García Márquez: el año que hicimos contacto

En enero de 1967, la revista peruana Amaru publicó en exclusiva el tercer capítulo de Cien años de soledad, la novela más importante de Gabriel García Márquez. Ese mismo año, en setiembre, el nobel colombiano nos visitó por última vez. Recuento de un año histórico, cinco décadas después.,García Márquez: el año que hicimos contacto ,García Márquez: el año que hicimos contacto ,Helio Ramos No fue en la casa grande, allá en Macondo, sino aquí en Lima. Remedios, la bella, subió a los cielos una tarde de enero de 1967, durante un triste verano de neblina y garúa. Llevaba su típico atuendo de cañamazo de quita y pon, envuelta en sábanas de bramante que aleteaban feroces cuando empezó a levitar. Fue una súbida rápida y sin retorno hasta los altos aires limeños. A vista de pájaro, la ciudad se veía más horrible que nunca. Testigos de esta unción fueron Úrsula Iguarán, la matrona longeva y casi ciega, para quien Remedios, la bella, su bisnieta, era una hembra perturbadora pero boba. La otoñal Amaranta, que ya pasaba el último cabo de la madurez en una soltería sin salvación. Y Fernanda del Carpio, la esposa de nariz respingada del gemelo Aureliano Segundo, que gobernaba como una sátrapa el hogar de los Buendía. Así no es como sucedió en realidad, pero así lo recuerda el crítico literario Abelardo Oquendo. El tema es sencillo: cinco meses antes de que la editorial Sudamericana publicara Cien años de soledad en Buenos Aires, el 30 de mayo de 1967 (hace exactamente medio siglo), la revista peruana Amaru publicó en exclusiva el capítulo sobre el viaje celestial de la conturbadora y misteriosa dama que exhalaba un flujo mortal ante cualquier varón que la pretendiera. “Subida al cielo en cuerpo y alma de la bella Remedios Buendía” fue el título y apareció entre las páginas 24 y 29, en el número inaugural de la revista. PUEDES VER Colombia recuerda en su aniversario 90 a un Gabo camino al mito Ese desconocido Valgan verdades, Oquendo –fundador de Amaru, junto al poeta Emilio Adolfo Westphalen (quien la dirigía)– no recuerda cómo fue el contacto con un casi desconocido Gabriel García Márquez (apenas había publicado tres novelitas y un libro de cuentos que no eran gran cosa) y qué lo hizo ceder un capítulo inédito de la singular obra que luego sería un parteaguas de todo lo escrito hasta entonces en Latinoamérica. No sabe si el contacto fue Mario Vargas Llosa, corresponsal de la revista en Europa (vivía entonces en Londres), o el crítico José Miguel Oviedo o Sebastián Salazar Bondy. –Fue uno de los tres, dice. Tendría que preguntarle a Mario (Vargas Llosa), a quien veo solamente cuando viene por Lima, o a Oviedo, que actualmente vive en Filadelfia y de quien no tengo noticias hace mucho. Sentado en un sillón de su sala, en su casa barranquina, Oquendo refiere que entonces García Márquez era solo una promesa “parcialmente cumplida”, que no se podía calcular ni preveer la dimensión que tendría su obra. Quien se inclina por la tesis definitiva de que el enlace con Gabo fue Oviedo es el crítico literario Agustín Prado. Según él, Oviedo era muy amigo del colombiano. Conocía de cabo a rabo toda su obra y –este es el dato más importante– ya había leído los otros dos extractos inéditos de Cien años de soledad que aparecieron antes que el de Remedios, la bella, en Amaru: el primero en el suplemento Magazín del diario El Espectador, de Colombia, el 1 de mayo de 1966; y el segundo, dos meses después, en Mundo Nuevo, la revista del Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales, fundada en París bajo la dirección del uruguayo Emir Rodríguez Monegal. Es más, Oviedo publicó en el número 1 de Amaru (cuya carátula tiene una viñeta de Fernando de Szyszlo) una crítica sobre la obra del joven Gabo, concebida, según él, como una saga del litoral colombiano en la que ya se prefigura Macondo, ese pueblito ruinoso y sonámbulo, a lo Yoknapatawpha de Faulkner, como epicentro mitológico-real de catástrofes diluvianas, barbaries políticas y personajes que rozan los límites