La Vida ya no era Vida (Paz y Esperanza 2016) de Felimón Salvatierra, Honorato Méndez y Oseas Núñez rinde homenaje a las víctimas de Allpachaka, Chiara y Quispillaqta, comunidades ayacuchanas duramente afectadas por la violencia política. Los autores ofrecen en cada sección una breve descripción del contexto de una comunidad para luego ceder la palabra a los comuneros. Nos enteramos así de cómo era su vida cuando había latifundios, durante los años previos y posteriores a la guerra, y, especialmente, en el tiempo del conflicto. El resultado es un libro tan original como duro. Un volumen que da textura y profundidad a esa historia general del conflicto que vamos construyendo. Queríamos ir más allá de las cifras de la violencia, darles nombres y vida a esos datos, nos dijeron los autores y promotores del libro en su presentación en la Universidad de Huamanga. Con estos testimonios lo han logrado. El trabajo reúne decenas de voces narrando su tragedia. Como mencionó uno de los autores, estas historias ilustran brutalmente aquello a lo que Salomón Lerner, al presentar el Informe Final de la CVR, denominó el doble escándalo del conflicto: los niveles y brutalidad de la violencia, pero también la indiferencia de buena parte de la sociedad ante tanto sufrimiento. Al pasar sus páginas uno no puede dejar de pensar en todas las formas en que se pudo aliviar ese sufrimiento. Se percibe al leerlo ese “miedo continuo” y esa vida “solitaria, pobre, sucia, brutal y corta” con los que describe Hobbes su estado de naturaleza donde toda esperanza es imposible. Pero en este caso el Leviatán era parte del abuso. La otra parte era una secta laica que llegó prometiendo acabar con los ricos y favorecer a los desposeídos, despertando entre algunos simpatía. Terminó asesinando y abusando del que consideró lumpen proletariado. En el texto, como en otros antes, se muestra la condición de víctima de la población, atrapada entre varios fuegos. Teodosia Salvatierra de Allpachalka lo dice clarísimo: “Los terroristas venían y me pegaban; los militares venían y me pegaban, los ronderos venían y me pegaban”. Y no solo pegaban. Uno tras otro se suceden testimonios que muestran patrones de acción, no hechos aislados. Con impunidad las personas eran detenidas, torturadas, desaparecidas, asesinadas. Pero también encontramos en los testimonios eso a lo que han apuntado otros autores y que hace tan difícil la vida tras el conflicto: hubo victimarios de las propias comunidades. Sendero y las Fuerzas Armadas aprovecharon los conflictos intercomunales para avanzar sus intereses. Pero algunos testimonios muestran también cómo algunas víctimas y sobrevivientes vieron en el conflicto la oportunidad de saldar cuentas y eliminar enemigos. También vemos actos de enorme generosidad en medio de las peores condiciones. La riqueza de estos testimonios, su profundidad, se explica en parte por la biografía de los autores. Los tres son ayacuchanos, provenientes de las zonas bajo análisis y quechuahablantes. Los tres afectados por la violencia: dos perdieron a su padre en el conflicto y otro vivió sus primeros años en medio de la guerra. Ojalá estas historias que nos ofrecen se conozcan, ojalá sepamos darles el lugar que merecen, ojalá el texto contribuya a que los sobrevivientes y sus herederos dejen de ser ignorados. Ojalá sus muertos comiencen a ser nuestros muertos. PD. Tremendo lío en que nos ha metido el JNE por adoptar una posición reglamentarista que olvida el adecuado balance de valores que le corresponde realizar en una democracia liberal en casos difíciles como el de TPP. Se abre así una caja de Pandora de fallas formales que, de escándalo en escándalo, puede afectar seriamente el proceso.