En abril del 2002, se produjo en Venezuela una situación similar a la que hoy se está viviendo: el presidente Hugo Chávez fue sacado del poder por unas horas, por una asonada cívico-militar, y llegó al Palacio de Miraflores el empresario Pedro Carmona Estanga. Yo fui testigo del episodio, en el mismo lugar de los hechos. Entonces, Carmona ni siquiera había sido elegido para algo, como Juan Guaidó, pero contaba con el crucial apoyo de un grupo de altos oficiales militares, algo que, hasta ahora, no ha ocurrido en el tumultuoso trance que sacude al vecino país. Pero lo que tampoco ha ocurrido es que las masas apoyen a Maduro.Cuando a Chávez lo trataron de sacar –lo recuerdo con claridad– la calle estaba más o menos dividida. Más aún: cuando vino la contra-ola chavista barrió a la oposición, que por entonces era principalmente clasemediera. Ahora, todo indica que el hartazgo es general, que en los propios barrios chavistas la gente se cansó del proyecto bolivariano.La oposición, además, al presente es variopinta. Va desde la derecha a la izquierda moderada. Y el añadido es que la cadena de reconocimientos a Guaidó como presidente parece ir in crescendo. Aunque, ojo, no es total ni mayoritaria, algo que también podría voltear el marcador político para uno u otro lado. Rusia, por ejemplo, no lo reconoce. Probablemente otros países tampoco lo hagan. Si no prosiguen los reconocimientos oficiales del autoproclamado presidente interino, y sobre todo si los mandos militares no se pronuncian, Maduro puede seguir flotando en el poder, a pesar de que la calle arda. No tiene ánimo de renunciar, por añadidura, lo que alimenta la tensión.Es prematuro, por eso, saber si los hechos están consumados. Lo que sí es evidente es que Maduro está en situación precaria. Lo más decente, si es que aún lo puede asumir, es que renuncie y llame a elecciones. Que él mismo propicie un proceso de transición. Solo que esa luz no se ve al fondo del túnel y más bien asoma la violencia.❧