mientras que los fujimoristas del hemiciclo daban la impresión de estar preparándose para la guerra. Luz Salgado fue una excepción. Dio y recibió saludos y abrazos como se esperaba de ella. Hay en el gesto de la ex candidata Fujimori una enorme necesidad de convertir su derrota de junio en una forma de victoria. Colarse en la juramentación con un recordaris sobre la buena votación de sus parlamentarios tiene un cierto patetismo. Haberlos regimentado en un parejo mutismo es una señal ominosa, sombras de los ubicuos beepers de los años 90. PPK expresó sobre todo objetivos básicos, lo que llama una revolución social, con los que es realmente difícil no coincidir. Casi todos los candidatos de junio propusieron versiones de lo mismo. Fue también el caso del programa de Fuerza Popular presentado en la campaña, y ahora reciclado como cuco del Ejecutivo. La ex candidata parece muy confiada en que su bancada podrá funcionar como una aplanadora. Pero el juego Ejecutivo-Legislativo no tiene la rigidez de un sencillo cálculo aritmético. Depende mucho de las circunstancias, y siempre aparecen novedades. Este periodo no va a ser diferente. PPK no expresó metas formalmente ambiciosas, aunque de hecho lo son. Lo que quiere en el fondo es reparar aquello que está malogrado, lo que no está funcionando. En eso viene implícita la idea de que en realidad el orden nacional se puede arreglar, pero no hay ninguna necesidad de cambiarlo por el momento. A Keiko Fujimori le convendría mucho más participar en ese proceso de reparaciones desde su propio terreno político, que confrontarlo desde una suerte de limbo del malhumor. El Perú es un país presidencialista y el Ejecutivo tiene más recursos que el Legislativo para ir a una guerra política si llegara a ser necesario.