Cristina Rivera Garza Escritora mexicana.,Cristina Rivera Garza lleva años generando oasis de reflexión en mitad de una guerra. Nadie como ella ha profundizado tanto en los efectos de la barbarie. Al menos tres de sus libros recientes los ha dedicado a pensar cómo sostener colectivamente la tragedia y la deshumanización en su país, México. Profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Houston, vive en los Estados Unidos desde 1989 pero nunca ha dejado México. Ni México la ha dejado a ella. Ha fatigado el ensayo, la novela, el cuento o la poesía, siempre en pos de un lenguaje transformador. Cristina llega a Lima como integrante de la delegación de escritores mexicanos en la FIL de Lima y con un libro explosivo bajo el brazo, su acercamiento a Juan Rulfo. Había mucha neblina o humo o no sé qué (Penguin Random House), incluye una relectura del personaje y hasta un diálogo ficticio entre ella y el célebre autor de Pedro Páramo, que le ha granjeado el odio de los puristas rulfianos. Pero Rivera Garza no ha retrocedido ni un pelo en su rebeldía. Combate la irracionalidad y la violencia creando comunidad y crítica a través de la palabra. Cuando la muerte violenta es costumbre, parece una ofensa desentender el presente. Más aún si eres escritora o periodista. Nos están matando. ¿Cómo dirías que se está respondiendo a esa violencia desde las trincheras de la escritura crítica? El horror y el silencio van de la mano. Articular lo que se queda en la garganta o en la carne es cada vez más difícil en singular. Nunca como en estos tiempos ha sido tan relevante recordar las raíces plurales de la escritura. Para tentar al horror hace falta destantear a la indolencia y el aislamiento. En esto, al menos en México, las periodistas de a pie nos llevan la delantera. Los trabajos de Daniela Rea o de Marcela Turatti, la poesía documental e incisiva de Sara Uribe o de Maricela Guerrero; las crónicas de Fernanda Melchor. El trabajo cada vez más punzante y certero de tantos feminismos desde colectivos varios. Hay un poema de Anna Ajmatova en el que una mujer le pregunta a ella si puede relatar el horror de las mujeres en las puertas de las cárceles soviéticas. ¿Cumplen este tipo de relatos en la actualidad una función sanadora de lo irreparable? Ajmatova respondía: “Sí, puedo”. Pero, ¿puede la literatura anticiparse al horror? Cuando el poema o la narración corrobora la violencia que ejerce el capital negándose a ver cualquier posibilidad de agencia entre los dolientes masacrados, el horror gana. Cuando la violencia horrísona se transforma en moneda de cambio y en modo de ser entre la crítica, el horror gana. El capitalismo neoliberal tiene una capacidad casi infinita de reciclar a una velocidad feroz cualquier herramienta de resistencia o de activismo. Hay que estar en continuo estado de alerta, por una parte, y seguir invitando a otros a sentarse a la mesa de la justicia, porque, ¿quién tiene el derecho de decidir quién sí o quién no merece estar ahí? ¿Cuál es ese Rulfo que no se puede nombrar delante de los guardianes de su memoria y cuál ese otro que debería según ellos permanecer intocable? ¿Son el mismo? ¿Cuál es el ficcional? El asunto más arriesgado ha sido plantearse la existencia de un escritor de la talla de Rulfo, no como una anomalía inexplicable o la irrupción casi divina del genio, sino como un cuerpo entre tantos otros, su sustento material. ¿Cómo hace un escritor para al mismo tiempo producir una vida y producir una obra? Esa pregunta me llevó a sus años con la Euskadi y, luego, su tiempo en la Comisión del Papaloapan (un gran proyecto modernizador que abrió una zona especialmente rica en recursos naturales para la inversión nacional y extranjera.) Que este proyecto en el que participó Rulfo haya estado ineludiblemente ligado al despojo y desalojo de comunidades indígenas de la zona solo acentúa la complejidad material y espiritual de un proceso cuyas consecuencias atroces estamos padeciendo hoy. ¿Cuál dirías que ha sido el impacto político de tu osadía? El único impacto político que me interesa de un libro es su capacidad para generar pensamiento crítico y, con algo de suerte, vidas vividas plenamente y en estado de alerta. Es difícil medir esto, por supuesto. Tal vez una de las pocas maneras que existen para hacerlo sea ver cómo se extiende y se profundiza una conversación al respecto. A juzgar por las reseñas cuidadosas, profundas que van apareciendo, esa conversación que pasa por Rulfo pero se extiende hacia modos de interrogar el mundo en que vivimos va encontrando su camino propio. Respondes a las críticas declarándote como solo una lectora. ¿Qué quieres trasmitir cuando dices que la lectura es antes “un ejercicio de producción, de creatividad, que un mero acto de consumo”? Yo nunca quise estudiar formalmente literatura porque no estuve dispuesta a aceptar ningún tipo de intervención ajena en mi relación gozosa, viva, plena, muy personal con la lectura. Abrimos un libro con la experiencia del pasado a cuestas y preguntas punzantes de nuestro presente. La lectura es, ante todo, una relación. Ya sea a través de los subrayados o del filtro de la memoria, leer es producir otro libro. Los que quieren dirigir o limitar nuestra lectura en nombre de lo que sea, atentan contra una de las relaciones más libres –más sagradas– que existen. ¿Crees que se hubieran dado las mismas reacciones a este libro si lo hubiera firmado un hombre? Si yo fuera uno de esos señores con una cierta proclividad solemne para inclinarme ante el poder de las ideas dominantes, seguramente los patriarcas de la literatura local habrían sido más felices. No puedo dejar de hacer notar que tales reacciones se dan en el contexto de una creciente violencia misógina que se convierte con mayor y horrísona frecuencia en feminicidios cada vez más numerosos y crueles. Pero no ser ese señor y no estar dispuesta a obedecer, también me ha ganado lectores más libres, más contemporáneos, menos encorsetados por las camisas de fuerza de los géneros.