Los escritores Carlos Garayar y Jessica Rodríguez publicaron en 2015 un libro de cuentos que ganó el Premio El Barco de Vapor. , Crear personajes no es una acción gratuita, decía Paul Auster. Y crear un ambiente dentro de la ficción que se haga versosímil, también es una tarea que merece cierta observación. En "La zona invisible", de Carlos Garayar y de Jéssica Rodríguez, la ficción es un elemento que transforma un espacio irreal en una historia. Una historia que reúne a dos personajes juveniles como Leonardo y Antonio en el mundo de la ciencia. A partir de la muerte del tío Ascanio, un apasionado de la física, Leonardo se ve inmerso en el aquel ecosistema científico. La historia está bien construida y atrapa a quien se atreva continuar las páginas. Conversamos con ambos autores e intetamos resolver algunas dudas. Ser invisible es un sueño que a veces quisiera cumplir, teniendo en cuenta a la realidad a la que afronto día a día. ¿Los personajes nacieron de algún deseo oculto? Jéssica: En mi caso, quizás sí. De niña fantaseaba con ello, pero no para huir propiamente de la realidad, sino por experimentar lo que es estar y no estar en la vida de los demás, el poder observar a otros cuando no se sienten mirados, el poder ser sin ser juzgado. Carlos: Creo que es un sueño de todo niño. La invisibilidad es la superación del límite que es el cuerpo. Es también una forma inocua de poder y de saber, la libertad de ver sin ser vistos. No recuerdo ahora si existe un superhéroe de cómic que tenga esta cualidad, pero sería raro que no existiera. El libro es un cuento completo, pero que se enlaza en fragmentos. ¿Cómo se trabaja a dos manos algo que se piensa que podría tener un solo autor? C: En una obra para adultos, el control de lo narrado no se ejerce sobre la materia misma de la historia, sino sobre lo que podríamos llamar forma. En ese sentido, requiere una creación en soledad. En la literatura para jóvenes, en cambio, el narrador debe tener a su público presente y calcular los alcances de lo que va creando. Uno debe ponerse en el lugar del joven, de modo que la consulta o el trabajo en grupo no son inconvenientes, sino pueden ser una buena ayuda. Con Jéssica ya trabajamos un libro antes, un conjunto de mitos y leyendas, y ese trabajo a cuatro manos nos entrenó para La zona invisible. Algunas escenas también las consultamos con nuestros hijos. Por supuesto, esto no significa que todo haya quedado bajo control: en la creación siempre hay algo que se manifiesta más allá de las intenciones del autor. J: Conversábamos antes de abordar cada capítulo para ver por dónde podía avanzar la historia, como si nos contáramos un cuento con varias versiones. Luego, alternábamos la escritura: uno de los dos iba desarrollando uno o varios pasajes hasta donde podía y el otro funcionaba como un lector-editor. No siempre la historia transcurría por donde acordábamos, pero si nos gustaba el resultado, quedaba. En el camino también releímos varias veces lo avanzado con distintos propósitos, como el ajustar el lenguaje de los personajes a la idea que teníamos de ellos o para mantener o cambiar el tono de la narración. Tocan distintos puntos de la vida de dos personas jóvenes como Antonio y Leonardo. ¿Cuál ha sido el tamiz para separar la fantasía, que se presenta con facilidad en ambos personajes, de la realidad? J: No nos esforzamos por separarlas. Los personajes nos fueron guiando. Si nos cuidamos de algo, fue de no quebrar la cohesión del relato, de que no se tornara inverosímil. C: Hubo un punto en el que estuvimos de acuerdo desde el principio: el relato debería girar en torno de los personajes, dándoles a estos libertad para manifestarse. Esa fue el ancla, llamémosle así, de verosimilitud de la historia. No queríamos una historia basada fundamentalmente en los acontecimientos. La novela, incluso la juvenil, es, básicamente, personajes. Pienso en la ausencia. Es un tema común dentro de los jóvenes, quienes pese a vivir rodeados de personas que los quieren, sienten que están solos. C: Hay en Leonardo un fondo de soledad, pero no explícito. Aunque no se lleva mal con sus padres, es sintomático que su héroe, su ideal, sea su tío Ascanio, cuya obra continúa. Esa relación, truncada por la muerte del tío, es quizás la que le da a Leonardo la libertad y la audacia para querer ir más allá. Esta es una visión a posteriori, ya que no nos propusimos diseñarlo con esa cualidad explícita. Leonardo se fue, página a página, formando solo. J: No creo que los protagonistas de esta novela sean como todos los adolescentes, aunque muchos pueden reconocerse en algunos aspectos: la insatisfacción, la búsqueda, la solidaridad, la pasión con que se consagran a una causa. Leonardo es un fanático, alguien que está obsesionado con su creación y eso lo lleva naturalmente a aislarse -como lo hizo su tío-, aunque no está del todo solo. Antonio lo secunda, quizás porque aún no ha descubierto en él una pasión como la que anima a su amigo. Al final, tal vez lo consigue y, por eso, podemos intuir que también se aislará, que también hará su propio viaje. Otra lección es el esfuerzo. Los sueños de un joven suelen estar en las antípodas de la realidad que les dicta un padre, e incluso la misma sociedad. ¿Pensaron en ese contexto exactamente? J: Supongo que gran parte de los sueños suelen estar precisamente en las "antípodas" de donde está uno parado. Se desea lo que no se tiene, lo que no se puede tener, lo que está fuera de nuestro alcance; sin embargo, las artes, como las ciencias, permiten que estos extremos se acerquen. C: Leonardo se embarca en una aventura que no está pensada por él en función de su utilidad, es decir, no responde a los requerimientos sino de su propia ilusión. En ese sentido, representa la actitud juvenil de entrega sin cálculo a una causa, en este caso, la causa de la ciencia. Sólo lo hace teniendo como modelo a su tío Ascanio. "Leonardo era una radiografía viviente". Es una frase que reúne muchos aspectos de la historia, pero creo que todos, de alguna manera, somos una radiografía también. ¿No les parece? C: En un sentido literal, como efecto de sus experimentos, a Leonardo se le transparentan la piel y los músculos, pero, efectivamente, es también “una radiografía” de nosotros. Quizás esa frase hace alusión a la condición de la obra de arte, que es un espejo en el que nos miramos, espejo que, al reflejarnos, nos “radiografía”. J: Al final del relato, Leonardo ya no es el mismo. El paso por la zona invisible lo ha hecho ser otro, tanto física como emocionalmente. En ese sentido, la aventura que ha tenido ha hecho más “transparente” su ser.