Hay que lavar esas camisetas

Ahora que el cambio de camiseta política es vertiginoso, lo único que parece contar es la eficacia de la movida.

Entre los valores que han desaparecido de nuestra política, ciertamente está la lealtad. Los partidos históricos, que podían durar decenios como influyentes faros del poder, propiciaban adherencias capaces de cubrir varias generaciones. La ideología funcionaba como el hogar permanente de una persona, y más todavía de un político.

Con mínimas excepciones, eso ha terminado. La carrera de un político puede sobrevivir a varios membretes partidarios con ideologías mudables (cuando las hay), con un discurso adaptado a esos cambios. Así, políticos enfáticos en sus convicciones declaradas a menudo reaparecen, casi virginales, en lugares inesperados.

¿Dónde hay más culpa? ¿En el político saltimbanqui o en las organizaciones que no pueden retenerlos? La cosa parece bastante repartida, en lo que para todo fin práctico funciona como un mercado, no tan distinto del que mueve los engranajes del fútbol. La idea de la lealtad ha sido reemplazada por la de agilidad.

Sin embargo es imposible imaginar un universo político inmóvil. Partidos y políticos tienen que transformarse al ritmo de los tiempos. Para eso ha habido siempre, o casi siempre, convenciones, modales, y límites. Era importante la justificación apoyada en el cambio en ideas (de uno de los dos lados del mostrador), la velocidad, la frecuencia.

Ahora que el cambio de camiseta política es vertiginoso, lo único que parece contar es la eficacia de la movida. Un clásico es el salto de una agrupación en decadencia a una con mucho mayores posibilidades. Ante esto siempre hay reproches en algunos medios, pero no suele producir vergüenza u ostracismo.

Una situación especial es cuando el político en translación ha atacado ferozmente al partido en el que ahora ha asentado sus reales. Acabamos de ver a dos de ellos disculparse con el feble argumento de que en ese momento no vieron bien las cosas. Cabe preguntarse con cuánta exactitud están viendo las cosas ahora.

¿Todo esto le preocupa al público? Por lo general no mucho. Pues otro valor que ha reemplazado a la lealtad es el inmediatismo, lo que ahora se llama el tiempo real. Interesa lo que el candidato es ahora, y mucho menos lo que alguna vez fue. Quizás una trayectoria por varios partidos hasta puede ser bien vista. El hombre buscaba la verdad.