Vladimir Putin, el presidente ruso, acaba de ganar las elecciones-según los resultados oficiales- con 87% de los votos. Un triunfo arrollador, si se mira sólo las cifras, pero muy discutible si se tiene en cuenta que enfrentarse al ‘hombre fuerte’ es un acto de audacia. O algo simplemente inútil, como lo comprobaron los candidatos que fueron expectorados de la contienda.
Hay un guión clásico en los gobiernos autoritarios: organizar elecciones para legitimarse, buscar la forma de barrer a los competidores fuertes, inclinar la cancha a su favor en términos mediáticos y vender la idea de que son indispensables. No es casual que quienes han felicitado a Putin, casi efusivamente, hayan sido los presidentes de Nicaragua, Venezuela y Bielorrusia.
¿Pero es posible hacer esto si el apoyo al líder máximo es magro? Muy difícil. En el terreno tiene que haber entusiasmo por el hombre providencial, sino la operación no funciona. El ex agente de la KGB todavía goza de mucha popularidad, a pesar de la dureza mostrada en Ucrania y las sospechas de haber eliminado a sus opositores. Es visto con simpatía y hasta con devoción.
Para muchos rusos, es quien le devolvió la dignidad perdida a su país, luego de la caída de la Unión Soviética y de los tiempos tempestuosos de Boris Yeltsin, quien precisamente le abrió la cancha nombrándolo presidente interino en 1999. Putin retomó los aires imperiales y se asentó en el poder de manera hábil. Incluso cuando fue primer ministro (2008-2012), movía los hilos.
Además, se mostraba como cazador, pescador, judoka, piloto de avión. Su legendaria foto con el torso desnudo, mientras monta un caballo, ha pasado a la historia como el símbolo de lo que Occidente no entiende, pero Rusia aplaude. Ese ‘hombre fuerte’ es el que no pocos ciudadanos anhelaban para volver a ser grandes. “Make Rusia great again” ´podría ser su lema.
Todo eso podría explicar su abrumadora votación, aunque a la vez el Estado de carácter policiaco llama a no protestar, a callar, a aceptar que este es el tiempo de Putin y no hay vuelta atrás, al parecer hasta 2036, porque puede re-elegirse dos veces más. Y hasta es posible que luego, cuando ya los años se le vengan encima, siga siendo el gran titiritero del Kremlin.
Putin, por añadidura, ha convencido a buena parte de la población rusa que la lucha no es sólo contra el gobierno de Ucrania, al que considera pro-nazi, sino contra ese Occidente que procura arrinconar a Rusia y empequeñecer su poder. Los profusos errores de la OTAN alimentan ese relato, que tiene componentes de cruzada, y hasta de gesta en defensa de la humanidad.
En medio de ese fervor, sin embargo, claman aún algunas voces disidentes, y otras se apagan, como la de Alexei Navalny, quien murió hace unas semanas en una cárcel dejando en cierta orfandad a la oposición. No se ve una salida política al interior de Rusia, ni es imaginable un Putin firmando una paz que no le convenga. No existe el win-win para él, solo la victoria.
Aun así, siempre es posible que surjan grietas, cambie la atmósfera social, o que ese liderazgo granítico se vaya debilitando y tome otro rumbo. De pronto, una parte de los ciudadanos rusos comienza a “a oír el futuro”, como escribió el atormentado escritor Boris Pasternak en la hermosa novela ‘El Doctor Zhivago’. Si es así, quizás Rusia respirará otros aires.
(*) Profesor PUCP
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.