Yo necesito piscina, tú no*

Tener piscina en Lima no es solo un signo de estatus, sino, para muchos, un asunto de primerísima necesidad. ¿Cómo, si no, los habitantes de aquellos distritos donde hay casi una piscina por hogar van a poder refrescarse en este horrendo verano? ¿Acaso esperan que las distinguidas señoras sanisidrinas se vayan como cualquier chol… ¡ejem!, mortal a remojarse en los toboganes de Las Tres Ruedas? ¿Qué daño hacen, mientras paguen el precio del agua que sus piscinas y, de paso, jardines consumen, ah? La verdad, hay que ser bien resentido social para pretender que aquellos ciudadanos que han gastado un chupo de plata en las modernas instalaciones de sus piscinas domésticas –que, ojo, no desperdician tanta agua como algunos creen, porque tienen sistema de reciclaje, ¿ya?– las tengan vacías y sin usar, algo muuuy diferente a aquellos pobladores de ciertas zonas que plantan esas antiestéticas piscinas desmontables en medio de la vereda y derrochan el agua mojándose los unos a otros como salvajes aprovechando que se vienen los carnavales. Es como si pretendieran que todos los que tienen auto dejaran de usarlo solo porque, de repente, escaseará el petróleo. El que jamás ha tenido uno, obvio, ni lo notaría y seguiría apachurrándose en el Metropolitano, oliendo todos los hedores de la humanidad, pero si has crecido yendo y viniendo del cole en la Hummer de tu mamá, con aire acondicionado y amortiguación a prueba de rompemuelles, sufrirías mucho y un gobierno realmente democrático no puede permitir que nadie sufra, ¿verdad? Bueno, pues, en estos días, los noticieros de televisión hicieron una denuncia pavorosa: cientos de pobladores de distritos limeños emergentes (es decir, de esos que jamás han tenido piscina ni Hummer en su vida) derrochaban agua escandalosamente poniendo sus feas piscinas de plástico en plena calle justo cuando, por culpa de los huaicos, el agua escaseaba en Lima. Lógicamente, Sedapal hizo una invocación inmediata para que esas personas dejen de desperdiciar el agua y se sancochen, como todos sus congéneres, con los 32 grados de sensación térmica que sufrió la capital. ¿Con qué derecho? Como todos saben, esa gente no paga el precio del agua que derrocha, porque casi siempre tienen instalaciones clandestinas y quién sabe si siquiera se bañan todos los días. En cambio quienes pagan el precio del agua sin chistar tienen el derecho de gastar toda la que les provoque. Estamos en una sociedad de libre mercado y, si eres un vecino de San Isidro, que está acostumbrado a gastar 447 litros de agua al día, o uno de Miraflores, que gasta 395 (según fuentes de Sedapal), ¿por qué vas a acostumbrarte a vivir como, digamos, uno de San Juan de Lurigancho, que con 15 litros al día le alcanza y jamás se ha quejado? Aunque suene feo, hay que ser realistas: las necesidades de uno y otro son bien diferentes –aunque la OMS diga que cada persona debe consumir, a lo mucho, 100 litros al día– , y si tienes piscina, jardín, jacuzzi y ducha eléctrica, quince litros se te van a ir en un suspiro, mientras que 447 litros podrían alcanzar para que treinta hogares de San Juan de Lurigancho puedan darse su bañito semanal, como corresponde, y de yapa sobrar para su tacita de té de la mañana. El agua, señores, tiene que alcanzar para todos y muy especialmente para mantener en buen estado las áreas de esparcimiento público como, por ejemplo, el Club El Golf, que son 48 hectáreas de hermoso y verde pasto que alegran la vista a todos los turistas que pasan por allí y que, de paso, permiten que los ejecutivos limeños se desestresen de sus arduas tareas jugando a ese elegante deporte, que ya aquellos que juegan fútbol, bueno, tienen sus losas deportivas que no necesitan que nadie las riegue, porque son de cemento, como debe ser. La verdad, yo no tengo nada contra los pobladores de los sectores emergentes, pero hay que ser conscientes que los vecinos de los distritos tradicionales tienen derecho a mantener sus espacios de recreo y esparcimiento como hasta hoy. En cambio, aquellos que jamás han conocido ni jardines ni piscinas de verdad, pueden aguantarse un poco y no estar acabándose el agua en sus diversiones salvajes. Solo faltaría que se les ocurra pedir que El Golf se convierta en un parque zonal. ¡Dios nos libre! Nota de edición: El artículo anterior ha sido armado sobre la base de auténticos argumentos vertidos en redes sociales en medio del debate desatado por las piscinas desmontables que se usan en sectores populares para amenguar en algo el calor de estos días. La autora aclara que ella no tiene ni siquiera una piscinita inflable.