Cientos de venezolanos llegan todas las semanas al Perú huyendo de la grave crisis que azota su país. Dejan la escasez de alimentos, la falta de medicinas y el miedo de vivir en uno de los países más violentos del mundo. Aquí comienzan a construir una nueva vida. Desde cero.,Lo primero que hicieron los esposos Alfredo y Bárbara Rodríguez cuando llegaron a Lima, en octubre del año pasado, fue comprar manzanas. Extrañaban las manzanas. En Caracas no podían comerlas. No las había por ningún lado y cuando las había podían costar hasta mil bolívares. Para alguien que, como ellos, ganaba el sueldo mínimo (unos 7 mil bolívares), comprar una, solo una, era demasiado lujo. Alfredo y Bárbara no comían manzanas. Ni azúcar. Ni carne ni pescado. Pollo y leche, casi nunca. Tampoco podían comprar papel higiénico. Conseguían el jabón y el champú después de largas colas, o si no, a precios altísimos. Solo podían comprar en los supermercados un día a la semana –les tocaba los viernes– y cada uno solo podía llevar dos productos como máximo. Estaban descorazonados. Por eso es que, como miles de compatriotas suyos, dejaron a su familia, a sus amigos, a su tierra, y se embarcaron en un viaje que, cuatro días y tres fronteras después, terminó en Lima. En Lima, donde lo primero que hicieron, una vez que se instalaron y asearon, fue correr a un supermercado. Y comprar manzanas. Hay 15 mil en el Perú La crisis política, económica y social de Venezuela ha provocado una ola migratoria sin precedentes. Según investigadores de la Universidad Simón Bolivar, de Caracas, 1.5 millones de venezolanos han dejado su país en los últimos 15 años. No hay cifras sobre el número de los que se han ido en el último año pero los analistas especulan que son decenas de miles. Los principales destinos son los Estados Unidos, Canadá y España. Pero también hay muchos en Colombia. Y muchos en Perú. La Superintendencia Nacional de Migraciones declinó informar a Domingo el número de ciudadanos venezolanos que ha ingresado al país en el último año. “Es un tema sensible”, explicaron fuentes de la institución. Cifras oficiales, por ahora, no hay. Pero el ex diputado de oposición Óscar Pérez, que vive asilado en Perú desde 2010, calcula que unos 15 mil compatriotas suyos viven actualmente en el país. –Todas las semanas llegan cientos–dice. –Y no son inmigrantes; son desplazados que huyen de la inseguridad, la violencia y el hambre. Alfredo y Bárbara Rodríguez son dos de esos desplazados. Como lo son Jesús Araujo y Carolina Quintana, como lo son Garrizon González e Ingrid Díaz y como también lo son Francisco Montes de Oca y Dayana Fernández. Cada uno de ellos, en distintos momentos y con distinta intensidad, vivieron momentos duros a causa de la crisis. Por eso se fueron y por eso llegaron aquí. Con lo poco o mucho que tenían. A comenzar desde cero. En una ciudad hostil Algunas mañanas, Alfredo llegaba a su trabajo –una conocida ferretería de Caracas– y encontraba a cientos de personas que habían pasado la noche haciendo cola a la intemperie, enterados de que a la ferretería había llegado cemento, uno de los insumos de construcción más escasos en el país. Él también tenía que hacer colas para comprar productos –aunque lo hacía pocas veces porque lo detestaba–, pero la escena nunca dejaba de sorprenderlo. Alfredo y Bárbara se casaron en 2014, cuando ella tenía 19 y él, 22. Como muchas parejas jóvenes, planeaban conseguir un buen trabajo, tener su casa, su carro y encargar hijos, pero a medida que la crisis económica se profundizó, se dieron cuenta de que la plata ni siquiera les alcanzaría para comenzar a estudiar. Los asustaba hacer colas en los supermercados estatales porque allí la gente se ponía muy violenta y las peleas nunca faltaban. Los asustaba subir a los buses porque los asaltos eran frecuentes. Los asustaba caminar por las calles. Se preguntaban cómo podrían tener hijos si ni siquiera se podían conseguir pañales. Vivían en una ciudad hostil, donde escaseaba el alimento y campeaba la corrupción y el crimen. Decidieron irse. Vendieron el piano que les regalaron por su boda y otros objetos de valor. Compraron los pasajes. Una amiga de su iglesia les recomendó irse al Perú. Allí nunca les faltaría una mano amiga. Tres días antes de partir, el gobierno cerró la frontera con Colombia. Dicen que rezaron mucho, hasta que un mes después la empresa de transporte terreste les dijo que los llevaría tal día y a tal hora si conseguían pasar la frontera y llegar hasta Cúcuta, Colombia, por sus propios medios. Lo hicieron. Cuatro días después estaban en Lima. Instalados en un minidepartamento en Chaclacayo. Extasiados con todo lo que podían comprar en el supermercado del distrito. Manzanas, azúcar, papel higiénico, todo. Para entonces ya habían decidido crear un canal en Youtube contando sus experiencias como inmigrantes. El primer video que subieron explicaba cómo fue su travesía y daba consejos a los compatriotas que querían seguir sus pasos. El sexto, que mostraba las diferencias que encontraron entre los supermercados de Venezuela y Perú, fue reseñado en el portal Útero.pe y hasta ahora ha superado las 188 mil reproducciones. Alfredo ha terminado de estudiar Autocad y Metrados y trabaja diseñando páginas web. Bárbara se ocupa del canal de Youtube, que ya tiene 8 mil suscriptores y está empezando a generarles ingresos. Ambos dictan clases de piano y violín dos veces por semana. Dicen que venirse ha sido una de las mejores decisiones que han tomado en su vida. –Acá llevamos una vida normal– dice Alfredo. –Sentimos esperanza, ya no estamos deprimidos. Vivimos en paz. Dolorosa