de la locura. En el artículo “García Marquez, La infinita violencia colombiana”, el crítico señala que este es un autor no “suficientemente leído”. Intuye, además, que con Cien años de soledad será uno de los más notables jóvenes escritores de esa eclosión laberintosa conocida como ‘Boom’. La premonición no tardó en ser confirmada. El libro causó furor en Buenos Aires apenas salió del horno. Los ocho mil ejemplares iniciales se agotaron en un abrir y cerrar de ojos, por lo que Francisco Porrúa, director literario de la Editorial Sudamericana, sacó un nuevo tiraje de diez mil ejemplares. Lectores y críticos compartían su admiración por una novela que, al decir de Vargas Llosa, era a la vez tradicional y moderna, americana y universal, en suma una “novela total”. “El Amadís de América” la llamó nuestro nobel en el tercer número de Amaru. El texto –en el que Vargas Llosa se excede en elogios–, fue la base para su tesis doctoral en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid, donde obtuvo la máxima nota. Este ensayo, junto a seminarios impartidos por él en el King’s College de Londres y en la Universidad de Puerto Rico, sirvió para que después publicara el estudio crítico García Márquez: historia de un deicidio, trabajo de absoluto rigor académico donde habla de “realidad ficticia” y del oficio de escribir como acto de rebelión contra la realidad y Dios. Encuentro en la UNI Pero la dupla Vargas Llosa-García Márquez daría más que hablar ese mágico año de 1967. En setiembre, los niños mimados del ‘Boom’ tuvieron un encuentro de alto voltaje literario en el Auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería, que recibió al colombiano como huésped ilustre. Poco antes, Vargas Llosa había recibido en Caracas el premio Rómulo Gallegos por La Casa Verde. García Márquez regresaba de Buenos Aires, a donde había ido para hacer de jurado en un premio organizado por la Editorial Sudamericana. Oquendo recuerda que Oviedo, como jefe del Departamento de Extensión Cultural de la UNI, organizó la conferencia. Esta fue de carácter excepcional, una especie de “interrogatorio público”, donde ambos escritores hablaron de sus convicciones literarias. El plato fuerte de la velada fue Cien años de soledad, el libro de moda en el continente (y también pasando el charco). Oquendo no olvida aún ese duelo a lo Patt Garret y Billy The Kid acaecido el 5 de setiembre de 1967. Fue tal su éxito que tuvo que programarse otra fecha dos días después. Allí, interpelado por Vargas Llosa, García Márquez habló de Remedios, la bella, y cómo concibió el personaje. “La explicación es muy simple y mucho más banal de lo que parece. Había una chica que corresponde exactamente a la descripción que hago de Remedios. Se fugó de su casa con un hombre y la familia no quiso afrontar la vergüenza y dijo con la misma cara de palo que la habían visto doblando unas sábanas en el jardín y que después había subido al cielo… En el momento de escribir prefiero la versión de la familia a la real, que se fugó con un hombre, que es algo que ocurre todos los días y que no tendría ninguna gracia”, contó el colombiano al auditorio. La mítica conversación en la UNI ha quedado para la posteridad en un libro editado en 1967 por la editorial Milla Batres bajo el título La novela en América Latina: Diálogo. El Gabo se quedó como cuatro días en Lima. Tuvo un almuerzo en casa del rector de la UNI, el arquitecto Santiago Agurto, en el que estuvieron además Oquendo, Oviedo y el editor Francisco Moncloa. Centrémonos en este último pues también organizó una cena en su casa de San Isidro. Oquendo recuerda que una de esas noches recalaron en la Plaza de Armas en un café que estaba en la esquina del Pasaje Olaya. Allí, entre piscos, García Márquez les confesó su admiración por las casonas del Centro y por la caprichosa arquitectura barroca de los templos limeños. La imagen que le quedó fue la de un tipo que no paraba de hablar, inteligente, con un humor a flor de labios. Tras esta breve y vertiginosa estadía, García Márquez no volvería a Lima jamás.