Cada vez que aparecen nuevas cifras sobre nuestros paupérrimos niveles de lectura se escucha una serie de lamentos seguida de una búsqueda de culpables. Comparto los lamentos y apunto a varios culpables: un sistema educativo por décadas abandonado; un Estado que, en parte por ideología, redujo sus políticas culturales; medios de comunicación que privilegian el rating en todo horario. Esos medios que cultivan y celebran la ignorancia son los que luego hacen escarnio de jóvenes que no saben quién es Abimael Guzmán. Pero es interesante que en estos debates no se apunta a actores que también cargan con responsabilidad por este páramo de lectura: la comunidad académica tampoco está leyendo. O, más preciso, pareciera que esa comunidad no está leyéndose. No estamos conversando sobre lo que se produce, que no es poco e incluye textos que valdría la pena compartir. Debates interesantes, nuevas ideas, información sobre fenómenos sociales, miradas innovadoras a nuestra historia, difícilmente llegan a un público más general. Y eso es, en parte, responsabilidad de los propios académicos. En otros países hay espacios para discutir este tipo de textos. Rara vez estos espacios son record de ventas o teleaudiencia, pero existen y algunos con enorme impacto y continuidad. Publicaciones como el New York Review of Books, el Times Literary Supplement o Babelia presentan al público reseñas de todo tipo de libros. Y no hay que ir tan lejos, en Argentina, México o Colombia uno percibe que se filtra mucho más la discusión académica en la esfera pública que en el Perú. Hay sin duda un problema de espacios limitados donde publicar este tipo de textos (Domingo de La República, El Dominical de El Comercio, Argumentos del IEP). Ni que decir sobre la orfandad de la televisión, apenas en TV Perú y algo en cable. Si la literatura tiene pocos espacios, los textos académicos mucho menos. Pero hay también un tema de ausencia de comunidad, de preocupación por discutir y difundir el trabajo de los colegas. El año pasado salieron libros importantes en humanidades y ciencias sociales que merecían mucha más atención. Un ejemplo es Los nuevos Incas (IEP), de Raúl H. Asensio, donde se presenta una extraordinaria interpretación de los cambios sociales y económicos en la provincia de Quispicanchi que cuestiona visiones simplistas de izquierdas y derechas sobre el desarrollo rural en el Perú. Desde una provincia cusqueña el libro nos interpela sobre el rumbo tomado por el país en las últimas décadas. Salvo un texto de Martín Tanaka en este diario no he visto nada más al respecto. Y aunque menos académico, De dónde venimos los cholos (Seix Barral) de Marco Avilés es una joya de libro que hubiese disparado una amplia discusión sobre raza, racismo y cambios sociales en otro país. Una mirada a los lugares de donde provienen los migrantes que llegaron a Lima y otras ciudades, pero no como espacios atrapados en el pasado, sino espacios dinámicos donde hoy se juntan los que se fueron y los que quedaron. ¿Cuántos debates ha visto sobre el tema? El libro estuvo entre los diez recomendados por el New York Times en Español, aquí tuvo unas pocas columnas de opinión. Se me ocurren más: Guerreros civilizadores de Carmen McEvoy, La derecha en el Perú de Antonio Zapata. Y ya ni mencionemos trabajos de peruanos y peruanistas en el extranjero, de acceso más difícil. Curiosamente, algunos de estos libros venden bien. Hay lectores, pero no debate ni conversación en medios tradicionales o alternativos. Sin debate nos perdemos la oportunidad de construir una esfera pública más dialogante y crítica, así como atraer nuevos lectores. ¿Qué andan (andamos) haciendo los académicos para no alentar un diálogo sobre estos trabajos? Se me ocurren varias respuestas para este desinterés: preocupados en publicaciones de impacto académico no estamos aportando al debate local, tonteando en redes y buscando likes o retweets gastamos energía que podríamos emplear mejor. ¿O es que somos relativamente pocos, nos conocemos mucho y por ello la crítica es mal vista, sea como sobonería o insulto? Como sea, un aspecto a considerar sobre la situación de la lectura en el país que implica ver la viga en el ojo propio.