devaluación Carolina Quintana estaba con dos de sus hijos cuando se detuvo en la estación de servicio a echar combustible a su auto. El tipo que se acercó no llevaba un arma a la vista pero le prometió que la sacaría si no le daba su anillo de matrimonio. Aterrorizada, Carolina se lo dio. Los asaltos en los grifos son una de las modalidades más usadas por los delincuentes en Caracas. Carolina tuvo suerte. En los últimos años los homicidios han aumentado de forma alarmante en el país. El año pasado, Venezuela fue el país más violento de América. La inseguridad ahuyentó a Carolina y a su esposo, Jesús Araujo, pero también la crisis económica y social. Y no solo fue la escasez de alimentos y la falta de medicinas. La devaluación de febrero de 2013 les hizo perder casi 60 mil dólares, suma que era en parte ahorros y en parte la venta del departamento donde vivían. El dinero restante solo les alcanzó para adquirir un departamento la mitad de chico, y lo peor es que gracias a una disposición del gobierno, sobre propiedades presuntamente construidas con fines especulativos, no lo pueden vender. Por lo menos no hasta que pasen cinco años. Jesús y Carolina llegaron al Perú en agosto de 2014. Hartos. Él había trabajado por años en el área de Cobranzas de una importante radioemisora y ella lo había hecho en puestos administrativos en la industria petrolera, pero intuían que su currículum valdría poco a la hora de conseguir trabajo. Así que trajeron varios proyectos en la cabeza. Al final, eligieron el que más los apasionaba: el negocio de las arepas. Asuu Arepa abrió sus puertas en enero de este año, en Miraflores. Ofrece una veintena de variedades, incluyendo las populares Pelúa, Catira y la clásica Reina Pepeada. Jesús y Carolina reciben todos los días no solo a muchos compatriotas que llegaron, como ellos, huyendo de la crisis, sino a cada vez más peruanos que están comenzando a apreciar esta delicia típica del Caribe. Jesús ha decorado el local con camisetas de los equipos de baseball y fútbol más populares de su país. Entre ellas, bebiendo papelón y degustando una pelúa, se siente un poco más en casa. Miedo a las tinieblas De pronto, todo fue oscuridad. Ingrid Díaz y su madre estaban pagando los productos que habían comprado en el supermercado, después de una cola larguísima, cuando la electricidad se fue. Eran las 6 de la tarde. A Ingrid le explicaron que el gobierno había ordenado que a esa hora se cortara la electricidad en todos los supermercados, como parte de una política para enfrentar la crisis energética. Pero el corte parecía haber cogido por sorpresa a todo el mundo. Ingrid y su madre tuvieron que bajar solas al estacionamiento. Era en un sótano. No se veía nada. Y ellas se morían de miedo. Eso fue hace dos meses, cuando Ingrid estuvo en Caracas de visita. Hace poco más de tres años que ella vive en Lima con su esposo, Garrizon González. Esa escena no es parte de su realidad cotidiana. Y ambos viven agradecidos por ello. Ingrid es una de las miles de víctimas de la Lista Tascón, la relación de ciudadanos que firmaron a favor del referendo contra Hugo Chávez, en 2004. Cuando la lista se hizo pública, los firmantes que trabajaban en el gobierno quedaron marcados. Ingrid era diplomática de carrera desde el 2002. Y tuvo que soportar años de hostigamiento laboral, hasta que renunció, en 2009. Pasó los siguientes cuatro años preguntándose qué hacer con su vida. En enero de 2013, ella y Garrizon se mudaron a Lima. A él tampoco le había ido bien en Venezuela. Había intentado levantar un restaurante con su familia pero cuando le faltaba poco para terminarlo, el gobierno le dijo que la zona donde estaba emplazado era zona militar y expropió el terreno. En Lima, Garrizon –chef de profesión– anduvo por las cocinas de algunos de los mejores cocineros del país (Schiaffino, Garibaldi), pero la falta del carné de extranjería le impidió conseguir un contrato. Ambos obtuvieron sus documentos cuando invirtieron en un negocio de comida, del cual, eventualmente, terminaron desvinculándose. Ingrid le propuso a su esposo montar una escuela de yoga. Ella llevaba dictando clases desde que habían llegado y él también era profesor certificado. La abrieron en abril de 2015, en La Molina. En InYoga ofrecen masajes terapéuticos y terapias de shiatzu y reiki. Viven rodeados de una energía especial. La dura realidad venezolana ya no es parte de su vida. Buscando la libertad A Francisco Montes de Oca y Dayana Fernández la política también los sacó de su tierra. Ella era magistrada y, como Ingrid, estaba en la Lista Tascón. También fue hostigada y también fue relegada laboralmente. En 2011 se hartó y se fue. Francisco era funcionario de la Contraloría Metropolitana de Caracas y llegó a ser vicecontralor. En 2015, el contralor metropolitano se murió y él quedó transitoriamente a cargo. Pero, entonces, la Contraloría General de la República, controlada por el chavismo, intervino la institución. Y despidió a Francisco. No hubo que pensarlo mucho. El matrimonio y sus dos hijas padecían la crisis como el que más. Francisco no recuerda la última vez que comió carne en Caracas. A Dayana casi le meten un balazo por intentarle robar el coche. Hicieron las maletas y se vinieron a Lima en agosto del año pasado. Felizmente, dicen, la transición no ha sido difícil. El gobierno peruano les concedió la condición de refugiados. Dos hermanas de Dayana viven acá y los ayudaron a adaptarse.Dayana convenció a su esposo de abrir un café. Le pusieron de nombre “Libertatte. Café Libre”. Porque libertad fue lo que vinieron a buscar. Y libertad fue lo que encontraron.