Crecer duele, por Jorge Bruce

Ante el aumento de sueldos en la política peruana y en medio de crisis social, se cuestiona la moral de un sistema que ignora la miseria del pueblo.

La escueta frase que da título a esta nota es tomada de la novela La manzana en lo oscuro. Su autora es la gran escritora brasileña Clarice Lispector. Murió en Río de Janeiro en 1977, a los 56 años. Son tan solo dos verbos que remiten a una multiplicidad de significados. Desde lo más evidente hasta lo más enigmático. Desde lo más íntimo hasta lo más social.

En esta era de sometimiento del sujeto al poder de las redes sociales, en busca de validación o catarsis, viene al caso la noción de “extimidad”, acuñada por el psicoanalista Jacques Lacan. No es lo contrario de lo íntimo. Es ese punto en el que lo más interior y constitutivo del sujeto «se encuentra» paradójicamente en el exterior, como algo propio y extraño en busca del reconocimiento del otro.

Vayamos a lo nuestro. ¿Qué sentimos cuando una presidenta de la República —con 2 o 3 por ciento de aprobación— se duplica el sueldo? Más aún, lo hace con la anuencia del Congreso y el gabinete de ministros. Acaso sabe que no merece ni uno solo de nuestros centavos, pero lo hace porque puede y se lo autorizan sus jefes del Legislativo. Pero sobre todo porque apuesta a la abulia de las mayorías. Una población con millones de personas cuyos ingresos no alcanzan para cubrir la canasta básica, amedrentada por los asesinatos durante las protestas de fines del 2022 e inicios del 2023, pareciera desentenderse de este enésimo abuso e insulto a su miseria.

Anotemos que hablamos de, por lo menos, dos tipos de miseria: la material, de millones de habitantes del Perú; «y la moral», de esos grupos mafiosos, dentro y fuera de la clase política, que viven a expensas de la resignación aparente de los peruanos. Subrayemos «“aparente”», porque ninguna encuesta puede medir el grado de indignación soterrada de las víctimas de estos constantes maltratos delincuenciales. Diversos observadores especulan sobre la manera en que esta resaca de todo lo sufrido estallará en las elecciones del 2026, «las cuales» se encuentran a la vuelta de la manzana, para volver a citar a Lispector con su manzana en lo oscuro. De ahí la prisa por medrar cuanto antes y dejar de lado el menor atisbo de escrúpulo o vergüenza. Hace ya un tiempo que hemos entrado en una etapa de degradación moral, visible en las calles de las ciudades. El modo en que la gente conduce sus vehículos hace pensar en una sensación de urgencia por llegar a alguna parte. Solo que, en realidad, nadie sabe dónde se encuentra esa parte.

Este desconcierto, semejante al de un boxeador al borde del nocaut, asusta, paradójicamente, a quienes temen otro desborde popular. Este fantasma se ha presentado en diversas oportunidades, en todos los casos con consecuencias catastróficas para la economía del país: los casos de Humala o Castillo son ejemplos de lo anterior. A la postre, todos esos imaginarios quedaron desnudados en su ridiculez y falsedad. No hay que confundir un pésimo gobierno como el de Castillo con la expropiación de las cuentas bancarias o las propiedades inmobiliarias. Las fugas masivas de dólares son el ejemplo más elocuente de esos pánicos descontrolados.

Lo medular, sin embargo, no es el miedo de los poderosos ni sus pasajes al acto. Aquí volvemos al título de esta nota. Solo sustrayéndose al hechizo del miedo o la furia de las mayorías, y encauzándolo en respuestas organizadas al margen de mafias tan poderosas y temibles como las del oro ilegal, es posible crecer. Hacerlo en conjunto y con metas democráticas es hoy un desafío más grande que nunca. En todo el mundo se aprecia un deterioro de los valores democráticos, en provecho del autoritarismo y el populismo.

Es, pues, una tarea descomunal. Pero no todos los países de nuestra región tienen una historia con tantas proezas democráticas como el nuestro. Lo que estamos sufriendo es tremendo, sin duda. Un colega me hablaba de su indignación por ello. Le dije que la compartía, pero sin olvidar la angustia e incertidumbre que nos paraliza. Contra eso también luchamos. Es por eso que crecer duele. Requiere el coraje de enfrentarse a fuerzas que se presentan como invencibles. Ninguna lo es. Mao los llamaba tigres de papel. Lo que no se dio cuenta es que esa precisa definición de los monstruos lo incluía a él. Pero ese es otro relato.

A quienes se refugian en los indicadores de crecimiento económico —ese que no les duele—, hay que recordarles que, en paralelo, crece el poder de las mafias como la mencionada de la minería aurífera ilegal. Ese nos duele a todos, menos a quienes se benefician del mismo. Al punto que el narcotráfico ha perdido parte de su amenazador coeficiente. ¿Seremos capaces de parar esta arremetida de ilegalidad en todas las esferas del poder autoritario y violento? Es difícil predecirlo. Lo seguro es que nadie sabe con certeza hacia dónde nos dirigimos.

Por lo pronto, es indispensable no abandonarse al catastrofismo y, sin negar la siniestra realidad, atreverse a imaginar un destino común en el que no estemos sometidos a los designios mafiosos, a la indiferencia de los poderes económicos, a nuestro propio temor a crecer y dar la cara. Así como un bebé tiene que arriesgarse a ponerse de pie y caminar, alejándose de la protección de su madre; o bien atreverse a hablar y abandonar el hábito de señalar con el dedo «y emitir» ruidos para obtener lo que desea, los adultos tenemos que atrevernos a salir del encierro mafioso. Y hablar en voz alta, marchar y expresar nuestro repudio a estos grupos delincuenciales. Un primer paso que no reviste riesgo es seguir la consigna preconizada por Rosa María Palacios: #PorEstosNo.

Jorge Bruce

El factor humano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".