Los comuneros de Cajamarca ahora son bibliotecarios y sus casas, almacenes de cultura. La Red de Biblioteca Rurales lleva libros a diez provincias de esa región, recogen los testimonios de los pobladores y los convierten en historias.,Camila cambió a Blanca Nieves por la Minshula. La pequeña de cinco años no cree en los siete enanitos, ni en la manzana envenenada. Ella quiere que le cuenten la historia de esa bruja que hace engordar a los niños para comérselos. Una especie de Hansel y Gretel condimentado con tradiciones cajamarquinas. Ese personaje terrorífico es el mismo con el que creció su mamá, su abuela y las cincuenta familias del caserío de Liucho Colpa, en la provincia de Bambamarca. PUEDES VER: Encuesta nacional sobre hábitos de lectura de los peruanos - ¿Y no le da miedo? - Vivimos cerca de cerros y quebradas. Para nosotros no existe el miedo. Nancy Huamán, 30 años, cuenta que a su hija Camila no le gustan los relatos extranjeros, los cuentos de “muñecas flacas”. “Tienes que imaginarte las cosas porque no conoces. Tienen otro lenguaje. En cambio, las otras historias las entendemos mejor. Es nuestra realidad”, dice la mujer que también creció oyendo los relatos sobre la Minshula. La historia de esta bruja “está escrita en cajamarquino”, dice Alfredo Mírez Ortiz, 55 años, asesor ejecutivo y cofundador de la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca. Esta asociación privada sin fines de lucro recoge los relatos de los comuneros más sabios y los plasma en libros que luego regresarán a las manos de los hijos y los nietos del pueblo. Las leyendas sobre los duendes, los fantasmas, las apariciones de la Minshula, el uso de tintes naturales, de instrumentos musicales y plantas medicinales están escritos en castellano, con vocablos quechuas o aimaras. Forman parte de la denominada Enciclopedia Campesina de Cajamarca, donde sus escritores –jóvenes voluntarios que recopilan los testimonios– tienen prohibido alterar los contenidos. “Hay gente que quiere forzar las historias, blanquear el habla”, dice Alfredo, quien junto a Nancy participó en la reciente Feria del Libro Ricardo Palma. El cuento preferido de Camila está en la biblioteca de Liucho Colpa, a seis horas de la ciudad de Cajamarca, donde hay internet, pero no agua. Este almacén de libros tiene estantes sencillos y una cartulina en la entrada que dice: Biblioteca Rural/ caserío Liucho Colpa/ bibliotecaria Nancy Huamán. La mamá de Camila es la encargada de prestarle libros al pueblo. Y todos los textos están dentro de su casa. Desde hace 45 años la Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca lleva libros a quienes los solicitan. Diez de las trece provincias de esta región han convertido las casas de los comuneros en el refugio de novelas, medicina, historia, leyes y las enciclopedias que guardan las tradiciones del pueblo. A través de un sistema gratuito de canje, los comuneros se acercan a las casas, solicitan un libro y se lo llevan prestado por unos días. Cada caserío tiene su bibliotecario. En Liucho Colpa está Nancy Huamán, a quien eligieron hace dos años en una asamblea comunal. Ella se dedica a sus animales, su cocina, su chacra, su hija, su mamá y su hermano. Pero siempre tiene la biblioteca abierta para los comuneros que quieran un libro. “Atiendo a cualquier hora. Somos como una familia. Si alguien se enferma, y no sabe qué hacer, pueden venir por un libro de medicina natural”. Esta biblioteca recibe en promedio dos pedidos al día. En temporada de cosecha (junio y julio) los préstamos se reducen. La biblioteca de Nancy tiene cerca de 300 libros. Y de todos esos, ella prefiere los que explican cómo hacer tejidos. Los niños de Liucho Colpa leen en voz alta para el pueblo. Durante los círculos de lectura que también promueve la Red, los pobladores se reúnen en casas, en el local comunal o en el mismo campo y comienzan a compartir las historias. Cuando los libros ya no son solicitados por los comuneros, empieza el canje entre los caseríos. Los coordinadores de la Red, incluido el papá de Nancy Huamán, cogen su alforja, la llenan de ejemplares y parten hacia una nueva localidad. Pueden caminar más de nueve horas diarias cargando lo que tanto tiempo se le negó a las comunidades: cultura. El trabajo de los 500 bibliotecarios es voluntario. Los textos llegan a la Red a través de donaciones, compras y elaboración propia. Nancy dice que su papá fue bibliotecario desde que ella estaba en la barriga de su mamá. “Con esos libros aprendí a leer. Hay gente que aún valora nuestras historias, las historias de los campesinos”.