Nuevamente, tiempo de crisis en la región. Salimos bastante bien librados de la crisis de 2009, pero la desaceleración del crecimiento iniciada en 2013 está afectando a todos de manera importante, al punto que trae a la memoria los efectos de la “media década perdida” del periodo 1998-2002. Recordemos que en esos años Alberto Fujimori no pudo completar su tercer periodo de gobierno, renunciando vergonzosamente fuera del país en noviembre de 2000; De la Rúa en Argentina también se vio obligado a renunciar en diciembre de 2001, en medio de grandes protestas; grandes protestas también en Bolivia, que marcaron el final de la “democracia pactada”, que forzaron también la renuncia de Sánchez de Lozada en octubre de 2003. En Venezuela terminó la “cuarta república”, originada en 1958, con la llegada de Chávez al poder en 1999. El caso más tormentoso fue el ecuatoriano, donde ni Bucaram, Mahuad, ni Gutiérrez pudieron completar sus mandatos entre 1997 y 2005. Además, el PRI perdió el poder del gobierno federal en México, y el partido colorado en Paraguay, ambos después de décadas en el gobierno. ¿La actual desaceleración económica generará una “onda sísmica” equivalente en lo político? Esperemos que no, pero los analistas económicos pronostican para 2016 tasas negativas de crecimiento en Ecuador, Argentina, Brasil y Venezuela, con situaciones especialmente difíciles en estos dos últimos casos. Y tasas mediocres y en todo caso menores a las de los últimos años en todos los demás países. Llama la atención que a América del sur le va peor que a América Central, que parece beneficiarse de la recuperación de la economía de los Estados Unidos. En lo político, por lo pronto ya cayó la presidenta Rousseff en Brasil (al menos mientras dura su juicio político), en medio de una grave crisis. Lo peor es que no se vislumbran caminos de salida: en 1992, cuando ocurrió la caída de Fernando Collor, bajo el liderazgo de Itamar Franco se tomaron decisiones (políticas de ajuste y reforma estructural) que sacaron a Brasil de la crisis; esta vez, la figura de Michel Temer parece más bien un retroceso frente a Rousseff. Hay una crisis económica y política pavorosa en Venezuela; los resultados de las elecciones parlamentarias de diciembre del año pasado abren la posibilidad del final de la “revolución boliviana”, pero se tratará de un proceso inevitablemente largo y tortuoso. Es inminente una crisis económica importante en Ecuador, agravada por los efectos del reciente terremoto, que podrían marcar el final de la “revolución ciudadana” correísta, después de casi diez años en el poder, pero tampoco hay recambios a la vista. En Argentina terminó el ciclo kirchnerista (2003-2015), y el nuevo gobierno enfrenta las dificultades de los ajustes que se vio obligado a hacer: parte de la opinión pública culpa al kirchnerismo por los pasivos que dejó al nuevo gobierno, pero otra parte culpa a este de incompetencia y de dejar de lado consideraciones social y redistributivas. En México se hace ya un balance claramente frustrante de la promesa de la vida democrática iniciada en 2000, y también se lamenta la ausencia de alternativas. En este cuadro no debemos perder de vista que somos uno de los dos países sudamericanos con mejores perspectivas económicas (junto a Bolivia); y en lo político, si bien ni Keiko Fujimori ni Pedro Pablo Kuczynski despiertan grandes ilusiones, tienen a la mano la posibilidad de crear los acuerdos necesarios para emprender las reformas que el país necesita. No debería perderse esto de vista en la lógica de confrontación de esta segunda vuelta electoral.