¿A cuánto está el DÓLAR HOY?

Profundidad cromática

“No me percibían como ‘extranjero’ solo por ser ‘colorado’, era por la ropa, por la actitud, por la forma de hablar y porque, hay que decirlo, venir desde Lima me alejaba del ‘cajacho’ que soy y me colocaba en las antípodas de su perspectiva que, lamentablemente, nunca dejó de mirar desde la postergación”.

Hace unos años me tocó cubrir una de las tantas protestas de la población cajamarquina contra Yanacocha. Muy al margen del debate sobre sus legítimas causas y su politización, buena parte de mis compatriotas estaba muy molesta con la actividad minera, a pesar del canon que dejaba.

En cada retén me tenía que identificar como periodista y convencer a los dirigentes para poder sortearlo y seguir trabajando. Tengo familia cajamarquina, es más, se dice que Pacasmayo, donde pasé mi infancia, es como el “puerto natural” de Cajamarca.

Por alguna razón, la sangre española, más que en ninguna otra parte del Perú, dejó su huella en varios de los pueblos, incluyendo los más pobres y alejados de esa hermosa región, de allí, por ejemplo, los famosos “shilicos”. Cuando estaba a punto de llegar a Celendín, un retén enorme, alrededor del cual se habían posicionado como medio centenar de personas, se cruzó en mi camino y no me quería dejar pasar. —Ud. es extranjero, me decía el líder, usted no es de aquí. —Soy de Lima y también tengo familia aquí, le dije, ¿por qué piensa que soy extranjero? —Porque usted parece gringo, es de fuera.

Conocedor de Cajamarca y sus complejidades étnicas, apelé a una maroma cromática para poder seguir mi camino. Ya, mientras hablaba con él, me había dado cuenta de varios pares de ojos verdes enormes que me observaban con desconfianza, las cabelleras claras debajo de esos sombreros y las pálidas pantorrillas debajo de esas faldas tan representativas que las medias no podían ocultar.

—Usted dice que yo soy extranjero porque tengo ojos verdes y pelo claro, pero acá veo un montón de personas con ojos más claros que los míos, continué, mientras esos ojos más claros que los míos me seguían mirando. —¿Esas señoras y esos señores también son extranjeros? —No, me respondió. —Todos somos peruanos, le dije, y yo vengo acá a hacer mi trabajo con la ayuda de ustedes. Yo también soy peruano, como usted y le prometo que voy a transmitir sus reclamos.

Hubo desconcierto, rieron, nos reímos, un momento mágico, inolvidable, y me dejaron pasar. Claro está que no se trataba solo del color de la piel, es decir, no me percibían como “extranjero” solo por ser “colorado”, era por la ropa, por la actitud, por la forma de hablar y porque, hay que decirlo, venir desde Lima me alejaba del “cajacho” que soy y me colocaba en las antípodas de su perspectiva que, lamentablemente, nunca dejó de mirar desde la postergación.

La República

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