alfredo pita. El escritor acaba de presentar en París, Ayacucho, la traducción francesa de su novela El rincón de los muertos. La publicación es de la casa editorial Métailié. La ceremonia se realizó en la librería Les Traversées, a un paso del Barrio Latino.,La novela El rincón de los muertos, de Alfredo Pita, situada en Ayacucho, en los años 90, y que hurga la violencia que desangró el país, acaba de ser traducida al francés por la casa editorial Métailié con el título Ayacucho y lanzada este fin de semana en París. La novela acercará al lector francés el horror de esa experiencia de la que aún existen heridas abiertas. ¿Qué representa para usted la salida de El rincón de los muertos en Francia? ¿Cómo se concretó la traducción?Es simple, con la traducción en Francia mi libro llega a un público numeroso, curioso, que lee y se interesa por la literatura y los problemas del mundo. En este sentido, el que una editorial como Métailié, en París, haya decidido publicarlo es un honor, una garantía. Ellos no traducen un libro sin sopesar su calidad. Además, en este caso, escogieron un excelente traductor, René Solís.Sobre el título, ¿por qué se optó por Ayacucho, la traducción quechua?Fue una decisión de la editora Anne Marie Métailié. Llevábamos semanas barajando una decena de títulos, sin ponernos de acuerdo. Una mañana, ella me escribió diciéndome que no buscásemos más, que el título ideal lo teníamos ante nuestros ojos, en el libro: ‘Ayacucho’, vocablo quechua que quiere decir “el rincón de los muertos”.¿Qué va a gustar o inquietar al lector francés en su novela?El lector francés apreciará que detrás del título eufónico y misterioso de Ayacucho se le revele un Perú casi desconocido. Nuestro país, como casi todo el resto de América Latina ha desaparecido en las últimas décadas de los medios. El Perú tiene una imagen brumosa, que fue salpicada de sangre en los días de la guerra, pero luego se eclipsó. Ayacucho les habla de un Perú trágico, lejos de todo exotismo. Usted fue reportero y llegó a Ayacucho como periodista. ¿El periodismo le sirvió para su novela?Por supuesto, ¡mucho! Durante mi estadía en Ayacucho, después de Uchuraccay, acumulé mucha información, mucha observación, muchas reflexiones, pero la decisión de usar todo eso en una novela no me vino sino muchos años después. Fue todo un proceso, a veces doloroso, lleno de cuestionamientos. No es mi temperamento saltar sobre un tema en forma oportunista. ¿Cómo fue ese tránsito de la visión del reportero a la ficcionalización de los hechos y las personas?Fue una lenta revelación. El descubrir poco a poco que el periodismo fija, paraliza, los hechos, la vivencia humana, al buscar la “objetividad”. La literatura, en cambio, y hablo en particular de la narrativa, los potencia, sin neutralizarlos, y los instala, convertidos en metáforas y mitos, en el inconsciente colectivo.El protagonista de la novela, Vicente Blanco, es periodista y es español. ¿Por qué español? La realidad peruana es muy compleja y difícil de desentrañar para los propios peruanos. Necesitaba un protagonista con una cierta inocencia y con mucha curiosidad, y con un buen bagaje de lecturas, por supuesto, que fuera descubriendo las cosas gradualmente, junto al lector.¿Vicente Blanco llega a Ayacucho para desmentir la versión oficial de la guerra?No. Llega para intentar ver con claridad una guerra que es muy difícil de comprender desde Europa. El Perú había reaparecido en la prensa, pero Sendero era muy difícil de discernir. ¿Un ejército maoísta en el Perú? ¿El Perú iba a ser la nueva Camboya, dominada por jemeres rojos andinos? La novela parece decir que la guerra interna que vivió el Perú tuvo mucho de guerra oculta.Es una lectura. Fue una guerra oculta y sucia. El poder y la prensa de derecha hablaban de una guerra antisubversiva con un enemigo definido. Muchos periodistas sabíamos que frente al terrorismo senderista había un terrorismo de Estado implacable y que las víctimas las ponía la población inerme. Mis personajes principales son periodistas y participan de esta visión. A propósito de personajes, Luis Morelos, el obispo Crispín, entre otros, están allí al parecer para testimoniar sobre personas reales que le sirvieron de modelo.Es también una lectura. No voy a negar que en algunos casos he escrito, he ficcionalizado, teniendo mis modelos al frente y mirándoles los ojos. A los amigos entrañables, como Luis, y a los otros.¿Cree usted que la violencia política que vivió el Perú terminó creando un género literario?Para nada. Creo que toda nuestra gran literatura es “literatura de la violencia”. Nuestros narradores, y hablo de Arguedas, Vargas Llosa, Alegría, Scorza, Ribeyro, Gutiérrez, Reinoso, y hasta Bryce, todos hablan de los grandes desfases de la sociedad peruana, una de las más injustas y violentas del planeta. No es casualidad que nuestra narrativa sea tan realista como es. Es una necesidad.En el abanico de autores de la guerra están Óscar Colchado, Alonso Cueto, Miguel Gutiérrez, Martín Roldán, Dante Castro y Santiago Roncagliolo. ¿De quiénes se siente más próximo? ¿Por qué?Creo que todos tenemos derecho a plantear nuestra visión de las cosas y a ficcionalizar al respecto. Y también que cada uno lo hace según su propio ángulo de ataque y sus propios recursos.En la narrativa peruana despunta un nuevo fenómeno, la llamada autoficción. ¿Qué le parece?Me parece que despunta tarde. En Francia fue una moda hace veinte años.Escribir narrativa sobre la guerra a estas alturas, ¿significa escribir desde la memoria? Hay quienes quisieran, como ocurre en la política peruana, olvidar, mirar al futuro. ¿Qué opina?Creo que ese discurso camufla una visión reaccionaria, una cierta complacencia con el orden actual. Es una faceta de la dictadura del mercado, del orden neoliberal. Quienes se plieguen a ella tienen que aceptar todo lo que conlleva: junto al desprecio de la memoria viene la ignorancia de la historia, lo que deja sin referencias y sin perspectivas y lleva a un “presentismo” torpe. El resultado son los libros chatarra, la literatura light.❧